Si has estado online o has visto publicidad en la calle, quizás te hayan bombardeado con imágenes de Wicked. Una película con una fanaticada fuerte, que algo tiene que ver con El mago de Oz, está #1 en taquilla y, contra todo pronóstico, es inesperadamente política.
Breve historia para entender de dónde salió Wicked y por qué tiene tantos fans
La película original: puede que hayamos visto o no El mago de Oz, pero seguro tenemos en nuestra cabeza imágenes, referencias o hasta líneas de la película. Era la historia de una niña de Kansas transportada a un mundo tecnicolor donde tenía que seguir un camino de ladrillos amarillos para llegar a ver al mago que la podría devolver a su casa. En el camino, recibe la ayuda de Glinda la Bruja Buena del Norte y tiene que enfrentarse a la Bruja Mala del Oeste, que aterroriza a los habitantes de este mundo mágico.
El mago de Oz, un clásico de 85 años, hacía muchas cosas, pero proveer de backstory interesante a sus personajes secundarios no era una de ellas. De eso se encargarían otras adaptaciones
El libro: en el 95, el novelista Gregory Maguire tomó los personajes de El mago de Oz –que a su vez pertenecían a una novela del 1900– y creó su propia revisión. Fanático devoto de la película, Maguire decidió escribir una biografía de la Bruja Mala del Oeste, preguntándose de dónde es que originaba la maldad. Su idea era que, si a alguien se le tilda de cierta forma toda la vida, se crea una profecía autocumplida que resulta en esa misma persona adquiriendo esa identidad.
La obra: como si fuera poco, el 2003 se estrenó en Broadway la adaptación musical de la novela, un espectáculo apoteósico con efectos musicales, brujas voladoras y canciones pegajosas. El público se enamoró y se convirtió en el segundo musical más popular en la historia de Broadway después de El Rey León. La obra se llevó a distintos países y Defying gravity sonó por rincones insospechados del mundo.
Era solo cuestión de tiempo para que llegara…
La película: Universal llevaba más de quince años intentando adaptar Wicked. Cambios de directores, problemas de producción, la idea de hacer una miniserie, una pandemia y la huelga de los actores y guionistas se interpusieron en el camino.
Durante todas estas vidas que la historia fue cobrando, el legado de Oz se mantuvo vivo y fue ganando adeptos. Y finalmente ahora, a finales del 2024, su última encarnación, la película, ha llegado.
La trama de Wicked: Ariana Grande, coreografías coloridas y… un régimen autoritario que busca oprimir ciudadanos de segunda categoría
Apenas empieza, se entiende cómo va a ser la experiencia. Es un musical sin un ápice de vergüenza de serlo. Al contrario, Wicked parece hecho para complacer precisamente a las legiones de fans que esperaron años para ver esta adaptación.
En ella, empezamos con el final de El Mago de Oz: la Bruja Mala ha muerto a manos de Dorothy y la Bruja Buena celebra con el pueblo su erradicación del mapa. Pero cuando le preguntan si es que ellas se conocían, la Bruja Buena decide contar la historia de su relación. Y así, nos vamos al pasado. Nos presentan a la Bruja Mala, que aquí se llama Elphaba (Cynthia Erivo), una mujer verde que desde chica ha demostrado tener poderes sobrenaturales que no puede controlar. Su color de piel la ha convertido en víctima de bullying toda su vida y nunca ha tenido amigos.
Cuando empieza a ir a la universidad, tiene el sueño de poder visitar al misterioso Mago, quien, al igual que en la película original, tiene el poder de conceder cualquier deseo. En el caso de Elphaba es fácil: dejar de ser verde y así poder tener una vida normal.
Ser normal se le complica justamente porque tiene de compañera a Glinda (Ariana Grande, quien se roba la película con una actuación física muy graciosa), que antes de ser la Bruja Buena es una chica aspiracional, muy determinada a ascender socialmente. Le aproblema lo verde de Elphaba, pero lo interesante de Glinda es que no es el arquetipo simple de rubia mala popular. Si algo la motiva, es la necesidad de ser validada por el resto como una persona buena. Sus acciones desinteresadas son performáticas.
Naturalmente se hacen enemigas.
