Francisca Feuerhake: pescar un pez gordo
Este cuento, que en realidad es una canción, o en realidad es una canción que es un cuento, trata sobre un niño al que le preguntan en el colegio cuál es su sueño.
La mayoría de los niños contestan lo de siempre, mientras que el protagonista de la historia dice que su sueño es pescar un siluro en Magadán, una ciudad rusa muy helada, solitaria y lúgubre; y el siluro es un pez enorme y bigotudo.
Atrapar un pez gordo es lo que se dice cuando se tiene buena suerte, cuando se consigue algo muy valioso y difícil de alcanzar, y para eso necesitamos metas ambiciosas e inusuales.
El niño del cuento tenía una meta ambiciosa e inusual, y no puedo evitar identificarme con él, porque cuando yo era niña y veía 31 Minutos, tenía la secreta ambición de formar parte de ese mundo, de conocer a sus creadores, de hacerle la voz a algún personaje. No me contentaba con sólo mirarlo por la tele: quería involucrarme en ese mundo lejano al mío, mi propio Magadán, tan distinto de mi mundo, lleno de monjas circunspectas y clases de alemán.
Y llegué a Magadán. Un día Álvaro me habló por Instagram y me ofreció escribir la letra de una canción de 31 Minutos para el día de la mujer. Así nació mini lolas, y después nos hicimos amigos e inventamos La cuentacuentos y Néstor.
Creo que este libro hay que leerlo cantado, con atención a los detalles de las ilustraciones y con la intención de saborear las palabras que Álvaro usa.
Conversando por Whatsapp a propósito de Magadán, hablamos sobre las palabras. Recuerdo que me dijo que le interesan las palabras casi como objetos coleccionables, entender lo que dicen y saber cómo se pronuncian, y pienso que la música es el mejor aliado para aprender palabras nuevas.
Siempre voy a estar agradecida de Ricardo Arjona, ya que gracias a su canción Historia de taxi supe lo que significaba la palabra “Arrabales” y tuve una pregunta buena en la PSU de lenguaje.
Gracias a Álvaro ahora tenemos ahora en nuestro almanaque verbal “Siluro” y “Magadán”, y los niños que lean este libro podrán salir un rato de la asfixiante sala de clases y de Tiktok y soñar con algo que está un poco más allá.
Álvaro Díaz: Magadán era una canción
Cuando era niño, en mi casa vivía mi abuela Ñata, que estaba postrada producto de una parálisis cerebral. Mi abuela sólo decía dos cosas: “lolololo” para todo evento y “Alvarito” para referirse a mí, su nieto favorito. También manipulaba con destreza las perillas de una radio Phillips blanca, que escuchaba a todas horas.
Debido al alto volumen de la radio vivíamos expuestos a una cantidad respetable de melodías de cualquier índole, desde perdidos tangos y boleros hasta comerciales de latas de jurel y músicas de presentación de radioteatros. A esa situación más otras, como que mis papás se conocieron en un coro o mi descontrolado consumo de programas de televisión, adjudico que hasta el día de hoy me la pase tarareando canciones de las que rara vez retengo la letra y que tenga facilidad para componer temas de cualquier estilo popular. Diría que es de las pocas cosas que me resultan fáciles.
Me demoré muchos años en asociar esa capacidad a mi propia sobrevivencia. No encontraba que inventar una canción fuera algo particularmente especial y nunca fui muy dotado para la interpretación musical. Cuando aprendí a tocar un poco de guitarra encerrado en mi pieza y decidí sorprender a mis amigos de scout con mis avances, sólo conseguí un apodo: el Tullido Díaz, porque tocaba la guitarra todo encogido.
Cambiarle la letra a una canción para burlarse de otros o decir depravaciones era un don común en la selva escolar. El tío Willy, profesor de Ciencias Sociales y de básquetbol, entraba a la sala cantando: “ahí viene la plaga, les gustan los tres”. Con los tres se refería a la nota tres, no al grupo Los Tres, que aún no existía. En esos tiempos más distendidos donde un profesor podía tratar sin complejos a los malos alumnos de “plaga”, se daba por hecho que esos malos alumnos también podían responderle. En una creación colectiva se le dedicó al Tío Willy una versión de Thriller de Michael Jackson.
