Si has gastado minutos de tu vida planillando en Microsoft Excel, habrás notado que a través de algún artilugio de magia negra las fechas son convertibles a números (formato de celda>Número). Como en este ejemplo:
Desde luego, magia negra no es. Cualquier usuario con más curiosidad que un grano de mostaza se lo pregunta y la respuesta salta al primer googleo. Excel tan solo cuenta los días transcurridos desde una fecha arbitraria: el 1 de enero de 1900. Es necesario para cuantificar lapsos, imprescindible por ejemplo para calcular la indemnización de Doña Mercedes, quien con tanta fidelidad proveyó de muffins para el personal hasta que sobrevino la crisis financiera de 2008.
Pero aquí está el twist: esa contabilidad es errónea.
La respuesta echa sus raíces más de dos milenios en el pasado. Antes de que Julio “genio y figura” César sacudiera el mundo antiguo, los romanos empleaban un calendario lunar, heredero de un calendario todavía más antiguo de diez meses que comenzaba el primero de marzo (mes de la primera cosecha). Eso explica que nuestros meses hagan referencia a números rezagados: el noveno mes, septiembre, al 7; el undécimo mes, noviembre, al 9, etc. Para el 46 a.C., estaban ya bien adelantados respecto al Sol. César impuso entonces el calendario que pasó a llamarse juliano, que definía un año como 365,25 días. Para dar cuenta de ese cuarto día adicional se añadió un día extra cada cuatro años entre el 23 y el 24 de febrero, que era el bis sextus dies ante calendas martii, o “el segundo sexto día antes del primer día de marzo”, motivo por el que hoy hablamos de bisiesto.
Para empalmar sobrevino un año de 445 días, llamado el "de la confusión", con dos meses intercalados entre noviembre y diciembre. Quintilis, el otrora “quinto mes”, fue renombrado iulius porque era el mes del cumpleaños de Julito. Para colmo, tras unos 36 años de aplicación descubrieron que los despistados sacerdotes agregaban bisiestos cada tres años en lugar de cuatro, y hubo que omitir los bisiestos hasta el 8 d.C.
Este diseño distaba del grado de precisión que la astrofísica exige. El año dura en realidad 365,2425 días, algo menos de 365 días y cuarto. Por tanto, los consejeros de Julio sobreestimaron la duración en más de once minutos. Nada que impidiese el sueño para él, sus hijos (como el que tuvo con Cleopatra) o sus nietos, pero a mediados del siglo XVI, ya estábamos diez días atrasados respecto a las estaciones. El papa Gregorio XIII comisionó a un grupo de expertos reparar el despropósito (paradojas, uno de los encargados fue el astrónomo y matemático jesuita Christoph Clavius, fiero defensor del geocentrismo). El resultado fue el calendario que hoy rige nuestra existencia, que incorpora reglas de segundo y de tercer orden para corregir por esos once minutos sobrantes. Con Julio un año era bisiesto si es divisible entre 4 y yastá, pero desde Gregorio hay que considerar además que no lo es si es divisible por 100, y sí lo es si es divisible por 100 y además por 400.
Con el objetivo de paliar el atraso, el calendario gregoriano suprimió de un plumazo diez días. Se escogió octubre para no interferir con las festividades religiosas, de modo que los días comprendidos entre el 5 y el 14 de octubre de 1582 nunca existieron. Si su cumpleaños caía en esos días, pues, se quedaba con los crespos hechos. Uno de los últimos seres humanos que vivió su existencia completa con calendario juliano fue Santa Teresa de Ávila, la fundadora de la Orden de los Carmelitas Descalzos, quien falleció poco antes de la medianoche del 4 de octubre. Que la misa de difunta haya sido el 15 no quiere decir que el cuerpo era festín de lombrices.
A inicios de la década de 1980 un grupo de programadores comenzó el trabajo de Lotus 1-2-3 y razonaron como cualquier no iniciado en la astrofísica hubiera razonado: aplicando solo la regla de primer orden del calendario juliano que todos conocemos. Los años bisiestos son los divisibles entre 4. O los años de los Juegos Olímpicos, si tu memoria funciona mejor que tu aritmética. En consecuencia, asumieron que el 1900 sí fue bisiesto. Sin embargo, 1900 sí es divisible por 100 (regla de segundo orden), y no es divisible por 100 y además por 400 (regla de tercer orden), de manera que ese año no tuvo 29 de febrero.
Lotus fue una sensación, y se volvió imposible reparar el error ante la existencia de miles de planillas que ya operaban con él. Más tarde Microsoft construyó Excel y concluyeron que era preferible arrastrar una pequeña pifia astronómica que solo conocen unos pocos nerds como el que escribe esta columna… y ahora tú, que te nos unes a la fraternidad.
Google Spreadsheets adoptó una solución más elegante que tragarse el despiste de abuelito Lotus. Fija el Big Bang planillístico un día antes, el 31 de diciembre de 1899. Camina un día adelantado en enero y febrero de 1900, fechas de uso extremadamente inusual y que por tanto generan muy pocos problemas incompatibilidad. Como el 29 de febrero sí existe en Excel pero no en Google Spreadsheets, ello le da la oportunidad a Excel de alcanzar a su colega, y de ahí en adelante marchan juntos hasta el fin de los tiempos.