Y, entre canciones y baladas, colores y coreografías, se desarrolla lentamente una historia inocente que es poco más que la de la relación entre ambas mujeres. Y eso funciona perfecto. Si te dejas llevar por el poder de la película –fácil, gracias a un director que le puso atención a cada detalle, cada momento y cada nota musical–, te van a importar estos personajes y su vínculo, desde sus prejuicios iniciales, pasando por su desprecio mutuo, hasta su inevitable unión. Son acercamientos más conmovedores de lo esperado y más aún si se tiene en cuenta el final que está predestinado.
Y mientras nos perdemos en eso, se va develando alrededor un contexto que no tenía por qué ser tan interesante o contingente. En la tierra de Oz hay animales que hablan, pero están siendo censurados. Uno de ellos, un profesor cabra de la universidad, enseña historia –algo que algunos estudiantes como Glinda consideran innecesario– pero hay gente que lo quiere destituir. Empieza una persecución de los animales por ser considerados diferentes. Algo con lo que Elphaba puede empatizar fácilmente.
Se revela que Oz no es la tierra mágica de fantasía y júbilo que vivía en nuestras memorias nostálgicas. El mundo que sedujo a generaciones se quita la máscara y se muestra como un reino autoritario, que busca inventar enemigos a partir de minorías oprimidas para mantener la cohesión social.
Para Elphaba, esto es automáticamente inaceptable. Pero para Glinda es más complicado.
Sobre qué significa ser buenos en tiempos convulsos
Wicked se pregunta por el origen del mal: ¿nace de las personas o la sociedad se los impone? La película no termina teniendo la profundidad para explorar estos temas, pero en lo que sí acierta es en crear paralelos con lo radicalizado del contexto político en el que estamos viviendo.
Ojo: se vienen spoilers
Si la profecía inicial es ver cómo Elphaba pasará a convertirse en la encarnación de la maldad, el giro de la película es que eso nunca sucede. Es la sociedad a su alrededor la que está corrupta.
El Mago es un líder autoritario que usa el miedo y la mentira para manipular la opinión pública y mantener el poder. Su ejército quiere erradicar o someter a los oprimidos y perseguir a Elphaba una vez que se les opone.
Ella, que entiende la importancia de defender a los más débiles, que toda la vida sufrió discriminación y ostracismo por el color de su piel, ahora tiene que huir, siendo llamada terrorista y aborrecida por los ciudadanos de un imperio que al fin encontró a su monstruo.
Y así, en el clímax de la película, Elphaba le pide a su amiga Glinda que se escape con ella. Pero Glinda es incapaz de hacerlo ya que ella sí tiene algo que perder.
Glinda cuenta con todos los privilegios que le brinda alinearse con las normas sociales y eso hace que no tenga urgencia ni necesidad de rebelarse. Glinda sí siente culpa y solidariza con su amiga, pero no lo suficiente como para actuar al respecto.
Glinda termina simbolizando a aquellos que no hacen activamente el “mal”, pero que permiten que estructuras dañinas existan en la medida que a ellos no les afecte demasiado. Una posición lamentablemente muy común en quienes prefieren mirar a un lado incluso en tiempos de guerra y discursos de odio, cuando hacerlo constituye una decisión política. Su personaje nos desafía a considerar nuestro nivel de complicidad con sistemas opresores.
Mientras tanto, aquella que demostró tener empatía por otros, es tildada de criminal, perseguida por el Estado, llevada al punto de rebelarse y luego castigada por ello.
Y esto es lo que termina con la amistad al centro de la película.
Fin de los spoilers
¿En qué momento una película de brujas para toda la familia llegó a esto?
¿Realmente está proponiendo un debate sobre las distintas maneras de actuar frente al fascismo? No es exagerado pensarlo, ya que son los temas que la misma película levanta y el contexto en que inserta a sus personajes. Es solo que, quizás sin buscarlo, resuenan particularmente fuerte hoy, en especial en el escenario sociopolítico del país al que Wicked corresponde.
El hecho de haber casteado a una actriz negra para interpretar a una persona que es discriminada por su color de piel invita a estas reflexiones. Esta imagen es de Elizabeth Eckford, una mujer que intentó asistir a un colegio de blancos cuando se volvió legal hacerlo en Estados Unidos en 1957. El parecido con escenas de Wicked a las afueras de la universidad no parece ser casualidad.
