Se pone ropa de campesino y se mira en el espejo: el disfraz está perfecto, nadie podría saber que en realidad es un pintor que viajó por Italia en la cúspide del Renacimiento o que es un exitoso dibujante de impresiones. El plan es simple: colarse en una fiesta campesina para empaparse de la realidad que luego intentará plasmar en sus cuadros.

Es difícil imaginar que se trata de un cuadro pintado en los últimos días de la Edad Media. Parece más moderno, tanto en su técnica como en sus temáticas. Y es que nuestro artista de la semana fue un personaje representante de los convulsos años que le tocaron vivir: unos diez años antes de su nacimiento, Lutero había pegado sus 95 tesis en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos en Wittenberg; los Países Bajos se habían subdividido en 17 Provincias bajo el reinado de los Hasburgo –aunque varias de ellas querían emanciparse, lo que desataría la Guerra de los Ochenta Años– y la Iglesia Católica se veía remecida por todos estos vaivenes de político-relgiosos.
Puro caos, dicen algunos. Algo que tanto Bruegel como una de sus principales influencias, El Bosco, supieron reflejar muy bien en sus cuadros. Pero caos, muchas veces, significa libertad creativa. O como diría mi abuelo: a río revuelto, ganancia de pescadores. Y Bruegel aprovechó que el dominio de la Iglesia ya no eran tan estricto en materia artística y se puso a pintar cosas no religiosas. Parece lógico hoy en día, pero en esa época donde no existía un mercado del arte como tal y todo era por encargo de mecenas poderosos –y por regla general muy religiosos– era muy extraño salirse de la lista de temas que el Papa te permitía pintar.
Aunque para ser honestos, igual un par de cuadros religiosos pintó. Pero siempre lo hizo con un toque especial, que le debe haber puesto los pelos de punta a más de un curita. Tómese por ejemplo el despelote total del cuado La caída de los ángeles, o el edificio a punto de caerse en La Torre de Babel. O mi favorito: el carrete apoteósico de El combate entre Carnaval y Cuaresma.



Algunos de los cuadros religiosos de Pieter Bruegel
Pero volvamos a los cuadros que en verdad le gustaba pintar: bodas campesinas, días de pega intensa en la cosecha, cazadores en la nieve. Todo con un detalle increíble, lleno de figuritas en el fondo que te obligan a achicar los ojos para tratar de descubrir qué están haciendo.




Bodas, cazadores, carnavales y cosechas, temas totalmente "mundanos" para la época
Todavía me parece increíble que haya existido un pintor así en una época tan lejana. Pero bueno, con los pintores holandeses siempre pasa algo así.
