Ohana significa familia, hasta que un remake de Disney cambia el final de tu clásico animado favorito y lo hace perder su significado original.
La nueva película de Lilo & Stitch, que llega 23 años después de la animada, está siendo criticada por cambios que alteran el legado de la entrañable película original.
El problema es que Disney se está metiendo con la nostalgia de una generación (bueno, y también que a la gente le gusta alegar por internet) y prácticamente desde que empezó con esta tendencia de recrear películas animadas en live-action, todos sus estrenos han enfrentado algún nivel de crítica. La pregunta es por qué lo sigue haciendo. Y si tiene que ver solo con ganar plata.
La defensa de Disney
Todo empezó con Alicia en el país de las maravillas. Pero la siguieron La cenicienta, El libro de la selva, El rey león, Dumbo, Mulán, La sirenita y varias más. Al parecer Disney no iba a dejar clásico sin adaptación, por más impopulares que fueran los resultados.
¿Cómo defendía la estrategia la marca? Llamando a los remakes “reinterpretaciones contemporáneas” que necesitaban actualizar sus valores, miradas y contextos para seguir siendo relevantes para las nuevas generaciones.
“Queremos honrar los clásicos, pero también contar estas historias de manera que reflejen el mundo actual”, han declarado en varias ocasiones productores y ejecutivos de la empresa.
Esto también les ha permitido responder a la presión por mayor representación en la cultura pop, incluyendo personajes más diversos para conectar con una audiencia más amplia.
Hasta ahí todo suena noble y lógico y hasta pareciera ser cierto. Pero la verdad es que aunque no lo digan, Disney no haría nada de esto si no fuese una fórmula comercial infalible.
Su enorme catálogo de propiedad intelectual les permite rentabilizarlo para obtener ingresos constantes con bajo riesgo. Al ser historias ya conocidas y queridas, es más fácil atraer público masivo y generar un impacto comercial sostenido.
Y la verdad es que funciona, porque mantiene al conglomerado entero bien aceitado: entre cine, streaming (Disney+), parques temáticos y merchandising. Desde La dama y el vagabundo hasta Peter Pan & Wendy, Disney ha usado los live-action como contenido premium para captar suscriptores en su plataforma. Y en taquilla, El Rey León, La Bella y la Bestia y Aladdín recaudaron más de mil millones de dólares cada una. La nueva Lilo & Stitch lleva ya más de 300 millones en menos de una semana. Y quizás no es coincidencia que Disney tenga un resort en Hawai que puede promocionarse.
El plan es perfecto porque no solo permite usar la tecnología para actualizar sus clásicos, sino también expandir su universo a más personajes (Maléfica y Cruella ahora tienen sus propias franquicias) y series de televisión.
Es mantener su marca vigente. Y no va a parar. Actualmente están en distintas etapas de desarrollo Hércules, El jorobado de Notre Dame y Pocahontas.
¿Y la gente qué piensa?
Depende de quién sea “la gente”. Hay un cinismo millennial que rechaza estos cambios porque representan una alteración de recuerdos preciados de épocas mejores. Que creen que el reciclaje cultural es un síntoma de estancamiento y que deberían promoverse nuevas ideas.
Es difícil tenerlos a todos contentos, entendiendo que cada cambio que Disney realice levantará objeciones de uno u otro lado. Volviendo a Lilo & Stitch, un cambio importante en el final ha hecho que en las redes sociales se cuestione su mensaje.
En la original, las hermanas terminan juntas después de de que agentes del gobierno estadounidense intentaran separarlas, reforzando el concepto de familia por el cual pelearon toda la película. En la nueva, se ha criticado que Nani, la hermana mayor, deje a Lilo con una vecina para poder ir a la universidad en Estados Unidos.
Fuck Ohana I guess pic.twitter.com/OT9i4SSJU0
— 🍉LoZza🍉 (@CocoaFox023) May 24, 2025
También se criticó que uno de los extraterrestres, que en la original se vestía de mujer para pasar desapercibido entre los humanos, ahora no lo hiciera. Se asumió que integrarlo podría verse como una decisión política y que abriría debates sobre género que Disney querría evitar.
Incluso el director tuvo que salir a aclarar por qué le quitaron los vestidos al villano.
Pero así ha sido con todos los remakes: el casting de una actriz negra para interpretar a Ariel en La sirenita desató olas de críticas que aún se reproducen. Aladdín, en cambio, fue culpado de castear personajes demasiado blancos. Cuando se incluyeron niñas en el grupo de niños perdidos de la nueva Peter Pan se les acusó de inclusión forzada, mientras que el otro lado sostenía que era machista ya que la razón por la que en la original no habían niñas era porque las niñas eran muy inteligentes como para perderse, y ahora se perdía ese comentario.
La Bella y la Bestia tenía un personaje gay, Pinocho tenía mucho CGI y El rey león perdió toda la expresividad de sus personajes al apuntar por el hiperrealismo. Críticas van a haber siempre.
Y aunque moleste que los remakes live-action de Disney mercantilizan nuestros recuerdos, y reciclen la emoción, hay que tener en cuenta que estas películas siguen siendo ampliamente disfrutadas.
La taquilla de todas ellas ha sido positiva y Disney ha logrado actualizarse y captar nuevas generaciones. Lo sano sería pensar que quizás estas películas son para esos niños, no para nosotros, los niños de 35 años que lamentamos la contaminación de nuestros recuerdos.