Es escaso el conocimiento que tenemos de los idiomas que poblaban las bocas de nuestros antepasados antes del advenimiento de la escritura. Las tenues variaciones de las ondas de presión del aire que producen nuestras cuerdas vocales (que no son cuerdas, sino membranas), eso que llamamos sonido, no deja huellas.
De lo poco que sí sabemos es de una antigua lengua que ha sido denominada protoindoeuropeo. Surgió en Asia Central en algún punto del Neolítico tardío o de la Edad de Bronce temprana. Desde Tierra del Fuego al este de India hablamos alguna de sus sucesoras. Entre el apenas 6% de europeos que no califican en esta categoría están los finlandeses, que hablan un idioma de la familia lingüística urálica. Por eso cuando migraban a Estados Unidos podían ser discriminados como asiáticos de origen mongol en lugar de europeos.
No tenemos grabaciones de protoindoeuropeo, pero sí un conjunto de similitudes en idiomas contemporáneos que no pueden ser coincidencia. Oveja, por ejemplo, se dice ewe en inglés antiguo, ovis en latín, ouwi en alto alemán antiguo, ówis en griego antiguo, ávi en sánscrito, *āvi-či- en protoiranio, ovèn en búlgaro, awwins en prusiano antiguo, avis en lituano, ōi en irlandés antiguo y eye en las lenguas tocarías. Además, ciervo se dice ewig en galés, lo que sugiere la adaptación a una alimaña de cuatro patas que avistaban con mayor frecuencia.
Este abuelito común sigue habitando algunos ángulos de nuestro hablar cotidiano. La raíz *mele- es “moler” en protoindoeuropeo. Por eso los romanos llamaban malleus al martillo. Los italianos, que heredaron cuanto hay de la lengua del César, hasta disponen de la palabra maglio, también martillo.
Así las cosas, cuando surgió un juego precursor del croquet en que bolas eran golpeadas con mazas de madera lo llamaron pallamaglio, o “pelota-martillo”. Los franceses, expertos en distorsionar los sonidos con su fonética jabonosa, lo incorporaron a su lenguaje como pallemaille.
Federico V de Wittelsbach-Simmern y Federico Enrique, Príncipe de Orange, jugando pallemaille. Pintura de Adriaen van de Venne, circa 1624.
¿De dónde viene el significado de shopping mall?
Desde Francia este pasatiempo de alta sociedad saltó el Canal de la Mancha transformado en pall-mall. En el siglo XVII, el deporte se volvió un pasatiempo habitual en el parque londinense de Saint James, y por ello el lugar recibió el apelativo de The Mall. Hoy The Mall es la conexión del Palacio de Buckingham con la Plaza Trafalgar. Ya no es aquel deleite para peatones pero sigue flanqueada por árboles, y sigue siendo el espacio titular para eventos y procesiones.
Con el paso de los años, la expresión mall evolucionó desde ese lugar específico a cualquier paseo peatonal sombreado. Ese sentido aún existe en inglés. El ejemplo más famoso es el National Mall, el mega paseo al centro de Washington D.C., que conecta el memorial de Lincoln con el Capitolio.
Las asociaciones a la palabra mall, entonces, eran ideales para quienes proyectaban centros comerciales: un grato espacio para caminar a gusto junto a la familia, abriendo la billetera sin prisa pero sin pausa ante vitrinas deliciosas. Por eso a partir de 1962 se comenzó a llamar malls aquellos templos del retail estructurados en torno a grandes avenidas peatonales.
En su próxima visita al shopping mall, no olvide que recibe ese nombre gracias a la costumbre de campesinos del neolítico de machacar granos comestibles.