Raphael Bob-Waksberg lo hizo de nuevo, y “hacerlo de nuevo” en este caso significa crear una serie animada para adultos que mezcla drama y comedia para terminar contándonos dolorosas verdades sobre la experiencia humana.
La primera vez fue con Bojack Horseman, sátira hollywoodense sobre un caballo actor caído en desgracia, que empezó como una broma absurda pero de a poco fue convirtiéndose en algo más profundo. La serie duró 6 temporadas, se convirtió en un nuevo clásico del medio y nos permitió ponernos existenciales mientras veíamos al antihéroe intentando escapar de sus demonios solo para tropezar con ellos una y otra vez.

Bojack también se volvió creativa en su forma y estructura, con capítulos oníricos, un par de monólogos internos, algunos viajes en el tiempo y narraciones enmarcadas en otras narraciones. Todo esto para decir que, cuando se anunció la nueva serie de Bob-Waksberg, ya sabíamos más o menos qué esperar.
Una historia familiar en forma de puzzle
El foco de Long Story Short es la familia Schwooper: madre exigente, padre pasivo y sus tres hijos. Son una familia judía, de clase media y bastante tradicional. Esa parece ser la idea.
Los Schwooper tienen las vivencias que tiene la mayoría de la gente como ellos: se casan, celebran aniversarios, intentan tener hijos, tienen dudas sobre cómo criarlos, se sienten perdidos profesionalmente, un día tienen una cita que sale bien, les cuesta comunicarse.
Cada capítulo cuenta un pasaje distinto de su vida, que puede corresponder a cualquier década. Vemos a la madre siendo una niña, y a los tres hijos en distintas etapas de crecimiento. Una escena nos muestra un incidente específico y luego el capítulo entero desarrolla una consecuencia años después. Son libertades que la serie se permite, retener información y jugar a la revelación.
Son diez capítulos que cuentan una historia autocontenida que pareciera no tener mayor relevancia en un principio hasta que de a poco vamos juntando todas las piezas. Sirve ver Long Story Short como un gran puzzle engañoso. Porque puede tergiversar lo que crees que sabías de un personaje, pero al mismo tiempo te va enganchando cada vez más ya que unir las piezas hace que te involucres con los personajes.
Ahí la vieja fórmula del binge de Netflix funciona porque nos permite tragarnos un producto, retener toda la información y percatarnos de los detalles. Los hijos parecen muy preocupados por el Covid, pero eso se pone en perspectiva luego cuando sabemos que un familiar se murió en la pandemia. ¿Aquella rival de la hija que era su amiga en la infancia? Entenderemos cómo era su amistad, por qué se pelearon, y resignificaremos con cada nuevo dato su relación.

Tiene algo de novela esto de dejarse llevar en el tiempo y espacio y confiar en que acabaremos contenidos por un significado coherente. Aunque cronológicamente los pasajes de Long Story Short no estén en orden, sí hay una estructura emocional que se beneficia del orden escogido y se reconoce la genialidad en haberse atrevido con este formato.
También es una fórmula inagotable, ya que cualquier retazo de vida puede ser inventado, presentado y puesto en contexto en el gran esquema que se está construyendo. Y eso da confianza para las temporadas venideras ya que quizás la primera era la más difícil de lograr.
Pero esta primera temporada ya logra lo que los fanáticos de Bojack podían prever: ser una comedia que te hace llorar y un drama que te hace reír. Presentar seres que se equivocan con varias perspectivas diferentes en las que te puedes reconocer, y en el proceso soltarte algunas reflexiones sobre la vida que no esperabas que dolieran tanto.

“¡Podría ser una serie de verdad!”
El haber tomado a personajes tan cotidianos y haberles dado tramas poco trascendentes hizo que a primera vista esto pareciera una serie sobre “nada”. Pero dicen que el diablo está en los detalles, y eso se ve en los diálogos ingeniosos y los detalles rebuscados, el hecho de que cada personaje logre definirse más allá de lo que creemos que es a primera vista, y la complejidad que alcanza en las relaciones entre ellos.
Juzgamos a la madre, una mujer trágica y manipuladora, pero luego no solo la entendemos, sino que vemos cómo ciertos rasgos de la personalidad se incrementan con los años y cómo se reflejan en sus familiares. Cómo sus hijos comparten características y cómo sufren por tenerlas. La buena relación del hijo mayor con su propia hija se pone en perspectiva cuando entendemos su soledad al haberse divorciado, y eso solo nos duele más al haberlo visto ilusionado y enamorado décadas antes.
A Raphael Bob-Waksberg le han dicho repetidamente “¡Podría ser una serie de verdad!” y él responde “¡es una serie de verdad!”. El formato animado aquí nos ayuda a movernos en el tiempo sin que se noten las costuras, poder ver a los personajes en todas las etapas de su vida y crear los universos que los contienen.
Es una temporada para ver rápido y luego echar de menos. Que te va a tocar en alguna fibra y que te recordará el tipo de perspectivas sobre la vida que hicieron a Bojack exitosa. Es para cualquiera que tiene una relación complicada con su familia (todo el mundo), pero también es una reflexión sobre el tiempo, no solo lo rápido que pasa, sino nuestra relación subjetiva con él. Cómo la memoria altera nuestra propia historia y cómo este relato se construye de forma desordenada, pero finalmente constituye nuestra identidad y la de nuestros cercanos. Y nos convierte en quienes somos.
Nota de riesgo: la ausencia de trama y estructura desordenada podrían indicar que era algo riesgoso, pero el precedente dejado por Bojack Horseman auguraba un buen resultado. Moderada.