Muchos años después tuve la suerte de trabajar en programas de televisión donde de vez en cuando se requería de alguna canción graciosa y me anotaba con esa responsabilidad. Y luego llegó 31 Minutos, donde un día postrado por una hepatitis y un tanto afiebrado agarré una guitarra y compuse Mi muñeca me hablo. Los que estábamos ahí le perdimos el miedo a cantar, a tararear nuestras ideas a otros y a relacionarnos con músicos talentosos. Pero 31 Minutos, por exitoso que fuera, era acotado. Y yo quería componer más canciones de las que cabían en el programa.
Así nació Magadán
Magadán está recubierta por el manto de la inutilidad. Fue mi primera canción que nadie me pidió. La compuse en unos días de retiro creativo en Chiloé. Con ella aprendí que no sólo podía ganar plata con la música sino también derrocharla.
Su inspiración principal viene de un capítulo del programa Monstruos de río, donde su anfitrión, Jeremy Wade, va a pescar un pescado horrible llamado siluro al estanque de enfriamiento de la planta nuclear de Chernobyl.
Busqué en el mapa ruso un nombre distinto a Chernobyl, que estaba muy trillado y cargado, y así apareció el remoto puerto de Magadán, que operó como lugar de tránsito para el infierno de los gulags, los campos de prisioneros de la época de Stalin. En la letra incluí algunas de mis fijaciones infantiles como la pesca, la enternecedora pequeñez de los profesores, el gusto por los lugares raros y los datos enciclopédicos.
Durante muchos años Magadán seguiría siendo inútil como canción. Grabé dos discos de éxito humilde pero no la incluí en ninguno. Mi amigo Rafa Lopez -–director de la filial chilena del Fondo de Cultura Económica– era uno de sus pocos fans. Sugirió que se convirtiera en libro, ratificando su buen ojo para los malos negocios.
Debíamos encontrar un ilustrador. Quería que lo hiciera alguien que no se pareciera mucho a mí pero que disfrutara de cosas similares, y que coincidiera con la idea de que los libros para niños deben cautivar con las nobles armas de la entretención, el misterio y la emoción. Y casi por azar apareció el mexicano Francisco de la Mora, amigo de Rafa, a quien conocí como anfitrión de mis hijos en su departamento en Londres.
Los dibujos de Fran tienen algo atemporal, son descriptivos pero no realistas, me recuerdan un poco a los paisajes de Tintín y sobre todo a un libro que tenía cuando chico que se llamaba El huevo de Kamarazut, sobre la relación entre el inventor de un auto raro con forma de huevo y su hija.
Magadán es orgullosamente inútil. Diría que formalmente no tiene mucho sentido, porque al menos en el texto no sabemos cómo termina lo del siluro. Tampoco las motivaciones de los personajes. Es como la preparación de algo y la rareza de ese algo. Menos tiene segundas lecturas. Donde dice que la profesora sale corriendo es porque la profesora sale corriendo. El objetivo del viaje –que ni siquiera sabemos si se lleva a cabo– sólo es pescar un siluro. Me parece entretenido que alguien monte una empresa tan compleja y tan a largo plazo para un asunto sin mayor relevancia.
Si me preguntan para qué edad o tipo de niño está dirigido Magadán, diré: “para el que le guste”.
Estoy convencido de que está lleno de niños y niñas como el niño que fui yo: un poco solos, un poco torpes; o muy torpes, con pánico a las alturas pero más pánico a que los vean débiles o les tengan compasión. Por lo mismo ocurrentes y más o menos siempre sonrientes. Niños y niñas cortos de genio a los que les llaman la atención los golfos en los mapas, los cursos de agua en las fotos de las enciclopedias, que se saben las capitales y las monedas de todos los países, y reconocen los modelos de autos. Que les gusta el Oso Yogui, Bugs Bunny y las películas de La Pantera Rosa con Peter Sellers. El fútbol y la calma de un tranque de aguas turbias donde esperan ansiosos que un pejerrey muerda su carnada. Para esos niños, y para sus amigas y amigos que son un montón y muy distintos en preferencias, aspecto físico, talentos y maneras de ser, escribí Magadán.
¿Dónde comprar Magadán?
Puedes encontrarlo en casi cualquier librería o bien directamente en la web del Fondo de Cultura Económica.