El discurso de Trump de que los países se han aprovechado de Estados Unidos es tan atractivo como falaz.
En su lógica, los déficits comerciales, es decir, que Estados Unidos compre más de lo que vende a otros países, son evidencia de injusticias. Piensa que el declive de algunas industrias locales es por causa de abusos de otros países.
Mediante el uso de aranceles, planea que los países paguen por “el privilegio de acceder al mercado estadounidense”. Incluso después de la reciente “pausa” de 90 días, el arancel general de 10% a todos los países y de 245% a China es un shock tarifario de grandes proporciones.
Pero aunque siempre es tentador culpar a terceros de nuestros problemas, la realidad es que la raíz de los déficits comerciales de Estados Unidos está en suelo local, y no es necesariamente mala.
La explicación está en la balanza de pagos. Toda transacción implica intercambiar algo por algo: un activo por un bien, servicio u otro activo. En el comercio internacional la lógica es la misma: lo que un país compra, otro lo vende, ya sean bienes, servicios o activos financieros.
Así: exportaciones + venta de activos locales = importaciones + compra de activos extranjeros. Esta ecuación es la identidad de la balanza de pagos, lo que significa que se cumple por definición, y no puede ser refutada.
Otra forma de ver esta identidad es que la entrada neta de capital es igual al déficit comercial. Lo estamos simplificando un poco, pero es fundamentalmente eso.
Desde alrededor de 1980 Estados Unidos ha consumido más bienes y servicios de los que produce. Este déficit comercial se financia con entradas de capital (porque los extranjeros invierten más en Estados Unidos de lo que los estadounidenses invierten afuera).
La identidad de la balanza de pagos no dice nada sobre la causa de los déficits. Pero, aunque nadie niega que Estados Unidos es bueno para consumir, el consenso entre economistas es que, al menos en las últimas décadas, la raíz de los déficits comerciales de Estados Unidos ha sido principalmente que el país ha ofrecido mejores oportunidades de inversión que otros países desarrollados, lo cual atrae flujos de capital hacia el país y, como todo se equilibra, se generan déficits comerciales.
Las entradas de capital asociadas a déficits comerciales son un voto de confianza en Estados Unidos por parte de extranjeros.
El mecanismo es el siguiente: los inversionistas extranjeros quieren invertir en Estados Unidos, para lo cual necesitan dólares. La demanda de dólares eleva su valor respecto de otras monedas, lo que hace a Estados Unidos menos competitivo en la producción de bienes y servicios que el resto del mundo, lo que a su vez resulta en déficits comerciales.
Ojo aquí: esta identidad significa que un país no puede ser enemigo de los déficits comerciales y amigo de las entradas de capital extranjero.
¿Entonces, son malos los déficits comerciales? No necesariamente, porque los flujos de capital asociados a ellos permiten mayor inversión de la que sería posible sin estos flujos. Por otro lado, si por un cambio en expectativas estos flujos se revierten repentinamente, el país se podría desestabilizar, en parte porque la demanda doméstica tendría que ajustarse abruptamente. La clave está en capturar los beneficios de la mayor inversión mientras se minimiza los riesgos de una fuga de capitales.
¿Entonces, en qué va a acabar la guerra comercial? Una posibilidad es que la incertidumbre reduzca los flujos de capital hacia Estados Unidos y así el déficit comercial también se reduzca, en parte esto es lo que hemos visto con las caídas recientes de las bolsas. Y Trump habrá logrado su objetivo, pero ¿a qué costo? Por razones que no ahondaremos aquí, otra opción para bajar el déficit comercial sería aumentar el ahorro doméstico mediante, por ejemplo, que el gobierno se apriete el cinturón, algo altamente improbable. O Trump podría superar su costosa obsesión ideológica por una presión política y permitir los déficits. En este punto es imposible saberlo.