El estado macroeconómico actual de muchos países en el mundo me recuerda al vals vienés, ese en que muchas parejas dan giros coordinados. Así mismo veo a los países hoy en día: moviéndose todos al unísono.
Con algunas poquísimas excepciones, todos los países tienen un problema principal: la alta inflación.
En todos los casos, los altos precios internacionales de las materias primas y los cuellos de botella en las cadenas globales de suministro contribuyeron a subir la inflación.
Además, en algunos países–Chile incluído–el gasto fiscal elevado dio un impulso a la demanda que resultó ser inflacionario.
Para tratar de combatir la inflación, la mayoría de los bancos centrales comenzaron a subir sus tasas de interés. Primero los países emergentes, como Brasil y Chile, y luego se unieron los países desarrollados, como Estados Unidos y la Eurozona.
La idea es que con estas subidas de tasa la actividad económica se desacelere, y ojalá, también la inflación.
En la gran mayoría de los casos, en medio de la alta inflación que afecta el poder de compra y las altas tasas que limitan el acceso al crédito, la actividad económica efectivamente se ha comenzado a desacelerar. Mientras que Chile está al borde de una recesión técnica, en casi todos los países la perspectiva de crecimiento es cada vez menos optimista.
Como vimos en este post, aunque la producción de los países tiende a crecer en el largo plazo, en el camino hay altas y bajas, o mejor dicho, expansiones y recesiones. La debilidad en la actividad no va a durar para siempre: en algún punto no muy lejano vamos a ver una recuperación, y muy probablemente coordinada, así como el vals vienés.