Cuatro techbros se juntan en una mansión en la montaña mientras el mundo a su alrededor entra en crisis. No es una reunión de contingencia para evaluar su papel en el caos, sino una simple junta de amigos. Mountainhead es la primera película de Jesse Armstrong, creador de Succession, y teoriza sobre las dinámicas de estos multimillonarios durante un día en que todo se derrumba mientras ellos se ponen al día, se drogan y comparan patrimonios.
Ellos no pertenecen al mundo en crisis. Uno de ellos –un avatar de Elon Musk poco disfrazado– es el responsable de una una IA que genera imágenes tan verosímiles –deepfakes– que se están usando para causar disturbios a partir de la desinformación, y está siendo responsabilizado por los disturbios en todo el mundo. No importa, su creencia sociopática es que la población se adaptará a esta tecnología y pronto viviremos en paz con ella. Igual que la primera película de los hermanos Lumiére, donde un tren llegaba a la estación, y que cuenta la leyenda, hizo salir corriendo a un buen número de espectadores.
Otro de ellos, el “millonario más pobre del grupo” y anfitrión del evento, solo quiere caerle bien al resto. Su agenda mal disimulada es convencerlos de invertir en una app de meditación. Todos tienen una motivación oculta (lo que funciona muy bien en esta premisa que bien podría ser una obra de teatro), como el viejo millonario que interpreta Steve Carell, que tras enterarse de que su cáncer es terminal, quiere lograr una alianza que le permita desplazar su conciencia a la tecnología y así vivir por siempre. El único que pareciera haber ido a la junta inocentemente es un joven desarrollador con ápices de moralidad. Él ha creado una inteligencia artificial que permite diferenciar contenido creado por IA –los deepfakes que están causando el caos mundial–, y que podría ser la salvación en este momento crítico en el mundo, pero que lo pone en directo antagonismo con el resto.
Y esos son los ingredientes que Armstrong lleva a esta fiesta de ricos, una forma de explorar las dinámicas sociales masculinas en su versión más retorcida, con el morbo de estar espiando al 0.1% y entendiendo sus motivaciones y lo desconectados que están del mundo real.
Cómo actualizar el eat the rich para estar a la altura de los tiempos
Si suena a que se está repitiendo, es porque el guionista británico no se quiso alejar mucho de lo que ya le funcionó. El éxito de Succession tenía que ver con lo fresco que se sentía satirizar este universo y mostrar lo absurdo de que personajes desadaptados socialmente de repente estuvieran a cargo de las decisiones globales más importantes. Aquí repite compositor y productores ejecutivos, y estéticamente Mountainhead se asimila mucho a esa serie, lo que quizás le juega en contra cuando no alcanza sus niveles de genialidad.
Armstrong afirmó hacer esta película porque cree que este tipo de historias son las que necesitamos que existan ahora en el mundo. Y es verdad: la premisa es atractiva porque parece sacada de una distopía terrible, que se siente preocupante porque efectivamente podría ocurrir mañana.
La televisión y los feeds de noticias están constantemente subiendo las apuestas para el grupo, que al principio preferiría obviar lo que sucede pero luego no le queda otra que hacerse cargo. Hay revueltas sociales, asesinan a mandatarios, el presidente los llama asustado y en todos los continentes parece haber crisis de algún tipo. Su solución lógicamente es aprovechar el tumulto para (más oficialmente) dominar el mundo.
Se disputan países con conversaciones casuales: “¿sigue la idea de que liderarás Argentina?” “Sí, pero a distancia desde Florida”. Esta ironía terrible es lo que Armstrong hace mejor, develando los rasgos más infantiles de los hombres que nos tienen a todos en la palma de sus manos.
Pero en un presente que es susceptible a los caprichos de millonarios que aman la exposición, lo que necesitamos de Mountainhead es más de lo que nos da. Sí, como comedia funciona, y es probable que una hipotética junta entre titanes tecnológicos no diste mucho de las conversaciones y juegos que vemos entre los personajes. Satisface la curiosidad de imaginarnos una junta superficial entre Elon Musk, Sam Altman y Mark Zuckerberg en el más bizarro de los contextos mundiales.
Pero Succession lamentablemente le juega en contra, porque ya hizo el diagnóstico, se rió de ellos y quizás hasta agotó esa rama del interminable contenido eat the rich que tanto nos obsesiona. Ahora queremos más. Y queremos más porque justamente la cosa se está poniendo más urgente.
La figura del techbro todopoderoso es demasiado fuerte y peligrosa como para que esta sátira la remueva, o nos haga pensar nuevas cosas sobre ella. Y a medida que las democracias se debilitan, las crisis sociales aumentan, la IA avanza más rápido de lo que la podemos regular y esta gente se enriquece hasta niveles nunca antes registrados, necesitamos más agudeza en el discurso. Esto no significa tratar el material con solemnidad y deferencia, ojalá que no, sino poner a las mentes creativas más ingeniosas del momento a hacer una crítica que esté a la altura de las circunstancias.
En una serie como Succession había más espacio para hacerlo y perfeccionarlo, pero en una película el riesgo era lograr remarcar el punto valiéndose de los clichés que todos podemos asumir de este tipo de personas. No pedimos que todos logren la agudeza de algo como Dr Strangelove, sino que tengan además del objetivo claro, la valentía para atacarlo sin piedad.
Mientras no lo hagan, películas como Mountainhead nos tendrán riendo y distrayéndonos mientras los poderosos suspiran aliviados de que el status quo sigue intacto y que pueden mantener el mundo ardiendo sin que los pillemos.
Nota de riesgo: la premisa es fuerte y contingente, pero no lleva el tema lo suficientemente lejos como para ser una película más que conservadora.
