Ya es común, a estas alturas del periodismo, que alguien se infiltre para conocer un mundo que le es ajeno, entregando fragmentos de otras vidas a las que no tenemos acceso; haciéndose cargo del voyerismo de los otros, o en el mejor de los casos denunciando prácticas que nos parecen inhumanas. Así en la guerra, en la guerrilla, en la marginalidad, alguien se infiltra para mostrarnos lo que no vemos. La pionera del periodismo encubierto fue una mujer. Lo sabemos ahora que hay un amplio rescate de textos femeninos-feministas, que saldando una deuda histórica nos acercan a una desconocida verdad para los lectores.
Elizabeth Jane nació en un pequeño pueblo de Pensilvania, teniendo una azarosa vida que la llevó a Pittsburg. Años más tarde, una misógina columna que apareció en un diario fue aquello que la haría salir del anonimato. Se titulaba “Para qué sirven las mujeres”, hecho que la motivó a enviar una encendida réplica titulada “Una huérfana solitaria”, firmada como Cochran, que generó profundo interés por su calidad y visión. El editor de Pittsburg Dispacht, George Madden, le ofreció trabajo y desde ahí comenzaría a escribir con el seudónimo Nellie Bly. Las cosas no tuvieron un vuelco demasiado relevante al encargarse de artículos de moda y frivolidades, hasta que en USA, se volvió una agente notable del periodismo de investigación. Simuló estar loca para ingresar a un asilo de teóricas dementes, durante diez días, para conocer íntimamente los límites de la cordura.
Hay un dicho muy antiguo que señala “No están todos los que son, ni son todos los que están” que se refiere a que muchos de los internos son ingresados por motivos diferentes a la locura, y que incluso, varios psicópatas ocupan cargos de poder en la vida denominada normal. Leer demasiado, como les pasó a los personajes del Quijote o Emma Bovary, una ruptura amorosa abrupta, adicciones no tratadas y la transgresión de la norma relativa a la moral urbana, fueron motivos frecuentes de internación en centros que parecían de tortura más que de terapia psicológica. Puede parecer un síntoma de insanidad ir a tocar por voluntad propia las puertas de un psiquiátrico. Nellie Bly, en el afán de vivir en carne propia la desolación de estos centros, puso a prueba su propia cordura.
El primer obstáculo que debió sortear fue la creación de su papel teatral. Buscar en ella misma señales inequívocas que pudieran ser leídas por médicos y enfermeras, como antecedentes suficientes para verla como un peligro para la sociedad. Caminó por la calle con el aspecto de las jóvenes soñadoras e ilusas que había visto retratadas por hombres en las galerías de arte, ingresó a una pensión para jóvenes pobres, habló de baúles perdidos, se inventó otra nacionalidad, hasta que el relato fue convincente para ser internada en el hospital de Bellevue y posteriormente ser trasladada hasta la siniestra Isla Blackwell, donde comprobó de primera fuente la inanición, la violencia a la que eran sometidas las mujeres en ese contexto, exponiendo las crueles injusticias del sistema, lo que la llevó a gran notoriedad, iniciando a las llamadas “stunt girls”: jóvenes que escandalizaron a la sociedad de la época, contando historias consideradas no apropiadas para las señoritas.
Diez días en un psiquiátrico es el relato vivo de esas otras voces invisibles, que, a través de la voz de Bly, salen de ese triste reducto donde fueron castigadas por pobreza, tener ideas propias, amar demasiado y perderse, o tan solo no tener una red de apoyo en contextos emocionales difíciles.
Diez días en un psiquiátrico, Nellie Bly, Alquimia ediciones, 2021.