Ven por la fantasía, quédate por la comedia, y vete a tu casa con una reflexión dolorosa sobre la incapacidad de escapar de las desigualdades del capitalismo.
Generando expectativas desde que ganó Cannes, Anora llegó antes de lo esperado a salas chilenas y esta es la advertencia para no perdérsela.
Hay mucho que hablar de una película que seguirá sonando los meses que vienen. Desde contrastarla con el resto de la filmografía del director Sean Baker, resaltar la relevancia de retratar personajes marginados como la trabajadora sexual que pone de protagonista en Anora, recomendar la odisea en la que nos lleva su elenco hasta considerarla una de las experiencias más graciosas para ver en pantalla grande.
También podemos sumarnos al coro de voces que ya la han llamado una de las mejores películas del año.
Cenicienta stripper en un cuento de hadas sobre Estados Unidos
Todo empieza con la fantasía. Conocemos a Anora, joven carismática de veintipocos, trabajando en un club de striptease con carisma y expertise. Domina los pasillos del local y ha encontrado la manera de hacerse respetar sin perder la amabilidad. Y siempre tiene la mirada puesta en sacarle plata a los hombres que ya sabe abordar.
Hasta que se aparece por ahí un joven ruso, multimillonario, y con él, la oportunidad de ser joven y tener el mundo a tu disposición. Ivan es infantil e irresponsable, pero quiere a Ani como su novia. Le paga por su compañía, la lleva a su mansión, tienen sexo, fuman marihuana, se entienden, lo pasan bien. Demasiado bien. Prostituirse es divertido y las diferencias de clase no existen.
Pasan dos días y Anora ya está tomando aviones privados a Las Vegas, comprándose abrigos de animales extraños y yéndose de fiesta como si no hubiera mañana, con gente que parece vivir solo para disfrutar. ¡Y todo esto con alguien que genuinamente le gusta! La conexión entre ella e Ivan es real, así que cuando él le propone que se casen, ¿por qué iba a decir que no? Adiós al jefe explotador, a las amigas del club y a los paseos de madrugada en tren para volver a la casa. La nueva vida de Anora ahora será de lujos, euforia y amor.
Al menos hasta que aparecen los guardias de Ivan: gorilas contratados por su familia oligarca para evitar que el niño haga de las suyas. Al parecer, a Ivan se le conoce por rebelarse, y casarse con una prostituta es la mayor forma de desafiar a su familia hasta la fecha. ¿Es amor, entonces? Anora no está segura, pero decide creer, así que ahora le queda gritar, combatir e insultar a la familia de su esposo y el estigma que la sociedad le impuso a su trabajo para demostrar que su cuento de hadas sí puede ser posible.
Cuando la burbuja se rompe y se pone en marcha la acción, Anora, la película, se transforma primero en una comedia desopilante con humor físico, que demuestra que algo así aún puede hacernos reír. Es tan ridículo como efectivo. Pero la película tiene un par de giros más, un par de películas dentro con distintos tonos, y que navega perfectamente.
Se convierte luego en la aventura imposible de un grupo disonante por los espacios nocturnos que ocupa la comunidad rusa en Nueva York. Ahí es donde resuena la filmografía de Baker, partiendo por Tangerine, que casi en tiempo real seguía a dos trabajadoras sexuales recorriendo distintos espacios nocturnos buscando a alguien frenéticamente. El nivel de empatía es el que tiene por la madre que se prostituye en The Florida Project, y la eficacia de su comedia solo avanza desde los delirios de su actor porno en Red Rocket.
Baker sigue, quizás no intencionalmente, examinando con humanidad las vivencias de personajes que utilizan el sexo para sobrevivir y remeciéndolos de maneras emocionantes. Filmando con creatividad y mirando de cerca a esa mayoría azotada por las desigualdades socioeconómicas de un país como Estados Unidos.
Ahí está inserta también Anora. En la sombra de los que sí lograron el sueño americano. Permitiéndose creer que la vida puede darte dinero y felicidad y amor pero diciéndonos en cada giro, en cada peripecia, que la cosa no es tan fácil mientras el país pertenezca a los pocos ricos que dictan quiénes tienen permitido soñar.
Lo trágico aparece –cuando la película decide abandonar la comedia y todos los géneros por los que transitó exitosamente– cuando entendemos que esos juegos de poder han estado presentes toda la película y cualquier decisión que Anora pueda tomar, respecto a su vida o su dignidad, pareciera depender de otros primero.
Así, sin spoilers, es que Anora te hace reír hasta que te da un golpe en el estómago que te destruye (todo lo que le buscamos en el cine). Y en algunos momentos incluso logra ambas cosas al mismo tiempo. Hace que te cuestiones tus carcajadas por la angustia que te provoca lo que estás viendo. Avanza por ese límite entre la euforia de la ilusión y el abismo de la realidad hasta que decide recordarnos a la fuerza que del lado en que vivimos no existen los cuentos de hadas.
Nota de riesgo: moderada.