Qué suerte tenemos de vivir en la época en que el director español más influyente de la historia saca películas con regularidad y podemos ver cómo va avanzando en sus inquietudes y estilo.
Hay cosas que se mantienen: el melodrama desvergonzado, el uso del color, la preferencia por retratar personajes femeninos. Pero en los últimos años se ha alejado de la comedia y el absurdo que caracterizaba algunas de sus películas iniciales y los ha reemplazado por un estilo más sobrio y reflexivo. Sus elencos se reducen y ahora incluso dio su inevitable y esperado paso a grabar en otro idioma y con estrellas de Hollywood.
Hace tiempo que se veía venir. Su primer ensayo con el inglés fue a través de su corto La voz humana (en Mubi) con Tilda Swinton como personaje único y, después de un segundo corto con Pedro Pascal e Ethan Hawke, ya era hora de saltar a los largometrajes.
La idea era hacerlo de la mano de Cate Blanchett, adaptando Manual para mujeres de la limpieza, pero después de años de rumores el proyecto se cayó. Fue otra la adaptación que finalmente lo haría pegar el salto (What Are You Going Through de Sigrid Nunez) y otras las actrices que lo acompañarían (Tilda Swinton y Julianne Moore) en lo que terminó siendo La habitación de al lado, o quizás sea más apropiado decirle The room next door.
La muerte puede ser reconfortante
Almodóvar decide centrar esta historia en la relación entre dos mujeres. Rápidamente, establece a Ingrid (Moore) como una escritora exitosa en Nueva York que se entera de que una vieja amiga está grave en el hospital. Va a visitar a Martha (Swinton), reconectan y pasan los días juntas, volviendo a acercarse.
Y vale la pena que se hable de ellas como personajes, porque ambas actrices hacen un trabajo lo suficientemente sólido como para que la conversación no se centre en que son estrellas de Hollywood.
El gatillante es tan fuerte que luego la película se sostiene sobre el pacto que las mujeres hacen: Martha, desalentada por su diagnóstico, decide que quiere morir y le pide a Ingrid acompañarla en sus últimos días. La amiga acepta y juntas se van a pasar unas semanas a una casa en el campo.
Allí no hay trama, sino situaciones que nos permiten explorar su relación con la sombra de la muerte acechando y lista para aparecerse en cualquier momento.
Las amigas caminan por el bosque, toman desayuno, conversan y ven películas. Si una mañana Ingrid ve la puerta de la habitación de Martha cerrada, es porque decidió tomarse la pastilla que la ayudaría a terminar su vida. El plan es que Ingrid entonces notifique a la policía y niegue haber conocido las intenciones de su amiga.
Con ese pacto en marcha, su relación se tiñe de la melancolía del final, pero Almodóvar se rehúsa a sobredramatizar estos eventos. Sus personajes son más inteligentes que eso.
Incluso cuando introduce nuevos personajes, no cae en la tentación que quizás hubiese guiado su cine anterior de ensalzar con un posible triángulo amoroso, aventuras sexuales, secretos o mentiras.
Almodóvar busca paralelos entre el trabajo de Martha como corresponsal de guerra y el cáncer terminal que la está consumiendo. Esta es una guerra más que habita, pero una que sabe que no va a poder ganar. Ni siquiera le gusta verlo en esos términos. Por eso cree que acabar con su vida cuándo, cómo y dónde ella lo decida es la única manera de salir victoriosa de esta condena.
Ingrid, por su parte, es profundamente empática. A veces se ve sobrepasada con la situación en la que se encuentra, pero entiende su rol y cómo este evento también la está marcando a ella de por vida. Este también es su asunto.
Y los personajes son inteligentes no solo porque demuestran mucha conciencia de su interioridad, sino que también cuentan con el lenguaje para expresarla. Así, los intercambios entre Ingrid y Martha se tratan sobre sus sentimientos, chequeos diarios que se van actualizando y profundizando según sus reacciones ante lo que están viviendo.
Y la finalidad, el punto de vista que Almodóvar quiere transmitir, es que esto puede ser reconfortante.
“Hay distintas formas de vivir una tragedia”
Almodóvar nunca le ha tenido miedo a los excesos del melodrama. Es más, se ha entregado a ellos al punto de que su nombre se ha vuelto un sinónimo del género. Un ejemplo de esto son las líneas de diálogo rimbombantes y que sus personajes intelectuales hablaran más de lo normal o que expresaran constantemente sus neurosis. En La habitación de al lado, escuchar el diálogo de Almodóvar en inglés podría parecer la novedad, pero lo que destaca es la sobriedad con la que aborda los temas más importantes: la vida y la muerte.
También es un director que ha insertado intertextualidad en muchas de sus películas, y aquí opta por referenciar obras en inglés. Las amigas ven The dead de John Huston, citan pasajes de James Joyce y hasta incluye planos que referencian arte estadounidense.
Y, aunque hay un par de cosas que nadie podría decir que funcionan (los flashbacks, la intervención de algunos secundarios), en sí La habitación de al lado es un logro porque apunta a algo tremendamente complejo y lo trata con la madurez de un autor que también está envejeciendo y seguramente reflexiona sobre el final de sus días.
Que lo comunique con una película que deja en el espectador una sensación curiosamente dulce pareciera ser un regalo para todos los que tienen demasiado miedo de mirar a la muerte de frente. La muerte vista desde la dignidad de la elección y la lealtad de la amistad.
Por lo demás, lo político de su premisa no está subrayado, pero Almodóvar no deja escapar que la eutanasia es un derecho que debiese garantizarse a todos quienes quieren decidir sobre su vida. Quizás ese fue el raciocinio detrás de la decisión de darle el premio más importante en el último Festival de Venecia, el esperar que las películas sí puedan ser una forma de sensibilizar a las personas, dar un paso hacia el mundo real e incidir en su toma de decisiones.
Y aunque no representa el punto más álgido en la filmografía del director, La habitación de al lado sí tiene un valor que seguramente irá creciendo con los años. Si nos deja más indiferentes que sus películas más efectistas es porque no emociona ni afecta de la misma forma. Es más bien una meditación, una sensación que se queda contigo y te acompaña.
Una obra que persigue sus temas con determinación y serenidad, desde la sabiduría propia de los que se atreven a mirar de frente al abismo y que resulta ser, inesperadamente, una manera reconfortante de enfrentar el destino que nos espera a todos.
Nota de riesgo: moderada.