Después de ser una prometedora niña estrella en los ‘90s, dominar los programas de farándula en los 2000s y caer en picada en los 2010s con una serie de escándalos de alto impacto, Lindsay Lohan desapareció de la faz de la tierra.
En los últimos diez años, Lindsay se fue a vivir a Dubai (sí) y ha bajado el perfil. A Lindsay se le ve más tranqui y estamos felices por ella. Ha hecho solo cuatro películas, sin contar su cameo en la cuestionable adaptación del musical de Broadway de Chicas pesadas. Y sigue teniendo el carisma que la hizo famosa en primer lugar. Pero para cachar el nivel de los proyectos, en una de las películas hacía de detective y la trama era:
Una investigadora privada debe desentrañar el asesinato de su tío mientras mantiene el secreto de que es descendiente de hombres lobo.
Aún así, lo importante es lo que descubrió después. Sus últimas tres películas han sido todas comedias románticas que poco a poco la han estado trayendo de vuelta a la pantalla (¿y los corazones?) de la gente. La clave de todo esto es improbable y atípica: dos de sus últimas películas ocurren en Navidad.
La que inició todo, más publicitada y anunciando su retorno, era una comedia de Netflix. En Falling for Christmas, Lohan es una heredera que se cae esquiando, pierde la memoria y tiene diversas aventuras navideñas. Fue un éxito.
Su más reciente incursión en el género más meloso e inofensivo de todos se llama Nuestro secretito y es exactamente lo que crees que es: tan mala como su nombre sugiere, predecible desde el minuto uno y lista para ser digerida en Navidad y olvidada antes de Año Nuevo.
Esa predecible, tonta y encantadora sensación familiar
La película empieza en el 2014 contándonos sobre la relación de Lindsay y su Ex (su nombre es irrelevante. No es una persona, no tiene dimensiones ni personalidad ni química con ella). Ella era ambiciosa y determinada y quería irse a trabajar a Europa y él era conformista y humilde y esas cosas eran incompatibles así que terminan en mala.
Y LUEGO viene una de las secuencias de paso de tiempo más locas de los últimos años, cuyos hitos incluyen hechos tan aleatorios como el cambio de nombre de Twitter a X, el meme de Bernie Sanders con frío y el tour de Taylor Swift, entre otros. Porque nada dice que pasó una década como recordar el ice bucket challenge. Y nada setea una película gringa invernal como la canción “Summer” de Calvin Harris.
Luego las cosas se empiezan a enredar así que atentos. Lindsay tiene un novio que la invita a pasar Navidad con su familia. Ex tiene una polola que hace lo mismo. Y, sorpresa sorpresa, era la misma familia. No solo eso, cuando se encuentran en la reunión familiar no saben cómo reaccionar (incómodo!!) y, porque todos son un poco insoportables, es más fácil fingir que no se conocen.
Sí, es forzado pero sino no habría película y llevamos recién quince minutos.
Erica –quien sí se gana un nombre porque es interpretada por Kristin Chenoweth y eso hace que todo esto se vuelva un poco camp, lo cual funciona perfectamente– es la mamá de los Pololos, y decide que odia a Lindsay tan rápido como decide que ama a su Ex, mostrando el tipo de machismo anticuado que una blanca cristiana millonaria sureña aún ostenta con orgullo.
Y nuestros protagonistas, que inexplicablemente habían decidido esconder su relación, en otra decisión innecesaria deciden hacer un pacto: en estos días de fiestas, él va a ayudar a Lindsay a ganarse a Erica y Lindsay lo va a ayudar a él a presentar una idea de negocios que no se entiende mucho pero lo dejamos pasar porque es aburrido y preferimos no meternos en eso. Solo tienen que pasar 3 días haciéndose los que no se conocen mientras se ayudan aunque no se soporten. Será… su secretito.
Y una vez todo esto está establecido, la película puede empezar a pasarlo bien mostrando una serie de malentendidos y situaciones absurdas como a Lindsay accidentalmente drogada en una iglesia o haciendo sonidos de perro operado en un veterinario para simular que ella no fue la que se comió 12 cruciales galletas de chocolate (es correcto pensar que nada en esa oración tenga sentido).
La película tiene un tono exagerado y se permite tomar decisiones burdas. Es todo tan estúpido que no puedes evitar sentirlo inofensivo e incluso agradable, especialmente si la estás viendo de fondo entre cola de monos o siestas navideñas.
¿Y podemos hablar del trip de ácido que se mandó el iluminador de la película? Dispuesto a demostrar que al menos una persona llegaba al set cada día y decía yo vine aquí a hacer cine y mi legado será Nuestro secretito.
La trama avanza hacia el lugar que todos sabíamos que iba a llegar. Y la película evita meterse en lugares complejos. Lindsay y su Ex se siguen amando, es obvio. Pero por suerte sus Pololos respectivos no son santas palomas. O son desagradables o están engañándolos de alguna forma, son personajes unidimensionales que nos importan tan poco que se sienten solo como malos estorbos que evitan que la pareja central esté junta.
Y es que la verdad, nada evita que la pareja central esté junta.
Después de un par de Locos Enredos Navideños más, ellos parecen darse cuenta de lo mismo. Una larga escena con todos los personajes exponen las verdades (inesperado!!) y ya, se despeja el camino para que tengamos el final feliz que le exigimos a estas películas. El Ex consigue el trabajo (¿se acuerdan de eso?), Erica se vuelve buena onda y la pareja queda junta para siempre. Incluso nos dejan claro a segundos de que termine la película que se van a casar, reconfortándonos porque su unión pronto será santificada.
El amor romántico gana nuevamente, da lo mismo si lo encarnan dos personas que no nos importan ni se lo han ganado, que existen en contextos trillados y aspiracionales y que nos subestiman provocando sensaciones baratas. ¿Y saben por qué da lo mismo?
La fórmula, contra todo pronóstico, es infalible: las películas navideñas son un nicho del que nadie espera calidad u originalidad, sino mero confort y mediocridad. Sumado a eso, recordemos el poder de la nostalgia. Hay pocas cosas más nostálgicas que la Navidad y Lindsay Lohan es una actriz que produce justamente ese sentimiento.
Traer a una actriz que significó algo hace unas décadas, cuyo rostro estuvo tan presente y luego desapareció, siempre genera interés. Como reencontrarte con una vieja amiga. Este mismo año, Demi Moore y Pamela Anderson están siendo noticia por lo mismo, por hacernos sentir como que volvieron aunque quizás nunca estuvieron tan lejos. Que Lindsay además lo haga bien (aunque no necesariamente actúe bien, si es que eso tiene sentido) y demuestre poder reírse de sí misma y conservar su magnetismo, solo suma puntos.
Y para agregar a la fórmula del éxito, Lohan ya se había probado en una película navideña y había resultado. Por lo que Netflix se fue a la segura al querer instalar un nuevo rostro como ícono navideño. Según la plataforma, fue la película más vista durante dos semanas desde su estreno. Y hasta donde sabemos, el streaming puede tener en mente convertir a nuestra chica dosmilera rehabilitada favorita en una tradición anual, alguien que cual Mariah Carey aparece para anunciar que se viene una época a veces latera y otras melancólica, pero que siempre puede mejorarse viendo un poco de basura con caras conocidas.
Nota de riesgo: un total de cero riesgos fueron tomados en cada elemento que compuso la ejecución de esta película. Excepto por el departamento de fotografía. Cuando Netflix te paga la cuenta de luz, go big or go home.
Felices fiestas.