A principios de este año, creé un desafío en Goodreads donde el plan era leer siete mujeres, solo ficción. La aplicación te deja, muy en la onda gringa, crear tu New Year’s Resolution en relación a la lectura. No es que puedas explorar los desafíos de los demás usuarios y elegir a cuál unirte, sino que solo crear el tuyo, en tu intimidad, y tratar de cumplirlo (o no). Y en esa misma línea fue que decidí hacer mi resolución de este año leyendo al menos siete libros de ficción que fueran escritos por mujeres.
No sé si conocen la aplicación, pero ha sido buena para el mundo de la literatura por varias razones. Una de ellas es que el gremio es tan humanista que casi no existe data respecto a la lectura. Por ejemplo, gracias a Goodreads, The Guardian pudo determinar que los hombres leen menos a autoras mujeres, que las mujeres a autores hombres. Y los que las leen, puntúan en general mejor los libros escritos por mujeres que por hombres. Este tipo de dato nunca ha existido en literatura y es genial tenerlo a mano.
¿Quién es Mariana Enríquez?
En este contexto es que ya hace un tiempo que estoy atascada con Mariana Enríquez, argentina que escribe cuentos de terror. Esta autora nació en 1973 en Buenos Aires, y Las cosas que perdimos en el fuego es su primer libro publicado en Europa. Una compilación de relatos breves que, si tuviese que ponerle una nota, le pondría una baja.
Puede que suene loco, Enríquez es de las autoras más influyentes en Latinoamérica actualmente (la nota de goodreads de este libro es 4.07 de 5), pero es común que los libros de cuentos se vuelvan un poco tediosos porque ponen en evidencia las fórmulas de los autores y su reiteración (salvo que seas Lispector o Borges). Y como tal, considero que este libro no se salva de hacer uso de este patrón.
Estas son opiniones personales. Pero hay algo más que se debe tener en cuenta con Enríquez, especialmente si los lectores somos latinoamericanos.
Mariana Enriquez y el terror latinoamericano
Para mí, lo interesante en esta autora está en los temas de los que decide escribir: realismo y terror; y su tratamiento. Con Enríquez hay algo diferente, que se refleja en el hecho de que nunca toma prestada la fantasía para llegar a causar terror en sus relatos. Y es que acude a la marginalidad de nuestras ciudades y sociedades para generarnos horror. Las historias son realistas, retratan barrios empobrecidos en relación a la gentrificación de otros, o personajes que viven como indigentes en el bandejón central de una calle. Y todo ese terror que supura naturalmente del escenario presentado, tiene su opuesto en la racionalidad, en quienes interactúan en este ecosistema de marginalidades con total naturalidad. Quienes se afectan por lo que sucede en el entorno, están locos.
«Pero cuando se asomaron juntos para espiar el patio del vecino, la cadena no estaba más, ni el chico ni su pierna ni su pie. Paula chistó, pero lo único que consiguió fue que apareciera Eli, maullando contenta, creída de que la llamaban para darle de comer. Miguel hizo lo que Paula más temía,
—Estás loca—dijo, y bajó»
Personalmente, me parece que es una técnica válida para llegar a causar terror, llegando a ser una crítica ácida al capitalismo y nuestras sociedades actuales. Pero, ¿no es eso algo cliché? Es importante tener en cuenta que, de un tiempo a esta parte, los lectores o espectadores latinoamericanos nos hemos hecho fanáticos de participar como espectadores en las atrocidades de nuestros países.
Nos sentamos a ver noticieros que repiten infinitamente crímenes que suceden a diario en nuestra ciudad, o buscamos en Twitter qué sandez ha dicho esta vez el político de turno para criticarlo sin clemencia. Nos escandaliza lo que vemos, estamos ofendidos. Así en televisión, redes sociales, y en este caso, en la literatura: el narcotráfico, personas en situación de calle y las drogas se vuelven temas tan inmensamente relevantes para lo que consumimos, y quizá, también para Enríquez.
Esta compilación son cuentos que se pueden leer desde las relaciones de clase, el patriarcado o como crítica al capitalismo actual. Sin ir más lejos, el último relato “Las cosas que perdimos en el fuego”, es una distopía donde el patriarcado sigue mutilando mujeres, a tal punto, que deciden quemarse a lo bonzo como signo de protesta.
Lo que encontré en este libro es algo que, como espectador de este siglo, ya se me ha presentado en varios formatos. Por lo mismo, es tiempo de pasar a otro libro.