¿Qué pasaría si encontráramos un hongo capaz de revertir cualquier mal, sanar heridas y devolver vida? En un mundo donde las aseguradoras de salud cada vez se hacen más ricas e incluso casos extremos como el de Luigi Mangione encuentran respaldo, queda claro que un hallazgo así solo traería más problemas.
Efectos secundarios, una miniserie de Adult Swim que acaba de terminar de emitir sus diez capítulos por Max, se suma a la tradición de la animación para adultos que busca hacer crítica social y explorar algunos de nuestros aspectos más oscuros. Pregunta si hay una forma de brindar salud en masa sin la corrupción que ese poder traería.
Los protagonistas, antes de que se meta el FBI y las grandes farmacéuticas, son dos excompañeros de universidad que se topan después de muchos años. Él es Marshall, un genio idealista que en una de sus investigaciones en Perú dio con el famoso hongo que puede curarlo todo. Su plan con él es hacer testeos responsables que eventualmente puedan llevar a salvar el mundo.
Ella es Frances, y tiene seguros médicos, deudas estudiantiles, departamento estrecho y una madre enferma en un asilo que no ha terminado de pagar. Su mayor sueño es darse un baño de tina. Es por estos esfuerzos que justifica el trabajar para una Farmacéutica Malvada. Y cuando se encuentra con Marshall y entiende el potencial del hongo, ve en él una forma de distribuir el bien a todo el mundo. Y beneficiarse económicamente en el proceso.
Cuando Marshall tiene que darse a la fuga, se involucran distintas fuerzas con sus propias agendas: empresarios que no quieren que el producto salga al público, gente común que quiere ayudar a sus familias, un par de detectives excéntricos que poco a poco se dan cuenta de su lugar en la pirámide.
Todos quieren ese hongo por sus propias razones, algunas mezquinas y ambiciosas, otras simplemente prácticas. Existe el romanticismo de salvar el mundo, pero también el cinismo de entender que estamos condenados a destruirlo. Así como creamos las farmaceúticas con fines científicos y sociales, las hemos convertido en máquinas de sacar dinero a costa del sufrimiento humano. Nuestro propio bienestar siempre por encima del bienestar común.
Especulación política, crisis sanitaria y psicodelia fungi
El desafío era importante: crear una serie contingente que no redujera todo a blancos y negros, con personajes que representan posturas éticamente complejas y que podemos odiar para luego entender. Todo en un tono surrealista, invocando al cómic underground de antaño, mezclado con humor poco gratuito que nace de las idiosincrasias de sus personajes y los puntos de vista en juego. Con un poco de romance y psicodelia.
Una mezcla arriesgada que no deja de lado el entretenimiento. Se mete de lleno en el género thriller, las conspiraciones y las persecuciones de acción, pero no cae en el sensacionalismo porque prioriza, en el fondo, cómo su premisa imposible es algo que pondría en jaque el mundo como lo conocemos.
Y al no perder ese compromiso con la verosimilitud es que Efectos secundarios se vuelve una historia importante, o al menos una hipótesis digna de considerar. Porque señala las contradicciones de un sistema donde la vida humana busca defenderse, pero en el que hemos normalizado que eso tiene un costo. El hongo azul, la salud universal accesible, no es gratis ni posible, pero quizás cuánto hay de voluntad en eso.
Así, en tiempos donde la desinformación y las teorías conspirativas sobre la salud pública están a la orden del día, Efectos secundarios logra casi tanto como ambiciona. Hace una crítica al sistema sin caer en el panfleto, muestra las contradicciones de un sistema sin negar quienes lo crearon en primer lugar, da visibilidad a los afectados y sus propias agendas y se atreve a dar un poco de esperanza, entendiendo el camino difícil que nos puede llevar a ella.
Como en las mejores ficciones distópicas, lo que queda flotando no es lo impensable de su premisa, sino cuánto de su lógica ya rige nuestras vidas.
Nota de riesgo: arriesgada.
