Casi todos la pasamos mal durante las cuarentenas de 2020. Yo no fui la excepción. En ese entonces vivía en Nueva York, donde la pandemia pegó muy feo inicialmente.
Pero incluso en ese momento, una parte de mí estaba emocionada de vivir un momento tan histórico. Sospechaba que algún tipo de efecto estructural iba a haber en el mundo, aunque no sabía cual.
Dos años después lo sigo pensando. Creo que la pandemia podría gradualmente cambiar la globalización, o al menos una parte de ella.
Primero, ¿qué es la globalización?
Es una mayor integración en el mundo. En términos amplios significa que las fronteras entre países se vuelven cada vez menos limitantes: las ideas, tecnología, cultura, personas, servicios y mercancías pueden ir de un lado a otro.
Una parte clave de la globalización es el comercio de bienes y servicios entre países, que tiene un sustento económico muy poderoso: la ventaja comparativa.
Un país tiene ventaja comparativa en la producción de los bienes y servicios que le cuesta menos producir, relativa a otros países.
El concepto aplica para personas también. Supongamos que Arnulfo hace zapatos muy chidos. Se tarda 8 horas en hacer un par de zapatos y los vende en 1,000 pesos. Para poderlos vender, necesita una página web, entonces llama para que le coticen una. El experto le dice que le cobra 10,000 y se la entrega en 4 días.
Por un breve momento Arnulfo piensa “úquela, ¡qué caro! mejor la hago yo”, pero luego calcula si se dedicara a hacer la página en lugar de hacer zapatos, deja de ganar 60,000 pesos porque a él le va a tomar más tiempo hacerla, desde que aprende hasta que la deja lista. Eso significa que pedirle a alguien que le haga la página le ahorra 50,000. Con la misma lógica, al experto en páginas web tampoco le conviene ponerse a hacer zapatos.
A nivel país pasa lo mismo: cada país, como un todo, puede producir y consumir más si se dedica a lo que puede y sabe hacer mejor; a lo que tiene ventaja comparativa. Cuando lo hace, se dice que se vuelve más eficiente.
Ojo que digo “como un todo” porque dentro del país hay quien gana y hay quien pierde, y los que pierden pueden perder mucho.
El principio de ventaja comparativa explica por qué lo que se produce en el mundo se ha hecho cada vez más eficiente. La especialización ha avanzado tanto que muchos países pueden participar en la producción de un solo producto (el iPhone se produce en más de seis países). A esto se le conoce como la cadena global de suministro, y así es como China se convirtió en la principal fábrica del mundo.
Dos siglos de globalización en la historia
Los expertos en el tema identifican dos grandes olas de globalización: una entre 1800 y el comienzo de la primera guerra mundial, y otra a partir del final de la segunda guerra mundial a la fecha. Gracias a los avances tecnológicos, la globalización avanzó mucho más rápidamente durante la segunda. No estamos hablando de una tasa de crecimiento cualquiera: el comercio mundial se multiplicó por seis durante esas seis décadas.
En cambio, entre 2011 y 2020 el comercio mundial se redujo.
Son varias las razones de la reducción del comercio entre 2011 y 2020, casi todas políticas: el Brexit en 2016, el deterioro en las relaciones comerciales de Estados Unidos con sus socios comerciales, especialmente China, que también comenzó en 2016, la pandemia del COVID en 2020 y la guerra en Ucrania en 2022.
Los datos de 2021 y 2022 no se han publicado, pero probablemente veamos que el comercio se recuperó algo esos años. De todas formas, hay razones para pensar que la tendencia siga hacia un menor comercio por varios años.
Fragilidad: Una desventaja de la globalización
No es extraño que el comercio mundial caiga en años de crisis: cayó durante las dos guerras mundiales, incluyendo la gran depresión. También cayó temporalmente en la crisis de los años 80 y la de 2008.
¿Esta vez es diferente? Seguridad sobre eficiencia
Pero la crisis del COVID expuso un problema que tienen las cadenas de suministro “ultra eficientes”: son muy delicadas. Si se complica una parte del proceso, por pequeña que sea, se complica toda la producción, y en todo el mundo.
Un ejemplo bien conocido son los microchips, o semiconductores. Dado que casi el 90% de su producción está concentrada en 8 empresas asiáticas (65% en la empresa taiwanesa TSMC), cuando hubo complicaciones para producir chips, la producción de prácticamente todos los electrónicos en el mundo se retrasó. Es por eso que, por ejemplo, no había autos disponibles para comprar.
Desde que el COVID expuso estos problemas, para muchas empresas se volvió prioritario hacer que su producción sea capaz de sobreponerse a momentos críticos: que sus cadenas productivas sean más resilientes, aunque eso implique hacerlas menos eficientes.
Hay muchas formas de lograr esto, por ejemplo buscando proveedores alternativos para no depender de uno solo. Un productor de aeronaves Chilenas que compra una pieza a China podría empezar a comprarle también a Vietnam, cosa de no parar su producción si China vuelve a declarar cuarentena.
Otra forma es tratando de acercar la producción al consumidor final. Un productor de autos en Estados Unidos podría preferir mover sus fábricas desde China a México (esto se conoce como “nearshoring”), o incluso a Estados Unidos (“onshoring” o “reshoring”), aunque sea más costoso, con tal de poder controlar lo más posible que no haya problemas en la producción de sus partes.
De hecho, un análisis de Bloomberg identificó que en el segundo trimestre de este año 181 compañías mencionaron los términos nearshoring, reshoring u onshoring en sus presentaciones. Cuando todavía no se presentaban los cuellos de botella en las cadenas globales de producción, en el primer trimestre de 2020, este número era 15.
Esta reorganización de las cadenas de producción podría limitar el crecimiento de China en el comercio mundial durante las próximas décadas.
Eso sí, cualquier potencial reacomodo de las cadenas de suministro globales sería muy gradual. Se necesitan inversiones que toman años, si no décadas. Además, podría incluso no haber tal reacomodo; hay quien piensa que las intenciones de nearshoring u onshoring van a pasar y se van a olvidar, y la eficiencia va a perdurar.
Pero hay indicios de que estas intenciones podrían ya haber empezado a materializarse. Por ejemplo, el valor de la construcción en el sector manufacturero en Estados Unidos, medido en dólares, creció cerca de 20% en junio, más que en cualquier otro sector.
Los efectos estructurales del reacomodo en las cadenas de producción global
¿Por qué nos importa la potencial reorganización de la producción global? Porque podría tener efectos estructurales en las economías. Voy a mencionar tres. El primero de ellos es que las cadenas menos eficientes por definición son más costosas, y eso podría significar que en los próximos años veamos tasas de inflación más altas que en el pasado, aunque no estamos hablando dos veces más altas. Como dije, cualquier efecto va a ser muy gradual.
El segundo es el crecimiento económico. Si las empresas quieren acercar la producción de los bienes a donde está el consumidor final, entonces quién esté geográficamente más cerca de grandes consumidores podría verse beneficiado. México es un buen ejemplo, aunque aprovechar este potencial también requiere otras condiciones.
Y el tercero podría ser un efecto redistributivo. Hay estudios que sugieren que los que pierden con el comercio internacional son los trabajadores menos calificados. Bajo este argumento, podríamos pensar que ellos mismos serían los más beneficiados de una menor interconexión comercial.
A dos años de que inició la pandemia, me va quedando un poco más claro cuáles podrían ser esos cambios estructurales que sospechaba en marzo de 2020. La globalización y la integración productiva no van a desaparecer, pero seguramente tendremos que cambiar nuestra forma de entenderlas.