Figuras imposibles.
Sí, de esas que tratabas de mirar girando el cuello, para entender si acaso desde otro punto de vista comprendías qué rayos estaba pasando ahí.
Pero no, las figuras de Maurits Cornelius Escher eran realmente imposibles.
Creció en una época donde todos dudaban de todo. El filósofo Paul Ricoeur la definió como la era de la sospecha: Marx sospechaba que los intereses económicos falseaban nuestras relaciones con el mundo. Nietzsche de la existencia de Dios y cómo el hombre viviría sin él. Freud de si realmente tomábamos nuestras desiciones de manera consciente o si era el inconsciente el que dominaba todo.
Les llamó los Maestros de la Sospecha, y podríamos decir que Escher habría optado al título de aprendiz: sospecha de cualquier representación gráfica, demostrándole a quienes veían sus dibujos que sí se podía lograr la cuadratura del círculo, al menos en una tela. Al final, parece decirnos, el mundo es bastante más relativo de lo que creías.
No es casualidad que uno de sus grabados más famosos se llame Relatividad, inspirado, obviamente, en la teoría de don Albert.
En esta edición del Fintualist intentamos recordar sus esferas que reflejaban cosas imposibles, sus escaleras que llevaban a ninguna parte y sus intrigantes mosaicos.