La inflación es el tema incómodo del momento. En el último año los precios al consumidor aumentaron 7,7%, y parece una tendencia sostenida y transversal. Como referencia, el objetivo es que sea en torno a 3%, así que de seguro no le causa mucha gracia a los consumidores ni a los organismos gubernamentales.
Como respuesta, el Banco Central seguramente seguirá subiendo la tasa de política monetaria en torno a 7%, quizás algo más, quizás algo menos, pero ya todo el mercado asume que será mayor al 5,5% de hoy. La idea es que el costo de pedir prestado suba a lo largo de la economía, y al mismo tiempo, se generen incentivos para que las personas ahorren más, de modo tal que menos dinero circule en la economía y de esa forma “se enfríen un poco los precios”.
En la práctica, los créditos tendrán tasas de interés mayores, perjudicando a los que quieran pedir préstamos. Este daño económico es a veces intangible pero real, y se ve reflejado en casos simples como alguien que ya no puede comprar una propiedad porque los hipotecarios están más caros, o hasta casos más complejos, como la caída en el precio de las acciones de compañías sensibles a costos de financiamiento mayores.
No todo es negro y hay claros ganadores: los que buscan ahorrar en cuentas de ahorro, depósitos a plazo, o en cuentas de bajo riesgo, los cuales disfrutarán de mejores tasas de interés.
Finalmente, hay personas que van a perder siempre: los que dejan el dinero sin invertir. Pierden doblemente, porque su dinero se desvaloriza por la alta inflación, y porque dejan de ganar algún interés a favor (a propósito, es el banco el que se llevará esos intereses). Si no quieres hacer caridad a favor de los bancos, quizás te interese tener tus ahorros invertidos, en especial en tiempos de mayor inflación.
Columna publicada originalmente en La Segunda el 18 de febrero de 2022.