En el Court Central del All England Lawn Tennis & Croquet Club (AELTC) se juega un tenis que es diferente. Y ningún silencio es tan silencioso como el que se siente allí.
Un silencio que es la máxima muestra de respeto: los jugadores tienen toda la atención.
En una cancha centenaria, los protagonistas hacen su ingreso sin ser anunciados. No hay una voz que por los altoparlantes enumere sus títulos ni los lance a la arena gritando su nombre. Tampoco hay música ni avisos publicitarios.
“Por favor, cuiden el césped, no lancen sus raquetas”, advierten los árbitros a los jugadores antes de los encuentros. Los ingleses lo piden de una manera respetuosa, pero es en realidad una prohibición que, de no cumplirse, caerían las penas del infierno. Así, las destrucciones de raquetas quedan para las canchas duras o de arcilla, donde no les pasan a los tenistas multas dolorosas.
¿Se imaginan a un jugador descargando su rabia contra el suelo sagrado de la Catedral y rompiendo la pista que tanto trabajo demanda?
La última célebre destrucción de raqueta en Wimbledon la protagonizó Novak Djokovic. El serbio machacó su Head Speed Legend contra el poste de la red durante la final que perdió contra Carlos Alcaraz en 2023; Andrey Rublev liberó su frustración haciendo daño a su rodilla múltiples veces el año pasado.
Pero con el pasto, no. Prohibido.
Nadie cuida las tradiciones más que Wimbledon. Aunque tampoco puede quedarse en el pasado.
“Es esta experiencia protegida que se siente como caminar hacia atrás en el tiempo, pero que avanza proyectándose hacia el futuro”, opinó Andy Roddick, finalista en tres oportunidades en el All England Club. Roger Federer le negó siempre la gloria eterna que absorben sus campeones.
El inigualable Court Central incorporó hace unos años un techo retráctil blanco que absorbe la luz, y sistema de iluminación LED de última generación. Por fuera su diseño es contemporáneo y está revestido de jardines verticales. Lo nuevo y lo viejo tienen que convivir en Wimbledon,.
Porque incluso Wimbledon, el torneo de las grandes tradiciones, mató una de ellas para entregarse a la inteligencia artificial.
Los jueces de línea fueron reemplazados por la tecnología. Los británicos eran los últimos que mantenían vivo al equipo arbitral humano que grita a viva voz cuando una pelota pica fuera del límite de la pista.
El torneo se ahorra varios millones de libras esterlinas al invertir en el sistema de canto electrónico en vez de tener que pagar sueldos y costear la alimentación de tantos trabajadores.
Algunos lo lamentan.
“Sinceramente, no me gusta. Los jueces de línea son parte de la familia del tenis”, nos dijo Cilic en Londres.
“Muchos de ellos jugaron alguna vez o aman profundamente este deporte. Convertirse en juez de silla es muy difícil. Hay que pasar por torneos juveniles, nacionales, Futures, Challengers… Se empieza como juez de línea y se va ascendiendo. Llegar a Wimbledon es un logro enorme. Y ahora todo eso desapareció”, se quejó el croata, finalista en Londres en 2017 y que este año firmó una sorprendente cuarta ronda.
“Cuando llegó el Ojo de Halcón, fue algo muy bueno para el tenis, porque se evitaban discusiones en puntos importantes que se podrían haber decidido por un error arbitral. Pero con ello funcionando de forma completa, se borra una familia, a todo un grupo de personas apasionadas, con experiencia, que hacían muy bien su trabajo. La verdad es que no me gusta para nada”, confesó a CLAY.
Aunque son más las cosas que en Wimbledon jamás van a cambiar.
Como hacer picnics y tomar Pimm 's en el icónico Henman Hill. Frente a las pantallas gigantes del Court N°.1, quienes no tienen un ticket para entrar a las canchas principales encuentran ahí un perfecto sitio para seguir la acción, en una tradición tan británica como las famosas frutillas con crema, que tampoco nunca faltarán: cada día a las cuatro de la mañana, las mejores fresas del mundo se cosechan a 36 kilómetros del All England Club, se empacan a las ocho y desde las diez, se comienzan a vender.
