Hay artistas que, cuando están en el peak de su carrera, deciden pegar un volantazo y cambiar por completo su estilo. Con los pintores se da más que con los músicos, seguro (aunque el pasado Country de Taylor Swift no es un mal ejemplo). Probablemente porque una buena mayoría recibían entrenamiento basado en los clásicos y en la pintura académica.
Era normal que incluso los pintores más extravagantes de las vanguardias hubiesen comenzado sus años de estudio dibujando pájaros al modo naturalista. Mi ejemplo favorito es con los pájaros que dibujaba Picasso: el primero –siendo solo un niño– intentaba imitar la realidad. Poco a poco fue moviéndose hacia lo que hoy en día nos recuerda al cubismo del español.




Alguno diría que para romper con la tradición, primero hay que conocerla. Y muy bien.
Pero claro, Picasso se desligó del naturalismo muy joven; en cambio, nuestro artista de esta semana, el austriaco Gustav Klimt, lo hizo en su mayor momento de fama.
Nació en 1862, en una familia vienesa relativamente pobre. Su padre era herrero en el imperio austrohúngaro, y con harto esfuerzo logró que su hijo fuera a estudiar al Vienna School of Arts and Crafts (Kunstgewerbeschule). Allí se familiarizaría con las principales corrientes artísticas de fines del Siglo XIX, siguiendo a los maestros naturalistas.
Terminada su educación formal, armó un taller de decoración y pintura con su hermano Ernst, que se dedicaba a pintar murales e interiores. Poco a poco los encargos fueron mejorando. Una Casa de Campo de la Emperatriz Isabel –donde pintaron el techo con una escena de Shakespeare– o decorar el Viennese Burgtheater.


Se habían convertido en los decoradores más importantes del imperio. Al punto de recibir la Cruz de Oro de parte del Emperador. Y le llegó uno de sus encargos más importantes: pintar el Auditorio del Old Burgtheater.
Lo que pintó Gustav es considerado uno de los puntos más altos del naturalismo austrohúngaro.

Por esta pintura, Klimt recibió el Premio del Emperador y se convirtió en un retratista de moda, además del artista más destacado de su época. Paradójicamente, fue en este punto, con una fabulosa carrera como pintor clasicista frente a sus ojos, que Klimt comenzó a inclinarse hacia los nuevos estilos radicales del Art Nouveau.
Y ahí aparece el Klimt que todos conocemos.
Gustav se retiró de la vida pública, concentrándose en la experimentación y el estudio de los estilos del arte contemporáneo que explotaba por todos lados en Europa; mientras miraba de reojo estilos históricos que eran pasados por alto dentro del establishment, como el arte japonés, chino, egipcio antiguo y el micénico.
Pero claro, Klimt tenía que seguir pagando las cuentas, así que tomó el último encargo: un tríptico de la Filosofía, la Medicina y la Jurisprudencia para la Universidad de Viena.
El resultado fue catastrófico: lo trataron de loco; argumentaron que sus pinturas era pura lascivia, y que su estilo estaba totalmente fuera de norma. Es una pega que producto de la Segunda Guerra Mundial solo queden reproducciones en blanco y negro de esta primera obra maestra del "nuevo" Klimt.



Se dio cuenta entonces que para moverle el piso al clasicismo dominante, había que crear comunidad. Así que a principios de siglo renunció a la Academia de las Artes y formó el Sindicato de Artistas Vienés, más conocido como La Secesión. No era el único vienés medio loco tratando de ponerlo todo patas para arriba: por esos mismos años un tal Sigmund Freud proponía teorías que parecían descabelladas para la época y otro tanto hacía Ludwig Wittgenstein (por suerte no tenemos tiempo para entrar a diseccionar sus teorías aquí).
De esos años son sus pinturas más reconocibles, su estilo característico. Como la Beethoven Frieze, para el catorceavo concierto de La Secesión.

Muchos consideran que aquí comenzaría su "Época Dorada", no solo por su altísimo nivel de fama, si no por los colores de sus pinturas. Una de las más famosas: Muerte y vida, se presentó en un concurso en Roma y ganó el primer lugar. Pero justo esta fase dorada había terminado y Klimt, molesto con su propia pintura, le cambió el fondo a un azul oscuro.

Klimt vivió sus últimos días en su casa pintando casi 24/7. Era muy reservado, vivía con su madre y recibía visitas elegidas con pinzas. Murió en 1918 y dejó tras de sí un montón de pinturas y, lo más llamativo, de diferentes estilos.





Un último dato: las pinturas de Gustav Klimt han alcanzado algunos de los precios más altos registrados por obras de arte. En 2006, el Retrato de Adele Bloch-Bauer I, de 1907, fue adquirido por Ronald Lauder para la Neue Galerie de Nueva York por 135 millones de dólares estadounidenses, lo que marca el récord del precio más alto jamás pagado por un retrato.