El primer auto que tuvieron mis papás fue un Toyota Corolla de, si no me equivoco, 1982. Llegó de la mano de mi abuelo, que se lo regaló a mi padre cuando se jubiló y se compró un Susuki Baleno. Debe haber sido 2001. La época del retrofuturismo, los colores flúor, los tableros luminosos y las formas redondas, así que ese armatoste cuadrado, duro, afelpado y noble, a pesar de todo, desentonaba en el pasaje.
Para lo que sí nos servía era para el frío. En los días más helados lo usábamos hasta para recorrer distancias cortas, bufanda por medio. Ahora, cuando ellos se acuerdan de ese auto, al que yo llamaba, con sencillo léxico infantil el auto verde, hablan del Corolla. Identificable, un modelo que sigue viviendo en los catálogos y curiosidades automotrices, entre otras cosas, por ser uno de los autos más vendidos de la historia.
El invierno siempre llama a la necesidad de refugiarse. Y la historia de ese Corolla no es —tan— lejana a la de Adolf Dassler y las adidas Samba, el tercer modelo más vendido en la historia de adidas.
La primera imagen es esta: la de las canchas de fútbol congeladas por toda Alemania durante los inviernos. Los estoperoles, chupines, tutes, chuteadores o como prefiramos llamarles, no servían en los terrenos endurecidos por el frío. La poca versatilidad de las pepas y la dureza de la nieve, o la escarcha en los días más amables, los convertía en zapatos muy lesivos, sobre todo por el riesgo a torsiones.
Mientras el pasto se iba cubriendo de nieve, adidas vivía su dramática escisión. Los hermanos Adolf y Rudolf Dassler, que habían fundado la empresa de calzado Gebrüder Dassler Schuhfabrik en 1924, dejaban de ser compañeros en el negocio. Uno de los principales motivos fue la política y la posición humana de los hermanos. Adolf Dassler no estaba de acuerdo con las ideas de otro Adolf, uno que estaba mandando tropas a Polonia. Rudolf, por su parte, se declaró un convencido de las ideas supremacistas del führer y se unió a la Schutzstaffel. La cosa es que para 1947 la relación se les hizo insostenible, y Rudolf, a quien la gente catalogaba como encantador, y a quien le conferían una especie de estatus de genio de las relaciones públicas, había abandonado la zapatería para fundar su propia marca. Ni tonto, ni perezoso, ni malo para los negocios: un año después abrió Puma y podemos hacernos una pequeña idea de cómo le fue con su propio negocio. Adolf, el opuesto binario de Rudolf, un tímido y quieto muchacho, se había quedado con la zapatería.
Todo esto pasaba y las canchas seguían congeladas, para allá vamos: Adi, como llamaban cariñosamente al dueño de la zapatería, tenía un negocio entero para él solo, al que decidió rebautizar adidas. No era el nombre más creativo del mundo, estamos de acuerdo. Una modestamente ingeniosa suma de abreviaturas que, de todas maneras, era bastante más memorable y ocurrente que Fábrica de Zapatos de los Hermanos Dassler.
Para 1949, adidas ya había incursionado en sus propios diseños de zapatos de fútbol, más centrados en la estabilidad que en la comodidad, pero tanto hielo ya les demandaba una nueva tecnología. El zapato era bien versátil: negro, con una caña algo pronunciada, para proteger los tobillos, y de cuero de vaca. Un material al que les gustaba llamar noble, pues siendo tratado correctamente, les permitía probar sacando varias tallas. Ahora tocaba atender el problema del suelo: ¿cómo iban a enfrentarse al hielo?
Adi modificó prácticamente todo el diseño del zapato original. Ya no era de cuero de vaca, se fue por el de canguro tratado. Que, según él, era más seco y calentito, y aguantaba mejor la humedad. Su punta redondeada y con un diseño en T llamaba la atención, aunque lo que dejó boquiabiertos a los equipos de fútbol locales fue su suela nueva. Ya no tenía pepas. Ahora había una suela de goma con tres ventosas, que permitía mayor adherencia a los suelos duros y extremadamente húmedos. Eran un regalo: livianos y versátiles. Permitían un montón de movimientos que, de una manera medieval y mística, parecían reservados solo para épocas soleadas, y un eje que daba más estabilidad y seguridad a los tobillos.
Ahora los caminos de la historia se bifurcan. La oficial, la que cuenta adidas —y abogará siempre por el ingenio natural de la marca—, dice que les pusieron Samba porque los movimientos dinámicos sobre el hielo, y esa liviandad casi aceitosa que parecían adquirir los jugadores con un par de éstas puestas, recordaban a la danza brasileña. Entonces, las bautizaron Samba como un homenaje a la calidad y elasticidad del baile.
Sin embargo, los tiempos que corren nos han enseñado a creerle poco a la historia oficial, así que centrémonos más en la otra. Una que también creo que tiene más sentido: la popular, la que no cuenta adidas, es que habían confeccionado el zapato ideal para jugar en terrenos fríos y nevosos, pero que de poco les iba a servir lanzarlo en 1949. En unos pocos meses iba a comenzar el Mundial de Brasil, el del Maracanazo original, sin el Cóndor Rojas, y adidas, dicen, necesitaba encontrar una manera de promocionar el modelo sin jugar el campeonato. Los alemanes estaban vetados por ser la gran potencia del Eje, ¿se acuerdan?
