«Me convertí en una criminal al enamorarme», dice el epígrafe de Louise Glück que abre La próxima vez que te vea, te mato, segunda novela de la escritora chilena Paulina Flores. Y el verso de la poeta estadounidense es una perfecta síntesis del trasfondo de esta narración que tiene al amor y al crimen como motivos principales, que se entrecruzan y encarnan en la figura de Javiera, narradora y protagonista del libro.
Javiera es una escritora chilena de treinta y un años que llega a Barcelona, becada y con permiso de residencia por diez meses, para estudiar un postgrado. Pero para Javiera los estudios son solo una excusa para huir de Chile, y aunque no tiene claro qué es lo que busca yéndose, sabe que tiene una misión y que «fuera la misión que fuese, debía llevarla a cabo sin miedo». Pero los primeros meses no son fáciles y Javiera tiene que lidiar con las dificultades para encontrar alojamiento, entre las que se encuentran los precios excesivos y el ser rechazada por sudaca en varias oportunidades.
Aun así, esos primeros meses Javiera se siente pletórica y fascinada con su nueva ciudad. «Hasta comprar papel higiénico significaba una aventura espectacular [...] ¡Qué Sagrada Familia ni qué ocho cuartos! Mis primeras semanas como turista las pasé obsesionada con los pasillos de papel higiénico del Mercadona». En una Barcelona sin su habitual exceso de turistas, debido a la pandemia, Javiera siente que tiene la ciudad a su entera disposición y experimenta un rápido enamoramiento, tanto de la belleza del lugar como de los privilegios de vivir en un país desarrollado. «Barcelona... Es que yo nunca había vivido en una ciudad así de bonita. Y a mí me encantan las cosas bonitas. Mis ojitos de enamorada no dejaban de parpadear ante el Mediterráneo y los contenedores para reciclaje ¡en cada esquina!». Belleza y privilegios que resaltan aún más al compararlos con Chile. Desde las alturas de Montjuic, por ejemplo, la ciudad se ve armoniosa y limpia, a diferencia de Santiago, que visto desde arriba evidencia sus desigualdades, donde por un lado está «todo lo que toca la luz del pequeño reino de los ricos y, en el extremo opuesto, la enorme sombra de las casitas de los pobres», apunta Javiera citando El Rey León. Es tal el deslumbramiento de Javiera con las ventajas del primer mundo, que hasta los camiones de basura le parecen como «diseñados por Balenciaga».
Pero la fascinación cede el paso a la urgencia por encontrar un lugar donde vivir. Y es así, como tras experimentar el rechazo y la xenofobia, Javiera finalmente es aceptada en el departamento de Manuel, un guapo estudiante peruano, que escribe su tesis sobre el bolero en el melodrama de Almodóvar, es fanático de las plantas y bajista en dos bandas punk. Además de Manuel, en el departamento vive Tortuga (así la llama Javiera), también peruana; y es durante una conversación entre ambos, en la que Tortuga acusa a Manuel de ser «sexo-afectivamente irresponsable», que Javiera se entera de que Manuel está emparejado con una tal Armonía. Y es durante esa misma conversación que, propiciado por un chusco accidente doméstico, se produce el primer acercamiento físico entre la chilena y el peruano, acercamiento que a los pocos días termina en un encuentro sexual que deja a Javiera «sorprendidísima» y «asombradísima», a tal punto que se siente inmediatamente subyugada por los encantos de Manuel.
Enterada de que Manuel y Armonía tienen una relación abierta, Javiera, en un principio, se muestra entusiasmada por la idea de ser una de las partes de la «trieja». Aunque reconoce que «todos esos conceptos sobre las relaciones “modernas”» le resultaban nuevos, se entrega ilusionada a la experiencia del amor libre, y —dejando de lado sus obligaciones con sus estudios de posgrado— dedica su tiempo a leer bibliografía sobre relaciones no monógamas, deseosa de «aprender una nueva forma de amar».
Sin embargo, la exultante vivacidad de Javiera, poco a poco empieza a enturbiarse. Si bien su relación con Manuel se vuelve más íntima y el sexo entre ambos es parte central de su felicidad y sus días, el conocer a Armonía en una fiesta, introduce en Javiera el germen de la inseguridad y los celos, que con el tiempo irán cobrando cada vez mayores (y nefastas) dimensiones. Mientras tanto, Javiera intenta contrarrestar los celos acostándose con desconocidos que conoce en Tinder, algo que ella ve como una forma de empate y «cuando estaba cabreada lo llamaba competir. Y en mis días más idealistas: socialismo».
