Hay expectativa en torno a El lugar de la otra, la transición a la ficción de nuestra documentalista más reconocida actualmente. Después de La memoria infinita hace tan solo un año, Maite Alberdi recrea, de la mano de Netflix y Fábula, un caso real que remeció Santiago en los años 50s.
La escritora María Carolina Geel, a plena luz del día y en un restaurante lleno de gente, disparó cinco veces hasta matar a su esposo. Luego fue recluida a una casa de monjas a esperar su sentencia. Pero la película no es su historia, o solo tangencialmente. La decisión es la de narrar desde un personaje ficticio, Mercedes (Elisa Zulueta), secretaria del juez que lleva el caso.
Y, a través de ella, con tintes de melodrama y película de crimen, se busca hablar del lugar de las mujeres de la época.
Una habitación propia
Mercedes tiene dos hijos adolescentes y vive en una casa de clase media baja. Cocina diligentemente cada comida y por las noches intenta dormir mientras su esposo ronca. Es el tipo de vida que se supone que tiene que tener, combinado con un empleo de secretaria en el que el machismo ocasional no diluye sus ganas de trabajar. Si cualquiera le pregunta, seguramente respondería que está contenta.
Y luego el asesinato. Nadie sabe por qué María Carolina Geel (Francisca Lewin), una intelectual exitosa de la clase alta chilena, hizo lo que hizo. La escritora nunca lo reveló. Pero desde el primer momento en que Mercedes la ve, queda fascinada con ella. No es solo por su elegancia y el misterio que la rodea, parece ser otra cosa.
A Mercedes le dan la llave del departamento de Georgina –el nombre real de la escritora– para buscarle ropa mientras espera su sentencia. Y, cuando entra al departamento amplio, luminoso y lleno de libros, vuelve a fascinarse. Todos hemos sentido esa sensación extraña, física, al invadir espacios ajenos o vacíos. El morbo de saber que hay un lugar que no debiésemos estar ocupando. Pero de nuevo, lo de Mercedes parece no ser solo eso.
Es más lo que Virginia Woolf definía como la habitación propia, un espacio de autonomía social y económica (que Georgina tiene, pero no Mercedes) para que la mujer pueda ejercer su independencia. Según Woolf, solo así se puede alcanzar la libertad intelectual y creativa. Y Mercedes empieza a frecuentar el espacio, a espaldas de todo el mundo, y cambia la exasperación silenciosa que vive en su casa, rodeada de hombres que no registran sus sentimientos, por algo distinto. Algo que no tiene que ver con nadie más que con ella. Algo que va más allá de los lujos pero también los incluye.
Mercedes se pone el maquillaje y la ropa de Georgina y eso pareciera ser lo único que los hombres a su alrededor notan cuando va a trabajar. Pero hay algo más importante que está cambiando en ella, y es ese algo al que puede acceder a través de la lectura, el descanso y el tiempo de ocio. Bueno, finalmente sí se trataba de lujos.
La búsqueda de la independencia de una mujer
En paralelo, el caso de Georgina avanza. Un coro de rostros conocidos para los espectadores chilenos dan su testimonio y especulan: lo hizo por celos, era mala, todos sabían que esto podía pasar.
Y Mercedes tiene su propia conjetura: “yo no creo que esté loca, yo creo que se hace” es casi la única reflexión que se formula respecto a la motivación de la escritora. En Las homicidas, novela de Alia Trabucco Zerán que sirvió como referencia para esta película ya que aborda asesinatos cometidos por mujeres chilenas en el siglo XX, se cuestiona lo complejo de poner a la mujer en el lugar de la victimaria en un momento de la historia cuando son los femicidios los que son más urgentes de tratar.
Pero El lugar de la otra no ahonda en eso. No pareciera importarle el por qué, o preocuparle lo que hizo. Le parece interesante su semejanza con el crimen cometido unos diez años antes por María Luisa Bombal, que disparó a su amante en el mismo hotel en que Geel parece rendirle homenaje. Pero no se enfoca en las implicancias políticas de tener una mujer como autora de este crimen ni tampoco hipotetiza sobre sus motivaciones, que hasta el día de hoy son confusas.
El presidente Carlos Ibáñez del Campo termina otorgándole un indulto que la libera, después de presión de intelectuales en distintas partes del mundo, la más notable siendo Gabriela Mistral. Y la película tampoco aborda el tratamiento de la prensa hacia Geel ni examina los privilegios de los que ella gozaba debido a su clase social.
Y podríamos quedarnos en todas las aristas que la película no explora. Podríamos hacer comparaciones con los documentales previos de la directora (su atención a los detalles, sensibilidad pop y una búsqueda por entender los mundos internos de sus personajes), pero no viene caso. El lugar de la otra se siente como si viniera de otro lado, no de la investigación rigurosa por años a partir de personajes cercanos o una temática que le afecta personalmente.
La mano de Netflix, para bien y para mal, se nota. Claramente hay concesiones creativas y artísticas en juego que le impiden profundizar y acortan su alcance en pos de ser la versión más accesible de esta historia.
Pero quizás su misma ambición no es la de pretender ir más lejos. Porque en vez de agudizar todos los temas que podrían haber constituido el comentario del el rol de la mujer en esa época, opta por situarse firmemente sobre uno: la necesidad de una mujer de encontrar su espacio, tenga la forma que tenga, por más limitado que sea, y aunque no sea originalmente suyo.
Nota de riesgo: Es una película precisa y clara, pero nada en su forma ni en su temática proponen algo arriesgado. Conservadora.