Brasil proyectaba un clima cálido y un aura alegre. Su género musical por excelencia invitaba al baile y a la fiesta. Un lugar común sudamericano para la fría Europa de posguerra. ¿Cómo estrenar un zapato diseñado para zonas frías en un lugar así? Chesterton escribió que un sabio esconde una hoja en un bosque. Así que la compañía de Adi también hizo lo más sencillo que se aproximaba en ese horizonte protegido por el Cristo Redentor: las bautizaron Samba y las mandaron al carnaval deportivo de 1950.
Los locales, maestros de la danza y de la alegría, perdieron la final contra Uruguay, una nación matera, discreta y buena para el fútbol, a pesar de tener entre sus filas a Ademir Marquez de Meneses, un delantero increíble y hermosamente desproporcionado. Se llevó ocho goles en las piernas ese cálido invierno brasileño.
Uno se podrá preguntar para qué mejorar lo que es perfecto, como fueron las Samba en 1950, y la única respuesta que se me ocurre al voleo, es que en el deporte todo avanza. Inmediatamente después de lanzada, la tecnología se volverá perfectible. Entre 1949 y 1995, la Samba cambió su silueta, conoció texturas nuevas, materiales distintos, colaboraciones y suelas de colores, aunque se definió por esa color chocolate. Su primer gran cambio en términos de uso fue que la sacaran de las canchas de fútbol y comenzaran a usarla para el futsal o el baby. Su suela lisa y firme le venía bien al fútbol indoor o de superficies planas. Sobre todo antes de que marcas como Nike o Puma entraran más fuerte al mercado europeo en los noventa.
Misteriosos son los caminos del mercado, y es bien difícil saber lo que va a pasar con un producto una vez que lo ponen en una vitrina. Durante los setenta, con los inicios de esa tendencia a la que ahora podríamos llamar hype, las Samba fueron llegando a los armarios de los hinchas británicos del fútbol. Los rude boys y los hooligans las combinaban con poleras de los equipos de Manchester o las Fred Perry. Eran, con toda la amplitud de la palabra, una zapatilla popular: usada por muchas personas y amables con el presupuesto obrero.
Para fines de los ochenta, la cultura del skate ya se había puesto las Samba. Muchos skaters decían que les atraía su estilo, como dicen los gringos, no bullshit. Si se puede traducir de alguna manera, algo que no es pretensioso y que, al mismo tiempo, denota cierta elegancia: que sabe trabajar con los materiales dispuestos. También se habían tomado la cultura de los repartidores. Si tenías que recorrer grandes ciudades en bicicleta, como Boston o Nueva York, lo más probable es que llevaras unas Samba. Para muchos, en el mismo rango de precios, pero con más durabilidad que otras zapatillas igual de adaptables a cualquier ropa, como las Vans Authentic o las Converse All Star.
Hasta Ewan McGregor se puso sus Samba cuando Danny Boyle lanzó Trainspotting en 1996. En una de las películas más icónicas sobre los códigos y la idiosincrasia yonqui del Reino Unido, basada en la popular novela de Irvine Welsh, Mark Renton inaugura la película corriendo mientras recita su memorable discurso choose life. El manifiesto punk de la década abría con unas Samba aplanando la calle, mientras el protagonista escapaba de un policía vestido de civil.
Hay muchas teorías de cómo volvieron las Samba. La que me parece más obvia es que la moda es cíclica. Siempre hay alguien hundido en su propia peligrosa nostalgia, hurgando en los saldos o buscando fotos de las temporadas pasadas, una persona lista para revivir una moda anterior, fallecida por causas naturales. Probablemente, en esta ocasión, haya sido Jerry Lorenzo. El 2021, el fundador de Fear of God subió una foto con las Samba clásicas contando, con dulce nostalgia mercantil cómo las llevaba al colegio en los noventa, combinadas con un short Umbro y una polera de Wu Tang. La foto se llenó de personas asegurando que minutos después de subida la foto, el par estaba agotado en todas partes. El 2020, Jonah Hill también hizo de las suyas diseñando sus propias Samba, como dando a entender que su participación en la onda del skate también merecía un segundo tiempo.
Algunas revistas de moda, por su parte, se lo deben al blokecore, un estilo inspirado en el hooligan que trata de cruzar ropa deportiva retro, especialmente camisetas de fútbol, con elementos más conservadores, como un pantalón recto o un short de tela. El blokecore muestra intenciones de un minimalismo versátil fuera de la camiseta o la cortavientos, que es la prenda que se encarga de portar la información. Dicen que gracias al estilo retro futbolero es que volvieron zapatillas como las Samba o las Nike Cortez. Lo único lamentable, si me lo preguntan, es que los productos que conforman una moda podrán ser circulares, sin embargo, los símbolos se resignifican constantemente. Y su precio actual no podría ser menos punk.
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