Mientras tanto, Manuel confiesa a su otra roomie su amorío con Javiera, y Tortuga, celosa también, los echa del departamento. Manuel y Javiera, entonces, deciden irse a vivir juntos, y mientras buscan donde mudarse, recorren la ciudad recogiendo muebles de la basura para su futuro hogar. Y durante esas caminatas hablan de temas como la muerte o el por qué optar por las relaciones abiertas. Desconocemos la visión de Manuel, pero sí conocemos la postura de Javiera. Para ella, el amor libre era «como la educación universitaria», algo a lo que ninguna de las mujeres de su familia había tenido acceso. Por tanto, el rechazo de la monogamia significaba un anhelo de ser más que sus antecesoras, y así como ella había logrado sacar una licenciatura, esperaba obtener «un doctorado en educación sentimental». Un deseo aspiracional, en el fondo, como reconoce la misma Javiera. Y esa ambición explica tanto su apuesta por el amor libre (del que le habla a Manuel «como si fuera la herramienta que iba a transformar el mundo. El mecanismo que desmantelaría el capitalismo, el patriarcado, el racismo, el odio fundacional de Occidente»), como su «ilusión extenuante de superar el subdesarrollo latinoamericano».
Pero en contra de sus aspiraciones, el amor de Javiera hacia Manuel se vuelve más intenso y egoísta. Las expectativas e ilusiones sobre el amor libre pierden fuerza rápidamente y Javiera resiente no saber si es o no el vínculo principal de Manuel. Y en un after, además de hablarle de El niño que enloqueció de amor, le expone sus dudas a Armonía, quien responde que ella no cree en las jerarquías. Javiera se siente confundida, extraviada, sentimientos que se ven exacerbados con la aparición de Laura, una bella catalana, conocida de Armonía que se suma a la relación poliamorosa entre Javiera, Manuel y Armonía.
Es en este punto donde Javiera empieza a experimentar una desgarradora tensión interna entre sus ideales (el amor libre como herramienta para transformar el mundo), su ambición de cambiar de vida y su deseo egoísta de tener a Manuel solo para ella. «¿Y si sólo me hago la poliamorosa porque es mi forma de quitarle jurisdicción a la infidelidad? Es decir, nadie puede abandonarte si la puerta está abierta y el paso es libre», se cuestiona Javiera, para terminar asumiendo que «si la monogamia es un secuestro, entonces que amordace y me lo meta».
Este conflicto interior terminará produciendo un cambio decisivo en Javiera, quien tras una repentina tragedia, y con la brújula moral trastocada por la mezcla de celos y contradicciones, se internará en zonas oscuras y peligrosas de su mente, que la llevarán por el camino del delirio y el crimen.
Y hasta ahí lo que se puede contar del argumento sin caer en spoilers.
Así resumida, la novela podría parecer un drama, pero la realidad es distinta. Si bien se abordan temas dramáticos (o melodramáticos) —el amor, los celos, la locura, el crimen— la narración mantiene siempre, al final, una distancia, un tono cómico, y el personaje de Javiera presenta rasgos bufonescos: es exagerada, torpe, inoportuna; rasgos que recuerdan a la protagonista de la serie Fleabag o a la de la novela Mis años de descanso y relajación de Ottessa Moshfegh. Más que un drama o una tragicomedia (como se la define en la contratapa), La próxima vez que te vea, te mato podría considerarse un dramedy, categoría más afín al cine y a la series de streaming, pero que se ajusta tanto al contenido como al estilo de la novela. (Lo dice la escritora Andrea Abreu en la contratapa: «Este es mi género predilecto: la telenovela en libro»).
Dramedy, se lee en Wikipedia, es un tipo de película o serie de corte realista donde se presentan elementos dramáticos pero manteniendo un tono y un punto de vista humorístico. Por una parte hay una protagonista (Javiera) que vive una situación dramática (el amor, la pasión, los celos) pero para atenuar el drama se incorporan constantemente chistes, anécdotas bufas o escenas y diálogos absurdos. Por ejemplo, mientras está en un funeral Javiera observa una tumba y se pregunta «¿Los ángeles son como la policía de Dios o su cuerpo de baile?» O: Mientras pasa culposa la noche con un desconocido: «Lo que buscaba era un castigo, pero al final no fue horrible. De hecho, mientras teníamos sexo pasó una situación chistosa...». O: «Lo que llamó mi atención entonces fue la bisexualidad de Armonía, y no se me ocurrió nada mejor que hacer un chiste tonto: “¿O sea, que si pusiera un bar se lamaría Bar Bie”». O: Justo después de una conversación sobre el suicidio: «—Claro... Oye, y cómo te entretenías tú para hacer caca. Digo, cuando Instagram no existía».
