Roma es el centro del mundo estos días. Primero, porque se está llevando a cabo el Cónclave, esa reunión de los cardenales católicos que deben elegir al nuevo Papa, y que ya ha sido retratada en el cine y la literatura varias veces. La última, con bastante éxito.
O bien porque en algunos días se juega el Master 1000 de Roma, el último de la temporada de arcilla de europea; el torneo que la gran mayoría usa como antesala de Roland Garros, y que tiene una de las canchas más lindas del circuito: una cancha coqueta rodeada de estatuas bien, bien romanas.

Pero además estos días en Roma se puede disfrutar de un evento pictórico particular: por primera vez en muchos años –tal vez desde que se crearon– se pueden ver en Roma más de la mitad de las pinturas de Michelangelo Merisi da Caravaggio, más conocido como Caravaggio a secas.
Roma siempre ha sido un ejemplo de ciudad-museo: doblas una esquina y aparece una estatua, una iglesia o un edificio histórico. Ni que decir cuando te asomas por el Vaticano. Pero ahora, además, puedes ver obras de Caravaggio colgadas por toda la ciudad, y una muestra especial de uno de sus primeros mecenas: Maffeo Barberini.

Barberini y Caravaggio se conocieron en Roma en 1590; el primero venía de Florencia y era rico, el otro era un pintor nacido en Milán. El comerciante tenía 30, el pintor 27. El primero se convertiría luego en el Papa Urbano VIII. El otro fundaría los cimientos de la pintura moderna.


Retrato de Caravaggio por su amigo Ottavio Leoni - Maffeo Barberini, retrato de Caravaggio
Caravaggio nació en Lombardía en 1571. Rápidamente se dio cuenta de que si quería triunfar, tenía que ir a Roma. Allí llegó en 1590, más o menos. Trabajó para varios maestros y mecenas diferentes, y la mayoría lo calificaba de talentoso pero revoltoso.
Y es que le gustaba escandalizar: sus trabajos muchas veces fueron rechazados por ser demasiado realistas, o bien porque elegía a sus modelos de entre la gente común, incluso vagabundos y prostitutas. Y Caravaggio, además, era tan fiel a su realismo que se negaba a borrarle la suciedad de los pies a sus modelos, y claro, para la iglesia católica no era buena señal que un ángel anduviera con los dedos sucios.


Dos pinturas con el mismo tema: la conversión de San Pablo camino a Damasco. La primera no fue aceptada, a quienes la encargaron les pareció demasiado violenta, así que pidieron una segunda versión, que sí les gustó.
Igual se las arregló para convertirse en un rockstar de la pintura de su época. Tanto así que sus epígonos –Rubens, Rivera, Velásquez, Rembrandt– se los llamaba usualmente caravaggistas, o tenebristas, este último nombre producto de la técnica que Caravaggio llevó al extremo: el claroscuro. Una forma de pintar que más vale ver que explicar:



Y bueno, la fama de liante no le venía solo por sus pinturas. Sin ir más lejos, en 1609 tuvo que arrancar de Roma porque había asesinado a un hombre en una pelea, y las autoridades romanas le habían puesto precio a su cabeza. Algo que le volvió a pasar en Nápoles, por lo que coincidencia no fue.
Su personalidad, diría, quedó muy bien retratada en una novela hilarante del escritor mexicano Álvaro Enrigue: Muerte súbita, donde pone a jugar tenis a Caravaggio contra el poeta Francisco de Quevedo, mientras la historia de unas pelotas de tenis hechas con el pelo de la decapitada Ana Bolena corre como telón de fondo. Todo muy romano.
Pero volvamos a la Roma actual, sede del Jubileo, el Cónclave y el Masters 1000. En el Palacio Barberini de su viejo amigo y mecenas, se abrió una muestra con más de 15 pinturas, muchas de ellas parte de colecciones privadas que pocas veces habían visto la luz. O bien algunas que fueron bien polémicas, como este Ecce Homo, que hasta hace no mucho tiempo había aparecido como una pintura sin atribución en un catálogo de subasta de Madrid de 2021, con un precio estimado de 1500€.
Apenas se supo que era de Caravaggio, se vendió por unos 36 millones de euros. Recién el 2024 fue cedida al Museo del Prado, y por primera vez estará junto a otras pinturas de su autor en una misma muestra.

Pero bueno, además del Palacio Barberini, hay otras 15 pinturas de Caravaggio que se pueden ver en Roma por estos días. Desde el Niño con cesta de frutas en la Galería Borghese, Descanso en la huida a Egipto en la Galería Doria Pamhilj o bien pasearse por iglesias que tienen colgadas sus obras (dicen que las delatan las filas de personas esperando para entrar), como Entierro de Cristo en el Vaticano –una pintura enorme– o bien el único techo que pintó Caravaggio, en el Casino Boncompagny Ludovisi.



Si bien no se conservan demasiadas pinturas de Caravaggio hoy en día –si no me equivoco el número ronda las 70 pinturas– hay para todos los gustos. Algunos prefieren su lado más gore, como Judith cortándole la cabeza a Holofernes o David sosteniendo la cabeza de Goliath. Otros lo recuerdan por sus claroscuros religiosos más tranquilos, como la escena de los discípulos de Emaús. Personalmente me quedo con las pocas pinturas seculares que hizo en su vida, especialmente la de los chicos jugando cartas y un Narciso que poca gente conoce.



Caravaggio hay para todos, y en Roma, más todavía.