El snack tan típico de Wimbledon no conoce la inflación, y mantiene prácticamente el mismo precio que en 2010: un poco más de 3 dólares.
Tan importantes son para el alma de Wimbledon, que lo que sucedió en 1989 marcó la pauta. Ese año las incesantes lluvias impidieron la realización del juego durante los cinco primeros días del evento. La tarde de ese viernes húmedo, se alertó en la sala de prensa sobre un importante comunicado oficial. Los periodistas creyeron que trataría sobre la programación. Quizás, que se habilitaría el juego durante el primer domingo, tradicionalmente festivo. No fue así.
La comunicación iba para otro lado: el AELTC pedía perdón al público porque la calidad de las frutas de culto no estaba siendo la mejor.
Pero a diferencia del 2018, este 2025 ha llovido poco. Y lo que sí hubo fue mucho calor durante el arranque del torneo.
Quizás la explicación de por qué trece de los 32 cabezas de serie del cuadro masculino perdieron en la primera ronda del tercer Grand Slam del año y lo mismo con cuatro de las top 10 del cuadro femenino.
¿Qué hace tan difícil jugar en Wimbledon?
Cada protagonista parece tener una explicación –o una excusa– diferente.
Para el estadounidense Reilly Opelka, la razón está en las lesiones y la excesiva exigencia física.
“Los jugadores se están lesionando”, dijo Opelka a CLAY, un tenista que frente a los micrófonos y grabadoras siempre entrega interesantes análisis y punzantes declaraciones.
“Estaba hablando con Tommy (Paul) sobre eso. A Tommy lo sancionaron por no jugar en Queen’s. Tenía una lesión bastante seria en Roland Garros y no pudo llegar a Queen’s, y aun así recibió una fuerte penalización en su ranking. Por eso bajó hasta el puesto 15. Porque para esos jugadores, los torneos 500 son obligatorios (...) Creo que muchos están arrastrando lesiones solo para evitar que les quiten el bono, o que les apliquen reducciones en el fondo de bonificaciones”, continuó.
Las reglas del circuito penalizan con puntos del ranking y con dinero cuando las estrellas se bajan de ciertos torneos.
Stefanos Tsitsipas abandonó Londres angustiado por su espalda y pensando en el retiro. El finalista de Roland Garros y Australia dijo que venía arrastrando la lesión desde el 2023, y que no le permite mostrar su mejor versión.
Por suerte tiene a un ex-campeón de Wimbledon como entrenador, y uno que le dice la verdad sin medias tintas. Goran Ivanisevic sabe que el griego tiene pasta para estar en el top ten, donde dice que pertenece. Pero si no mejora ciertas cosas, el futuro se ve complejo: “Stefanos tiene que ordenar su vida fuera de la cancha (...) Si no lo hace, nadie va a poder ayudarlo: físicamente es un desastre”.
Y hay otros casos similares: Lorenzo Musetti no llegó bien preparado después de haberse retirado de las semifinales de Roland Garros por una lesión en su aductor izquierdo; Holger Rune tuvo que ser atendido por su rodilla en su partido contra Jarry. Fiel a su estilo, quitó méritos a su rival: “En condiciones normales, gano ese partido nueve de diez veces”.
Pero las excusas y explicaciones van por varios lados más: Zverev –otro que se fue de Londres antes de lo previsto– fue incluso más revelador que Tsitsipas. “Nunca me había sentido tan vacío”, confesó después de su derrota en primera ronda frente al francés Arthur Rinderknech. “Simplemente me falta alegría, me falta alegría en todo lo que hago (...) No se trata necesariamente del tenis. Me falta alegría fuera del tenis, también”.
“Escucho a los tenistas y todos están con antidepresivos”, disparó Ivanisevic.
Pero también hay algunos que le echan la culpa al empedrado. Sí, echarle la culpa a las canchas, al viento o a las pelotas no pasa solo en el deporte amateur.
Denis Shapovalov fue el que más reclamó: "Esto es una broma, la cancha es más lenta que una de arcilla". Durante su partido contra el argentino Mariano Navone se lo vio fastidioso incluso con las pelotas: “son lo peor, el tour de pasto se ha convertido en un chiste”.
