En China hay toda una generación que nunca había visto protestas generalizadas en su país. Hasta este fin de semana recién pasado.
En los últimos días, personas de diferente edad y condición, en varias partes del país, han salido a protestar contra las estrictas medidas impuestas por el gobierno para controlar el COVID.
Las protestas han sido pacíficas y, para alguien de este lado del hemisferio, podrían parecer chicas; no son las manifestaciones de cientos de miles de personas que estamos acostumbrados a ver. Pero para los estándares de China, este episodio dice mucho.
Desde los icónicos hechos de la plaza de Tiananmén, en 1989, que no había protestas a nivel nacional. Una razón es que el boom de su economía, impulsado por los frutos de las reformas económicas estructurales de 1978, y de la incorporación del país a la organización mundial del comercio en 2001, llevó a una mejora importante en los estándares de vida. Esto trajo una gran aceptación de las políticas del gobierno. Hasta la pandemia, cuando el COVID remeció los cimientos de un edificio que parecía tremendamente sólido.
Además, el alto grado de censura y represión dificulta que la gente proteste, y también las mismas restricciones sanitarias.
Hoy en día, mientras la mayor parte del mundo está tratando de ajustarse a una “nueva normalidad”, una estrategia que busca aprender a vivir con el virus, China sigue con la estrategia de cero tolerancia al COVID que adoptó desde el principio de la pandemia.
Las medidas anti-covid en China
La Universidad de Oxford creó un índice, que usa nueve métricas (cierres de escuelas, cierres de lugares de trabajo, cancelación de eventos públicos, restricciones a las reuniones públicas, cierres de transporte público, imposiciones de quedarse en casa, campañas de información pública, restricciones a los movimientos internos y controles de viajes internacionales) para calcular, de 1 a 100, qué tan rigurosas son las medidas impuestas por el gobierno. Según este índice, China es el país del mundo con las medidas más estrictas.
Además, la estrategia “COVID cero” también tiene un alto costo para la economía: es probable que les haya significado perder cerca de 2 puntos porcentuales de crecimiento, o incluso más.
De este lado del mundo nuestras vidas se asemejan cada vez más a lo que eran antes del COVID, pero China está lejos de eso, y mucha gente ya está cansada. Además, no parece que la estrategia esté dando resultado.
Y aunque el movimiento fue inicialmente motivado por las restricciones, las demandas se expandieron rápidamente a temas más amplios.
Incluso hay demandas (aisladas) para que el presidente, Xi Jinping, abandone el poder, recién a un mes de que fue confirmado para un tercer mandato de 5 años. Esto es, por cierto, algo que no sucedía desde que el emblemático ex-presidente Mao Zedong estuvo en el poder de por vida, y que alimenta temores de que Xi pretenda lo mismo.
Hasta ahora, las políticas internas de China no han repercutido gravemente en los portafolios globales de inversión, en particular, fondos diversificados de inversión y de pensiones. La razón es que, a pesar de ser la segunda mayor economía mundial, su mercado bursátil suele no representar más de un 5% en los índices de mercado globales. Eso sí, la política de COVID cero podría reavivar los problemas en las cadenas globales de producción, desde, por ejemplo, retrasos en la producción de iPhones, hasta una menor demanda por los insumos básicos, como el cobre, algo que podría impactar a Chile.
El mundo está atento a qué podría resultar de todo esto. Lo bueno es que las autoridades han relajado algunas restricciones en respuesta a las protestas. Esperemos que esta flexibilización continúe.