La película puede hablar del racismo, pero también del tratamiento hacia inmigrantes o cualquier persona considerada inferior por el status quo. Y antes de que empiecen los comentarios sobre Hollywood siendo woke, lo inteligente es que la crítica es bastante amplia. Sí, los villanos son claros fascistas. Pero Glinda también tiene prejuicios y lo que ella representa corresponde más a un buenismo progresista que a otra cosa (aunque la película no la castiga por esto). A alguien que siempre quiere ser vista del lado de lo correcto políticamente.
Pero que un estreno del estudio más grande del mundo se enfoque en estas diferencias y hable de la intolerancia en el contexto que viven los estadounidenses es por lo bajo sorprendente. Y, sin predicar abiertamente una agenda política, Wicked puede hacer llegar a públicos de todas las edades reflexiones sobre problemas sociales a través de un lente fantástico
Resumen de salida: ¿vale la pena volver a Oz?
Si queremos aterrizar a aspectos más puntuales de la película, la conclusión es que hay suficiente que recomendar y esta cumple con lo esperado.
Es verdad que es solo una primera parte –la segunda ya está filmada y sale a fines del próximo año–. Al haber dividido una obra de teatro de casi tres horas en dos películas largas, fue necesario estirar cada mitad de la historia. Y es verdad que en Wicked no pasa mucho a nivel narrativo hasta el final. Pero la película lo aprovecha a su favor y el director Jon M. Chu opta por detenerse en detalles, gestos y momentos y darles particularidad y relevancia. Tanto los que forman los hitos de la relación de las protagonistas, como a imágenes puntuales, pasos de baile o gestos físicos dentro del cuadro que buscan humor o dinamismo.
Realmente hay una mirada atenta en cuanto a la composición y las coreografías y, aunque estos deberían ser criterios mínimos a la hora de realizar películas a este nivel, es cierto que nos hemos acostumbrado a propuestas de dirección mucho menos inspiradas en las películas taquilleras.
Esta atención y cuidado por el material se refleja también en el impresionante diseño de producción que construyó una serie de sets prácticos enormes. Hay muchos efectos especiales digitales, pero también un esfuerzo por crear un mundo que se sienta material y tangible.
Todo esto hace que sea fácil y divertido dejarse llevar por la fantasía propuesta, incluso si este no es el tipo de películas que te llaman la atención. Wicked es tan fiel a su esencia que es difícil no respetarla, independiente de si logra generarte emociones con la relación que presenta y escalofríos con su final.
Finalmente es una película que logra ser lo que quiere ser. Y da gusto que se hayan tomado el tiempo de hacerla con cariño. Esto último les jugó a favor no solo porque el clima post-Barbie está mucho más dispuesto a convertir la historia de amistad de dos mujeres en un éxito de taquilla, sino que el pasar de los años terminó por instalar Wicked, para bien o para mal, en una coyuntura en la que se vuelve mucho más contingente y necesaria de ver. Sin ser necesariamente un troyano ideológico vestido de dulce hollywoodense, contiene un mensaje positivo sobre ser fiel a uno mismo frente a la adversidad que no tenía por qué ser tan resonante.
Entonces sí, Wicked es para los theater kids del mundo, es para los fans del musical y es para quienes fueron a ver a Ariana Grande. También es entretenimiento para toda la familia, una excusa para salir y sentarse frente a casi tres horas de pirotecnia y escapismo. Pero también termina siendo para un público desprevenido, aquellos que con escepticismo se dejaron atraer por el bombardeo publicitario y terminaron encontrando en la pantalla un par de recordatorios sobre cómo las narrativas que creemos conocer pueden adaptarse para hablarnos de cosas que son importantes hoy.
Nota de riesgo: su mensaje no va a revolucionar el blockbuster hollywoodense, pero sí es más atrevido de lo normal para películas que quieren abarcar públicos masivos. Y es verdad que está bien hecha, pero es una propiedad intelectual tan exitosa que difícilmente significaba un riesgo para sus productores. Moderada.