Se supone que en el césped de Wimbledon, cortado cuidadosamente a una altura de 8 milímetros, tras el bote la pelota viaja a una velocidad más alta comparada a cuando bota en la tierra batida. Las percepciones sin duda varían de acuerdo al jugador.
Aunque claro, todavía ninguno ha llegado a superar al Chino Ríos cuando declaró que “el pasto es para las vacas”. Seguramente el mayor ninguneo a Wimbledon en la historia.
Otros reclaman por la programación. Elena Rybakina, campeona en 2022, esperaba que le tocara jugar en una de las dos canchas principales dada su calidad de ex campeona. Ahí el techo retráctil protege de la lluvia y el viento: “No es la primera vez que me pasa, pero esperaba jugar en la Cancha 1 o en la Central, donde es más cómodo por la falta de viento en días como hoy”.
Y otro pretexto más viejo que el tenis: frustrarse por el buen nivel del rival.
Se vieron en Londres dos reacciones interesantes.
Nadie esperaba que Fabio Fognini llevara a Carlos Alcaraz a un quinto set. Ni siquiera el propio italiano. En momentos de impotencia del español, cuando las cosas no le salían como esperaba, los micrófonos captaron una frase que se hizo viral: “¡Puede jugar hasta los 50!”.
Y lo de Daniil Medvedev tuvo todo lo mejor de su humor espontáneo. Cuando está enojado y molesto en la cancha, el ruso puede llegar a ser irrespetuoso, pero tantas otras veces es increíblemente gracioso.
Bajo el sol londinense, en el día de más calor, el francés Benjamin Bonzi, un tipo que se ubica unos 50 puestos más atrás que él en el ranking ATP, lo estaba dominando sin demasiados contrapesos.
Y de un enfado genuino en el calor de la pista, surgió una de las mejores frases de Wimbledon 2025:“¿Por qué no jugar así todos los días, ganar millones y ser rico? No, él decide hacerlo una vez al año”.
La dificultad del pasto
Muchos dicen que el tenis sobre césped es otro deporte.
Más atrás en el tiempo, cuando las diferentes superficies del tenis eran muy diferentes entre sí, el juego de saque y red marcaba muchas diferencias. Tener un buen servicio y un correcto manejo de la volea era la clave del éxito.
Pero con la aparición del Top Spin, un efecto que transformó el tenis, comenzaron a tener mayor efectividad los passing shots y las devoluciones dirigidas a los pies de los jugadores que intentaban subir a la red tras el saque.
Se hicieron los suelos más lentos y cambiaron las raquetas y las pelotas. El tenis pasó a favorecer el juego de fondo, y la defensa desde la línea de base.
Hoy el éxito sobre el césped en el tenis moderno pasa por dominar la movilidad. Saber combinar el juego de pies con los desafíos que plantea una superficie que va mutando a medida que avanza la semana.
Saber deslizarse, frenar, cambiar de ritmo y acomodarse a la bola. Mantener un centro de gravedad más bajo respetando las alturas de la pelota.
Alguna vez, Nadal explicó que su juego se adaptaba mejor a la hierba en la segunda semana de Wimbledon precisamente cuando la cancha lucía desgastada. Cuando el césped acababa siendo tierra. De una alfombra perfecta a un suelo de botes impredecibles.
Alcaraz, bicampeón defensor, lleva una racha de 18 partidos ganados en Wimbledon, principalmente por el juego de sus pies más que por sus golpes.
Él mismo dice que su movilidad era “un desastre”, y que otros como Sinner y Djokovic son los verdaderos reyes del footwork que evita resbalones y entrega una mejor cobertura de la cancha.
O como la de Federer.
“Parecía que estaba flotando. Roger era como una mariposa en la pista. Lo hacía tan fácil, que parecía que incluso no se movía bien. Sus pies se movían a la velocidad de la luz, eso es algo brillante”, alabó Alcaraz en Londres, recordando al máximo campeón masculino del torneo.
Hay un lugar, dice Alcaraz, donde merece estar el rey del tenis sobre la hierba.
“Es una obra de arte. Tiene que estar en un museo”.