Georges Perec es un escritor francés famoso por varias cosas. Entre ellas haber creado el palíndromo en francés más largo de la historia –como los que creaba Cortázar, pero este tenía 5.000 palabras–; tener un look totalmente estrafalario aunque más todavía por su libro La vida instrucciones de uso, una novela donde relata la vida cotidiana de un inmueble parisino donde cada habitación tiene ciertas restricciones formales al describirla.

Pero antes que todas sus novelas, palíndromos y juegos de palabras, Perec escribió una novela llama El Condotiero, que nadie le quiso publicar y él mismo comentó que la encontrarían en un baúl años después de su muerte y sería publicada como una obra maestra.
Dicho y hecho. En 2012 fue milagrosamente recuperada y publicada, 30 años después de la muerte de Georges.
Pero esta reseña no se trata de Perec, si no de la obra del pintor en torno al que gira la novela (tal vez algún día tengamos tiempo de revisar cómo Perec incorporaba las matemáticas a su obra literaria): Antonello da Messina.
Gaspard Winckler, el protagonista de la novela, se ha dedicado durante meses a pintar un falso Condotiero, una obra del renacentista italiano en 1475 y que se puede ver en el Louvre hoy en día.

La novela comienza con Winckler arrastrando el cuerpo degollado de su jefe hacia el sótano donde había pasado meses trabajando en esta copia perfecta del cuadro renacentista.
No queremos spoilear a nadie: si les interesa el tema la novela es corta, relativamente fácil de leer –para ser una novela de Perec, al menos–, tiene harta intriga policíaca y, más que nada, nos permite reflexionar sobre un tema que está bien de moda: ¿cómo se mide la originalidad artística?
En el Renacimiento –o un poco antes para coincidir con la época en que da Messina pintaba– la originalidad no era una propiedad como la conocemos hoy. Por eso muchos cuadros eran pintados en talleres, por aprendices que intentaban imitar a sus maestros, y que luego eran firmados por ellos.
Tomemos la palabra misma y démosle un pequeño giro. "Originalidad" proviene de "origen", y así lo entendían en aquella época: ser original era remitirse y ser fiel a los orígines, tomar lo clásico y respetarlo; incluso, podríamos decir, imitarlo. Si el arte "avanzaba" era porque se mezclaban pequeñas innovaciones técnicas o temáticas tomadas de otros lugares, pero pocas veces en búsqueda de una originalidad entendida en los términos actuales.
Después del romanticismo y su obsesión con la individualidad, la obra de arte se volvió original en cuanto era manifestación de una persona particular en un momento particular. Pero no fue siempre así, y a veces cuesta ver el arte sin esas anteojeras que nos definen hoy.
Antonello da Messina es un buen ejemplo de ello: nació en Sicilia y a los quince se fue a Nápoles a aprender pintura, donde seguramente recibió la influencia de la pintura flamenca. Después partió a Milán y Venecia, donde ya más cerca de sus fuentes terminó de consolidar un estilo italiano-neerlandés.
Antonello terminó mezclando la técnica del norte con la perspectiva y el claroscuro sureños. Por eso muchas veces sus cuadros recuerdan más a Van Eyck que a Leonardo.






De Perec a da Messina, medio siglo de diferencia nos recuerda que las concepciones en el arte se están modificando constantemente, incluso las que parece tan naturales como "autoría" y "originalidad". Quién sabe, tal vez uno de los efectos más profundos de la revolución de la IA sea que el autor pase a ser una categoría totalmente diferente.