Después de ver el primer capítulo de Too Much, la nueva serie de Lena Dunham, la dejé, decepcionado y decidí no seguir viéndola. Tenía el recuerdo de Girls, su primera serie, que para bien o para mal, definió a mi generación. Y esta me parecía más superficial, sin la mirada irónica y aguda que estaba esperando.
Pero quizás era injusto exigirle lo mismo a una comedia de Netflix, que Dunham crea a finales de sus treintas desde una posición vital muy distinta. Al retomarla, la empecé a ver apreciando sus propios méritos. Y va mejorando a medida que avanza porque se convierte en algo que también es personal, que quizás no va a identificar a todo un grupo etario pero que afectará a quienes sí toque.
Girls, una de las primeras representaciones de una generación incomprendida
Ya han pasado más de diez años desde que se estrenó Girls, una serie sobre cuatro veinteañeras ensimismadas e insoportables, pero humanas y honestas, que se abrían lugar en el mundo con torpeza.
Lena Dunham era la creadora, guionista y protagonista, y con veinticinco años se llevó tanto los laureles por su retrato cómico y melancólico, como el odio de quienes no entendían su visión, no se interesaban por los problemas de su generación, o simplemente odiaban que expusiera su cuerpo no hegemónico en pantalla.
Girls fue uno de los primeros contenidos sobre millennials hecho por millennials. Y a través de guiones inteligentes, logró darle voz a un grupo de personas y hacer que sus experiencias se sintieran válidas. Los medios y críticos, que aún no terminaban de definir ni entender a este grupo etario, se enfrentaron de cara con las quejas sobre precarización y los sueños imposibles de una generación estafada.
Hannah Horvath, el personaje de Dunham, manifiesta en el primer capítulo de la serie de HBO que quiere ser “la voz de una generación”. O bueno, “una voz de una generación”. Y, después de seis temporadas en las que con honestidad brutal expuso sus inseguridades más profundas, lo terminó siendo.
La pregunta, desde el final de la serie, ha sido si su alcance como creadora iba a llegar más allá de esta serie. Lena Dunham se alejó de la interpretación por el exceso de escrutinio de los medios y se dedicó a dirigir capítulos de televisión random y a hacer un par de pelis indie. Pero la duda persiste. Cuando los millennials pasan de moda, y los Gen Z e incluso los Alfas se vuelven más interesantes de descubrir, ¿de qué hablará nuestra generación pasados los 30?
Too much habla, simplemente, de amor
Y resulta que la generación de Dunham no se salvó de tener que lidiar con uno de los Grandes Temas de la humanidad: el amor.
Vale mencionar que, mientras las comedias románticas parecen haberse extinguido de la cartelera, habrían encontrado su lugar en la tele. Netflix lo lleva probando un rato, con Love y recientemente Nobody Wants This; y ahora tomó a Megan Stalter, el elemento más gracioso de Hacks, y le dio su protagónico haciendo de heroína clásica de este tipo de historias.
En Too Much, Jessica conserva los rasgos arquetípicos de estas protagonistas: se ilusiona con el amor romántico que muestran las películas, tiene un trabajo cool en Nueva York y es torpe, pero la apoyamos porque es noble. Aunque sea demasiado.
Quizás es eso mismo lo que genera las dudas iniciales sobre esta propuesta. El piloto se siente conservador, la voz de Dunham no se particulariza y la serie completa pareciera sacada de otra época. Cuando Jessica cambia Estados Unidos por Inglaterra, suena London Bridge de Fergie y todo se siente un poco obvio.
Cuando conoce a Felix (William Sharpe, de The White Lotus 2), un músico indie, hay química y la serie aprovecha sus diferencias culturales para generar momentos tiernos, pero finalmente es chica conoce a chico, por más esquemático que suene.
Y luego la serie se libra de las exigencias de los pilotos –que tienen que setear las reglas del universo y presentar a sus personajes– y se permite ser una cosa más personal, más específica, y logramos dilucidar aquella voz que capturó algo especial una década atrás.
Solo que esta vez esa voz es descaradamente romántica, lo cual se siente valiente en un contexto que se jacta cada vez más de su cinismo. Al mostrarnos los primeros días de la relación entre Jessica y Felix, nos recuerda aquellos primeros momentos de conocer a alguien nuevo, pero a tus treinta, cuando ya nada te mueve tanto el piso y conoces los pasos del baile.
Dunham logra dotar de honestidad un relato conocido y nos reconforta a pesar de la falta de originalidad. Es como que los millennials crecimos y nos dimos cuenta de que no hay necesidad de ser distintos, a pesar de lo mucho que eso nos enorgullecía en nuestros veintes. Too Much admite que no éramos únicos y especiales, que todos nos volvemos un poco más tradicionales al crecer y que eso no es algo necesariamente malo.
Aquí Dunham parece regocijarse en reconocer que esos días quedaron atrás. Too Much se siente menos quejosa, menos enojada y más abierta a ser quien realmente es, aunque eso sea cringe, aunque sea tradicional, aunque sea parecido a todas las generaciones anteriores a las que no nos queríamos parecer.
Nota de riesgo: conservadora.
