Si te gusta la cerveza –como al 70% de los chilenos–, seguro te habrás dado cuenta de que las canillas ya no son exclusivas de los bares especializados. Hace unos 10 años era raro encontrar cervezas artesanales en algún restaurante típico; hoy en día todos anuncian orgullosos qué cervecería local están apoyando.
Todo cambió bien rápido, y aunque desde afuera parece que el mercado cervecero nacional va subiendo como la espuma, la verdad es que tener una cervecería independiente rentable no es tan sencillo.
En el 2018, algunos importadores locales estaban empezando a traer las ahora famosas IPAs desde Estados Unidos. Llegaban en formatos novedosos y pintorescos, y compartían vitrina junto a Imperial Stouts añejadas en barricas, cervezas ácidas con frutas, Pale Ales lupuladas y otras maravillas, que venían a competir con las ya clásicas Amber Ales de los colonos alemanes del sur de Chile y las lager y pilsen de toda la vida.
Estas cervezas disruptivas venían a despeinar la escena local, con el descaro y la sed de innovación que caracteriza a los países jóvenes (Estados Unidos lleva relativamente poco tiempo en el negocio de la cerveza en comparación con sus pares europeos). Pero todo sucedía dentro de un nicho muy chico de “beer geeks”, que se deleitaban y presumían de haber probado la Triple Hazy IPA con más IBU del universo (el grado de amargor de una cerveza).
Fue en ese mosto temporal que nació Tamango Brebajes: un sueño utópico de crear una cervecería exitosa y un mundo de brebajes que hiciera a sus clientes repensar la forma en que tomaban cerveza. Si bien la palabra startup se guarda generalmente para las tecnológicas, creo que el camino de Tamango no fue muy distinto al de cualquier startup local: dos socios con una idea, un plan de negocios y poca plata.
Salimos a buscar inversionistas y del cielo nos cayeron varios que creyeron en el proyecto. Y así de un minuto para otro (no sin mucho esfuerzo) vivimos la inmensa satisfacción de ver cómo alguien disfrutaba de una de nuestras pócimas en algún bar cervecero local.
Ese sentimiento de ver a alguien disfrutando de tu producto no se olvida nunca.
El mercado de la cerveza ha cambiado mucho desde ese lejano 2018. Desde el formato lata que tanta resistencia generó en un principio, hasta los estilos y la presencia de cervecerías locales ha cambiado enormemente el panorama.
Ya no es necesario salir del país para probar una buena IPA: se encuentran made in Chile, más frescas que nunca; y los bares y la cultura cervecera rebosan de compañerismo, innovación y buenas ideas. El nicho se agrandó, y los “beer geeks” tuvieron que aceptar que otras tribus frecuentaran los templos cerveceros que nacían por todas partes.
No sólo los restaurantes especializados se enamoraron; también los más tradicionales empezaron a tener 1 o 2 canillas de alguna cervecería artesanal local. Y la revolución sigue vigente, contagiada por el éxito experimentado en otros países como Estados Unidos, Inglaterra, Australia, o Nueva Zelanda.
El mercado chileno
Se podría decir que el mercado de la cerveza es uno ultra competitivo, y Chile no es la excepción. Con dos grandes multinacionales (CCU y Ab Inbev) compitiendo palmo a palmo por cada punto porcentual de posición de mercado, se da en Chile un fenómeno extraño donde los precios son tan bajos que la cerveza masiva es más barata que el agua embotellada.
Eso se suma al abuso de posición dominante que intentan ejercer estas empresas en los puntos de venta (y no lo digo yo, lo dice el Tribunal de libre competencia que obligó el año pasado a CCU a adoptar medidas impuestas por la fiscalía nacional económica).
Mientras tanto la cerveza artesanal tiene el desafío de conquistar a un consumidor con un producto que debe ser de gran calidad para contrarrestar el bajo precio de las cervecerías masivas. Tenemos la obligación de lograr ese concepto –a veces tan manoseado– de crear una experiencia para el consumidor. Ya sea a través de la calidad, del diseño de cada envase o del relato que se le da a cada cerveza. Parece un desafío mayor, pero curiosamente, hay muchos dispuestos a enfrentarlo.
En Chile tenemos alrededor de 350 cervecerías artesanales distribuidas desde Arica a Magallanes. Entre todas ellas se estima que producimos alrededor del 2% del volumen de cerveza vendida en Chile, pero damos alrededor de 4 de cada 10 empleos del sector. Desde cervezas con papaya en el norte de Chile hasta las maltosas de alto grado alcohólico que se toman en el sur para pasar el frío, Chile ha sabido innovar y ofrecer cervezas que siguen sumando adeptos a este movimiento cervecero. Una industria que empuja, pero que a veces cuesta que despegue dadas las dificultades que tienen las PYMEs del rubro para salir adelante, conseguir financiamiento o sortear las trabas estatales.
Impuesto ad valorem
Un ejemplo claro de esto es el impuesto al alcohol, más conocido como ILA. Chile es el único país de la OCDE (de altos ingresos) que sigue cobrando este impuesto de manera ad valorem, es decir, sobre el valor final del bien (como el IVA).
El efecto que provoca es que una cerveza de mayor precio, y mayor calidad, termine pagando más impuestos que una de menor precio (en términos absolutos, porque el porcentaje es el mismo: 20,5%). Esto no sólo incentiva el downtrading (aleja los productos de mejor calidad del consumidor al tener un efecto incremental sobre el precio del bien, obligando al consumidor a comprar algo de menor valor o calidad), si no que además provoca que una cervecería pequeña que produce cervezas de mejor calidad termine pagando hasta 5 veces más impuesto que una más barata, por la misma cantidad de alcohol.
Las empresas que producen cervezas de mejor calidad suelen ser cervecerías más pequeñas, favoreciendo entonces a las multinacionales que terminan pagando mucho menos impuesto por cantidad de alcohol puesto en el mercado.
Para que te hagas una idea: tomando como referencia las cervecerías independientes que son parte de la Asociación Cervecera Independiente de Chile, las cervecerías artesanales pagaron $365 en ILA por litro vendido, mientras que las grandes empresas pagaron como máximo $146 por litro.

Este es un tema fundamental para el desarrollo de la industria, considerando que pagar estos impuestos altos de manera mensual merma la caja de las empresas más pequeñas, condicionando su capacidad de reinversión, crecimiento y competencia.
Es verdad, pasa en todas las industrias: competir contra multinacionales o actores que tienen copado el mercado siempre es difícil. Pero si queremos tener un mejor mercado cervecero en Chile necesitamos que otros actores puedan competir con las grandes empresas.
Así y todo, el futuro se ve prosperó: principalmente porque los consumidores siguen ávidos de probar cosas que desafíen sus papilas gustativas, cambiando el efecto que provoca la cantidad por el placer que provoca la calidad. Por eso los cerveceros seguiremos existiendo, floreciendo y fermentando en este mundo líquido, milenario y de posibilidades infinitas llamado cerveza.