Los años setenta fueron, en muchos sentidos, una época de optimismo. Pero especialmente optimismo tecnológico. Y no es difícil imaginarse el sentimiento. De la nada, los norteamericanos habían logrado uno de los sueños más antiguos del ser humano: pisar la luna. El año 59 los soviéticos habían construido el primer objeto en pisar el suelo lunar, el Lunik 2; pero 10 años más tarde Aldrin y Armstrong se convertirían en los primeros humanos en pisar la luna.
Así que en la NASA deben haber andado todos como locos imaginándose cuáles serían los próximos pasos. Por aquellos estaban desarrollando un programa de transbordador espacial para enviar humanos más allá de la atmósfera terrestre. Y como era todo optimismo, lo lógico era ponerse a soñar en grande e imaginar estructuras que pudieran albergar ciudades y civilizaciones enteras en el espacio.
Lo que nos lleva al verano de 1975.
Varios científicos se reunieron en el Centro de Investigación Ames de la NASA y en la Universidad de Stanford durante dos años, para diseñar asentamientos espaciales que incorporaran únicamente la tecnología existente. Los investigadores se preguntaron cómo se cultivarían alimentos, se generaría energía y se construirían infraestructuras para colonias en el espacio exterior.
Y, lógicamente, querían que alguien pusiera su visión en imágenes. Así que llamaron a Rick Guidice.
Guidice había nacido en California. A los 16 años empezó a trabajar como ilustrador arquitectónico mientras estudiaba en el Academy of Art College de San Francisco. A los 25 ya tenía una carrera sólida como ilustrador independiente para publicidad y editoriales, sin dejar de lado la ilustración y el diseño arquitectónico.
Tal vez su trabajo más reconocido a la fecha eran sus dibujos para juegos de Atari.








Sus ilustraciones llamaron la atención de la NASA y lo contactaron para el proyecto de Stanford-Ames. Ahí nació una relación que duraría 15 años.
Guidice se encargó de ilustrar varios conceptos de colonias espaciales discutidos en las sesiones de Stanford, entre ellos el Doble Cilindro de O’Neill (1975), la Esfera de Bernal (1976) y la Rueda Toroidal de Stanford (1976).
Mientras que algunas colonias estaban diseñadas para albergar entre 10000 y 20000 personas, el Doble Cilindro de O’Neill podía albergar a cerca de un millón y estaba diseñado para generar su propia gravedad, además de simular los patrones climáticos terrestres.






¿Te suenan estas ciudades dentro de cilindros? Puede que las hayas visto en muchas películas de la época o incluso en algunas más nuevas (no te diremos cuál para no spoilear a nadie, pero si la viste, ya sabes de cuál estamos hablando).
Y casualmente era la pintura favorita de Guidice. Seguramente porque le permitió trabajar con uno de los padres de los asentamientos espaciales, el físico Gerard O’Neill, de la Universidad de Princeton. O’Neill solicitó que el interior contara con 500 millas cuadradas de extensos campos verdes, diseñados para asemejarse a un idílico paisaje rural francés.