Pénsadolo de otra manera, también podría considerarse la novela como un «melodrama millennial», es decir, una historia con los elementos clásicos del melodrama: una trama sencilla, acontecimientos exagerados, pasiones y emociones exaltadas pero encarnadas por una protagonista y narradora millennial, que define su estilo de vida como «precarización aesthetic»; para saber de la vida de Laura la stalkea por Instagram, para vengarse de Manuel conoce desconocidos por Tinder y busca trabajo, sin muchas ganas ni expectativas de un futuro mejor («Buscar trabajo es más difícil que buscar el amor», se lamenta la protagonista mientras actualiza su perfil de LinkedIn). Una protagonista, además, sensible, de llanto fácil, que se considera a sí misma «la sobrina adolescente del mundo», que no piensa en la maternidad («¿Cómo voy a tener un niño? Si lo que quiero es ser un niño»). Todo esto contrastado con cierta distancia irónica ante los hechos, con un humorismo básico, que no se toma realmente en serio nada de lo que cuenta.
En cuanto a la escritura misma, si bien la prosa suele ser fluida y evocadora —aquí destaco por sobre todo las escenas eróticas—, no está exenta de ripios: por ejemplo, el uso recurrente (casi un tic) de adverbios terminados en -mente, a veces incluso en el mismo párrafo: «legítimamente desinhibidora», «vertiginosamente irreal», «vertiginosamente livianos», «borrachamente repetitivas», etc. (recurso que García Márquez llamó, categórico, «un vicio empobrecedor»). Además, no pocas veces la escritura se vuelve enrevesada, verbosa («me sorprendió ver la corporalidad bípeda de Armonía»; en lugar de decir que algo no le produjo placer, la narradora dice: «lo que se dice adquisición directa de placer, no sentí»), con una tendencia a sobre adjetivar e incorporar frases que buscan ser poéticas, enigmáticas o sentenciosas pero resultan más bien oscuras, o directamente incomprensibles («De chica me advertían que la ociosidad era la madre de todos los vicios. Algo así como el chicle (sic) del camino a las drogas. Esperando que fuera tan cierto como con los azúcares, dejé mis labores de community mannager y abrí una segunda hoja de Excel»).
Otro aspecto que llama la atención es la vacilación entre el uso de chilenismos y expresiones neutras o españolismos. Por ejemplo, a veces la narradora se expresa “en chileno” («nunca me pasé la película de ciudad cosmopolita y la weá», «andar toda encorvá»), pero después en lugar de micro dice bus («me recordó el bus que tomaba para ir al colegio»), en lugar de cabritas dice palomitas de maíz, en lugar de estar tirada de guata dice tirada de estómago, detalles que podrían parecer anodinos, pero dan cuenta de cierta indecisión a la hora de inclinarse por una voz narrativa decididamente chilena o una voz neutra, pero con pinceladas de color local que no espanten al lector no familiarizado con el español de Chile. (Me atrevo a suponer que esto se debe a que hay estándares de legibilidad que mantener, como si se permitieran los chilenismos pero sólo hasta cierto punto, como si se tratara de una cuota de inclusión léxica o algo por el estilo).
En resumen, La próxima vez que te vea, te mato es una novela que intenta apropiarse, reescribir o jugar con el melodrama, desde una perspectiva actual (millennial), incorporando elementos y problemáticas de la realidad contemporánea (el poliamor, las redes sociales). Todo esto narrado con una distancia cómica, una sensibilidad adolescente, y un lenguaje híbrido, que es local y neutro, coloquial y literario, al mismo tiempo. Una novela de fácil lectura, que plantea conflictos interesantes, pero en lugar de profundizar en esos conflictos los aliviana mediante chistes o situaciones absurdas, o simplemente les pasa por el lado (el tema del poliamor, por ejemplo, deja de ser relevante una vez que Javiera reconoce que lo suyo es la monogamia). Y ese permanente contrapunto entre lo serio y lo cómico, entre lo dramático y lo frívolo, termina por convertir a los personajes —por sobre todo a la protagonista— en caricaturas, y a sus acciones en sketches de una pretenciosa sitcom disfrazada de novela.