Puede que no conozcas a Julio Torres, el guionista, director y actor salvadoreño que la está rompiendo en Hollywood. Quizás había que esperar que la industria y el contexto estuviesen más abiertos o hambrientos del tipo de historias que él ofrece: una mirada completamente creativa que logra introducir su perspectiva migrante y queer en historias graciosas, ridículas y tiernas.
Después de hacer algunos sketches icónicos de Saturday Night Live, este año estrenó su película Problemista (con Catalina Saavedra) y recientemente Fantasmas, una serie única y la más original del 2024.
Problemista, Los Espookys y SNL, Julio Torres antes de Fantasmas
Después de vivir en El Salvador y mudarse a Nueva York para estudiar con una beca, Torres empezó a trabajar como guionista en distintos proyectos televisivos. Entre ellos se destaca su paso por Saturday Night Live, donde hizo algunos de los cortos más icónicos del último tiempo del programa.
Emma Stone como una actriz tomándose muy en serio su cameo en una porno gay:
Ryan Gosling teniendo un brote al descubrir que la película Avatar usó una tipografía básica en su poster:
Son ideas muy tontas, pero lo que las distingue y las hizo populares es el nivel de compromiso y seriedad con la que se interpretan y lo lejos que llevan una premisa absurda. Son aspectos que Torres luego profundizaría, y que su paso por SNL le permitió practicar, le dio exposición y le presentó a actores y productores influyentes que luego lo ayudarían.
Cuando pudo hacer su primera serie, llegaron Los Espookys, un producto curioso, donde se mezcla lo fantástico con lo cotidiano en una comedia de un grupo de amigos que crean situaciones terroríficas para sus clientes.
Lo interesante es algo que debería ser normal pero se siente fresco en esa industria: en ningún momento Torres tuvo que ocultar que es gay o migrante para ser aceptado, sino que su diferencia fue bienvenida y celebrada. Su sexualidad e idioma eran parte del proyecto y así seguiría siendo. Como cuando debutó en la dirección.
Aprovechando el impulso, dirigió su primer largometraje: Problemista, en el que también abrazó todas sus idiosincrasias para crear algo único.
En Problemista, Julio dirige, escribe y protagoniza, haciendo de Alejandro, un joven que migra con un sueño pero se lo puso lo más difícil posible: no podría haber ido a un país amigable con los extranjeros, fue a Estados Unidos. Y no podía haber elegido un objetivo alcanzable, lucrativo o tradicional, sino que quiere diseñar juguetes.
Termina trabajando para una gestora artística loca y avasalladora que interpreta Tilda Swinton en su versión más exagerada, pero que Alejandro tiene que soportar para que ella lo pueda patrocinar y se quede legalmente en el país.
Teniendo esa trama como base, lo que hace Torres es dotar cada escena de particularidades y recursos, meterles fantasía, originalidad y rarezas. Desde la voz en off de Isabella Rossellini a secuencias oníricas que exacerban la realidad, maximiza con creatividad un cuento sencillo que puede identificar a personas queer, migrantes o a todo el mundo que se sienta pasado a llevar y tenga un sueño.
Y muchos de estos elementos se mantendrían en su último proyecto, la serie de HBO Fantasmas.
Fantasmas es una serie diferente a todas las que hayas visto
Pero en Fantasmas parece haberle dado aún más rienda suelta a su imaginación. Hay un sentimiento apocalíptico en ella, que satiriza los niveles de deshumanización a los que nos ha llevado el individualismo capitalista.
En este contexto, Julio hace de Julio, que esta vez tiene un poco más de poder: trabaja como una mente creativa, asesorando empresas desde su sensibilidad única. Y la trama es muy sencilla: tiene que recuperar un aro que se le cayó en una fiesta.
Con eso como excusa, y una hipocondría desatada, se mueve por una ciudad construida de sets y espacios vacíos encontrando distintos personajes particulares que parecen operar en su propia frecuencia.
Todo se siente falso, desde los andamios que develan que estamos en un estudio hasta las actuaciones exageradas de los personajes, lo que crea un efecto de alienación y distanciamiento que solo hace que todo sea más fascinante.
Además, la serie abandona su trama frecuentemente, yéndose en tangentes narrativas que terminan formando sus propias microhistorias, como si fuesen cortos de Saturday Night Live. Si alguien ve la tele, entramos a ese programa por un buen rato y eso se vuelve prioridad. El protagonista hace una llamada al banco y luego fantasea con la vida de la persona que le contesta por cinco minutos.
Julio Torres claramente ha tenido que trabajar en servicio al cliente y se ha demorado más que sus contrapartes gringas en llegar a donde está. Y eso lo ha hecho utilizando sus particularidades como su mayor atributo.
En la serie, cuando Julio tiene que hacer un pitch de un crayón color transparente (“a veces las cosas son diferentes y eso está bien”), o cuando hace un sketch defendiendo la letra Q (“su problema es que es demasiado rara demasiado pronto en el abecedario”), entendemos que está hablando de sí mismo.
Y de que estamos acostumbrados a las historias de neoyorquinos blancos y jóvenes que no saben qué hacer con sus vidas, pero hay otras realidades más allá. Que han sido ignoradas por mucho tiempo, pero que ahora el contexto cultural se atreve a darles cabida. Puede que sea una cuota, un afán integrador o que realmente hayan entendido la necesidad de otras narrativas.
Pero lo importante es que al fin se le está dando espacio a voces como la de Julio Torres, que a punta de talento y tenacidad ha llegado al lugar que merece y ha sacudido con chispeza la noción de lo que puede y no puede hacerse, para mostrarnos algo diferente.
Nota de riesgo: es más inaccesible que lo que ha venido haciendo antes, toma riesgos formales y de seguro habrá gente que quede al margen de este sentido del humor. Pero eso mismo es lo que la hace fascinante, aunque sea una apuesta arriesgada.