"Una mujer con sombrero, como un cuadro del viejo Chagall", dice una de las canciones más famosas de Silvio Rodríguez, Óleo de mujer con sombrero. La primera vez que la escuché, en los años noventa cuando niño, quedé intrigado: ¿Quién era este pintor de apellido peculiar que se colaba en una canción de Silvio? Cuando pude ver sus pinturas, en uno de esos típicos libros de sobremesa que uno lee cuando no quiere conversar con nadie en un almuerzo familiar, quedé decepcionado. Me esperaba algo más sólido, menos aleatorio por lo menos. Algo diferente a esos cuadros que en ese momento me parecieron infantiles, faltos de técnica.
Avanzamos hasta el 2025, fallece el Papa Francisco. ¿Cómo se conectan estos dos eventos? por Chagall, uno de los pintores favoritos del Papa. En especial, una pintura que era su predilecta, Crucifixión blanca, de 1938.

Tanto le gustaba, que el Art Institute de Chicago la prestó a una expocisión en Florencia el 2015 para que el Papa pudiera ir a verla en persona sin tener que pegarse el pique a Chicago.
Era una elección peculiar la de Francisco, considerando que la pintura de Chagall resalta mucho más el lado judío de Jesús que la iconografía católica. Se pueden ver sinagogas siendo quemadas y judíos perseguidos por tropas; o bien que “Jesús, rey de los judíos” está escrito sobre la cabeza de Cristo en arameo, en caracteres hebreos.
Y la pintura habla tanto de Chagall como de Francisco: muchos lo consideraron el Papa más progresista y abierto de mente en varios siglos de papado. Su elección fue una sorpresa por donde se lo mirara: fue el primer Papa latinoamericano, ni en Argentina se esperaban su elección, y menos aún los hinchas de San Lorenzo de Almargo –club del cual era hincha furibundo–. Su elección hizo creer a muchos en un cambio de rumbo para la Iglesia Católica, que debía combatir su pérdida de poder político en el mundo producto de la secularización generalizada y los escándalos de abuso que vivía en su interior. Recordadas son sus reacciones frente a la homosexualidad –quién soy yo para juzgar, decía– o frente a la posibilidad de que los divorciados pudiesen comulgar.
Con su muerte, muchos sienten que lo de Francisco quedó, al menos, inconcluso.

Si bien Chagall nunca dio explicaciones sobre el significado explícito de la pintura, no es raro que mezcle en esta pintura simbología judía y católica, considerando que por esos años el nazismo estaba tomando fuerza en Alemania.
Chagall nació en lo que hoy es Bielorrusia, en 1887 (su aldea era parte del Imperio Ruso de la época), rápidamente se sintió llamado a pintar, así que como todos en aquellos años, se mandó a cambiar a París, donde entró en contacto con las vanguardias de principios de siglo XX. Sus obras de aquellos años conversan con el cubismo, el surrealismo, y básicamente cualquier ismo que estuviera a su alcance.




Pinturas inspiradas en su contacto con las vanguardias en las primeras décadas del siglo XX. Por ejemplo, una pintura inspirada en El violinista en el tejado.
Pero las primeras décadas del siglo XX fueron años bastante movidos. Y Chagall regresó a su tierra natal y luego a Rusia para participar de la Revolución. Aunque participar tal vez es una palabra demasiado explícita para el rol que cumplió. Por un lado, Chagall temía el nivel de impacto que la revolución Bolchevique estaba teniendo en el Imperio, "volteándolo todo de cabeza, igual que hago yo con mis pinturas". Pero por otra parte, como buen artista de vanguardia, gozaba de un respeto como brazo artístico del nuevo movimiento político. Incluso le ofrecieron un alto cargo dentro del nuevo Estado, pero dicen que prefirió algo más modesto como profesor de un instituto de artes visuales.
Siguió siendo parte fundamental de la escena pictórica de su país, pero la Guerra Civil Rusa se extendía –incluso después del final de la Primera Guerra Mundial– y Chagall empezó a mirar nuevamente hacia Francia. Después de varios años intentándolo, consiguió una visa para irse junto a su esposa de vuelta a París.



Fueron sus años más prolíficos, viajando por el sur de Francia (donde quedaría impresionado por los colores tan diferentes de su Bielorrusia natal), Holanda, España, Italia e incluso un par de meses en Tierra Santa.
Hasta que, claro, la Segunda Guerra Mundial tocó su puerta en el París ocupado por los Nazis. Y al igual que Max Ernst, Beckmann, Vladimir Nabokov (que aunque no era judió su mujer sí lo era) y otros tantos artistas, tuvo que escapar de Europa. Y su destino fue Estados Unidos, que lo recibió con los brazos abiertos. En Nueva York se encontró con una diáspora de intelectuales y artistas que habían escapado de la Europa en guerra, como André Breton, Piet Mondrian y el hijo de Matisse, que se convirtió en su pasante de arte.




Después de la Guerra decidió volver a Francia, y se instaló en la Costa Azul que tanto había llamado su atención en los años treinta. Allí vivía cerca de Picasso y de Matisse, y aunque algunas veces se juntaron y se llevaban relativamente bien, la rivalidad lógica de ser los tres pintores más reconocidos de las vanguardias no les permitieron entablar una verdadera amistad.
Murió en 1985, a los 97 años.
Pero Chagall no solo dejó tras de sí un montón de pinturas. Una de las gracias de su carrera es que le pidieron hacer muchas cosas diferentes, desde el techo de la Ópera de París hasta el diseño del Ballet Aleko, que por temas de costos se trasladó a la Ciudad de México en 1942, donde Chagall tomó inspiración para muchos de sus trabajo de aquellos años.




Estudio para el Ballet Aleko estrenado en México en 1942; el techo de la Ópera de París y el vitral de la Iglesia de Todos los Santos en Tudley, Inlgaterra y un vitral en el Edificio de las Naciones Unidas en Nueva York
La sensación que me dio la primera vez que vi un cuadro de Chagall persiste; pero ahora de adulto cualquier reminiscencia a la infancia me produce una sensación positiva, y cada día que pasa me llaman más la atención sus cuadros.