En 1942 el economista Joseph Schumpeter acuñó el término “destrucción creativa”. Se refería a cómo la innovación y el cambio tecnológico producen la desaparición de industrias, empresas o empleos para la creación de otros nuevos. Netflix es un buen ejemplo de esto: con el streaming desaparecieron los viejos videoclubes. Adiós Blockbusters, bienvenido Netflix.
Pero entre lo nuevo y lo viejo el cambio nunca es tan rápido como parece. Y a veces lo premoderno y lo moderno coexisten. Incluso en la misma empresa.
Aunque no lo creas, Netflix alquilaba DVDs antes de convertirse en el gigante mundial que es hoy.
En 1998 Netflix empezó a enviar DVDs por correo –físico, no electrónico– en unos sobres rojos. La idea era bastante loca: sin fechas de devolución, sin multas por atraso, sin límites mensuales. Llegó a procesar 1.2 millones de DVDs por semana, tuvo 50 empleados y generó millones de dólares en ganancias. Incluso Jeff Bezos, el fundador de Amazon, ofreció comprarlos por 15 millones de dólares ese mismo año.

En un momento intentaron poner códigos de descuento en las cajas de los DVDs, para fidelizar a sus clientes. Al rato se dieron cuenta de que como el código era visible desde fuera, las personas se juntaban afuera de las tiendas a copiarlos.
Uno de sus secretos fue la ARRM (Automated Rental Return Machine), que abría, clasificaba y distribuía 3,500 discos en una hora. En los 2010 el área de DVDs de Netflix llegó a tener 20 millones de suscripciones y casi mil millones de dólares de ganancias.
Entrados en la segunda década del siglo XXI, esta área de la empresa no hizo más que achicarse. El año pasado la división de DVDs de Netflix (sí, seguía activa aunque no lo creas) cerró para siempre.

Quién sabe cuál será la próxima revolución en el mundo del contenido audiovisual. Por lo menos podemos imaginarnos que Netflix aprendió la lección de Blockbuster y estará preparado para cambiar lo que tenga que cambiar.
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