Bienvenidos al Libro de la Semana, un espacio donde recomendaremos libros para seguir avanzando en lo económico y lo financiero. Este texto está basado en el capítulo de mi podcast Contrapunto. Así que si prefieres escuchar que leer, ponle play.
En esta ocasión, quiero hablarles de un artículo que, aunque fue publicado hace más de 30 años, sigue siendo increíblemente relevante. Se trata de "Myopic Loss Aversion and the Equity Premium Puzzle", escrito por Richard Thaler y Shlomo Benartzi en mayo de 1993.
Cuando lo leí por primera vez, me pareció fascinante porque ofrece una perspectiva distinta sobre cómo invertimos y, sobre todo, sobre cómo evaluamos nuestras inversiones. El artículo fue publicado por el National Bureau of Economic Research (NBER), una institución reconocida por datar los ciclos económicos en Estados Unidos.
La premisa principal del artículo es analizar por qué las acciones han ofrecido históricamente un rendimiento mucho mayor que los bonos, incluso después de ajustar por inflación. Al observar datos desde 1889 hasta 1978, los autores concluyen que las acciones generaron un rendimiento real promedio cercano al 7%, mientras que los bonos solo un 1%. Esta diferencia del 6% representa la “prima de riesgo de las acciones” (equity premium), es decir, la recompensa adicional que los inversionistas exigen por asumir el riesgo de invertir en renta variable en lugar de renta fija.
Sin embargo, si nos basamos en los modelos económicos clásicos, esta diferencia tan grande requeriría una aversión al riesgo desproporcionadamente alta, mucho mayor de lo que se observa en la realidad. Thaler y Benartzi concluyen que algo no cuadra en esta lógica y proponen otra explicación: la combinación de dos conceptos de la teoría de las perspectivas (prospect theory): la aversión a la pérdida y la evaluación frecuente de los portafolios.
La aversión a la pérdida implica que las personas sienten más intensamente las pérdidas que las ganancias equivalentes. Y la evaluación frecuente del portafolio —es decir, revisar muy seguido el desempeño de las inversiones— intensifica esa sensación de pérdida, aunque esta sea pequeña. Esta combinación genera una visión cortoplacista que lleva a los inversionistas a exigir mayores retornos para compensar ese malestar emocional frecuente.
Este fenómeno se vuelve aún más relevante hoy en día, cuando es posible revisar el portafolio en tiempo real desde un celular. Cada baja diaria, por mínima que sea, puede generar ansiedad o una sensación de fracaso. En cambio, la renta fija no se percibe igual, ya que es más difícil cuantificar de forma inmediata cuánto se gana o se pierde con una variación en las tasas de interés. Las acciones, en cambio, muestran claramente si se gana o se pierde dinero, porque el precio sube o baja, y esa información está fácilmente disponible.
El artículo muestra que si los inversionistas evaluaran su portafolio solo una vez al año, en lugar de todos los días o cada hora, podrían tolerar mejor la volatilidad y no necesitarían pedirle al mercado una prima tan alta por invertir en acciones. De hecho, los autores modelan escenarios en los que la frecuencia de evaluación disminuye —por ejemplo, revisar cada 1, 5, 10 o 20 años— y muestran que, entre menos frecuente es la evaluación, menor es la prima de riesgo que se exige. En otras palabras, mientras menos te obsesiones con revisar cómo van tus inversiones, menos te van a parecer riesgosas.
Para ilustrar esto, el autor propone un ejemplo extremo: imagina a una persona que cae en coma justo cuando Donald Trump asume la presidencia de Estados Unidos y se despierta en julio. Al revisar su portafolio verá que, en términos generales, todo sigue más o menos igual. En cambio, quien estuvo despierto y revisó cada día el S&P 500, vivió un carrusel emocional con caídas del 15% y posteriores recuperaciones. Ambos terminaron en el mismo punto financiero, pero con percepciones de riesgo completamente distintas. Y esa diferencia en la percepción tiene consecuencias: quienes revisan más seguido su portafolio tienden a tener menor exposición a renta variable y, por tanto, obtienen menores retornos en el largo plazo.
En resumen, el artículo sugiere que la clave no está solo en la tolerancia al riesgo, sino en cómo lo percibimos según qué tan seguido miramos nuestras inversiones. En la era de las apps y la información en tiempo real, esta reflexión cobra más fuerza que nunca. Nuestra capacidad de revisar todo al instante nos vuelve hipersensibles al riesgo, lo que puede llevarnos a exigir rendimientos poco realistas o a evitar inversiones que, con una perspectiva de largo plazo, serían convenientes.
Es un artículo breve, de unas 20 páginas a doble espacio, muy fácil de leer y altamente recomendable. Así que no se queden con este resumen: búsquenlo, léanlo, y reflexionen sobre cómo sus propios hábitos de inversión pueden estar influyendo en sus decisiones sin que se den cuenta.