Alejandro II de Rusia fue un emperador bastante liberal: apoyó a la Union en la Guerra Civil Estadounidense, tenía una política exterior extrañamente pacifista para la época, intentó y llevó a cabo varias reformas... por eso siempre ha llamado la atención que fuese víctima de varios intentos de asesinato.
El segundo –pero no el que lo mataría finalmente– fue perpetrado por un estudiante judío llamado Aleksandr Soloviov, una mañana de 1879, mientras el Zar iba caminando hacia la Plaza de la Guardia Personal. El Zar, por suerte, vio el revólver en las manos de Soloviov y puso pies en polvorosa, y aunque Soloviov disparó 5 veces, no le apuntó.
¿Y qué tiene que ver esto con Isaac Levitan? que provenía de una familia judía, ya de por sí bastante pobre aunque educada. Ambos padres habían muerto relativamente jóvenes e Isaac y sus hermanos apenas tenían para comer. Y con el atentado, muchas familias judías empezaron a ser expulsadas de las grandes ciudades, la de Isaac entre ellas. Pero por suerte el joven pintor ya se había hecho cierto renombre entre los círculos artísticos y después de cierta presión, se le permitió volver.
Durante aquellos años pintó una de sus primeras grandes obras: Día de otoño.

Levitan ya era un pintor experto en paisajes –algo que lo haría famoso en el futuro– pero su mejor amigo Nicolás Chekhov (hermano del gran escritor) encontró que le faltaba un toque humano, así que fue y le chantó una figura femenina en la mitad. Por lo que efectivamente esta pintura podría ser considerada una colaboración.
Por entonces, un famoso filántropo ruso ya se había hecho fan incondicional de Levitan, así que se la pasaba comprando sus pinturas (llegó a tener unas veinte). Pero Levitan quería reconocimiento como artista, no solo vivir de su oficio. Así que se cambió de escuela de pintura para poder participar de competiciones de paisajes.
Dicen que el antisemitismo de la época no le permitió ganar una medalla de plata –el premio mayor–. Aunque hay algunos que dicen que la verdadera razón era otra: su maestro de aquel entonces, Savrasov, llevaba una rigurosa dieta a punta de vodka y había caído en desgracia. Y cuando Levitan le mostró la pintura con la que quería participar, su viejo maestro, totalmente beodo, escribió en la parte de atrás "medalla de plata", algo que ofendió al jurado.
De todas maneras, es verdad que por aquellos años el paisaje ruso había empezado a ganar terreno como uno de los tópicos más elevados del arte. Relegado por años frente a los retratos y la composiciones de época, el paisaje debe haber parecido tremendamente fome y nevado a los ojos de la academia. Pero Levitan lograba ponerle una emoción especial a sus paisajes, llenarlos de significado y sentimiento.







Es lo que se llamó "el paisaje anímico" o "paisaje del ánimo", donde lo que el pintor ve sirve para transmitir una cierta predisposición anímica. Por eso es tan raro encontrar edificios –y más aún figuras– humanas en los cuadros de Levitan. Es puro paisaje del centro de Rusia, lleno de árboles y lagos en diferentes momentos del día y del año.
Creo que Levitan, como buen pintor de paisajes, disfrutaba los cambios de estación: esa sensación tan extraña de ver un mismo lugar florecer, botar sus hojas, tener luces diferentes en invierno y en verano. Es una constatación del paso del tiempo pero también un poco de su circularidad. Especialmente la primavera, cuando todo empieza a florecer de la nada.
Y Levitan era un gran pintor de primaveras.





Pero cerremos con su obra maestra. En su época se la veía como una pintura que no era digna del majestuoso paisaje ruso –principalmente por haber sido pintada por un judío–. Over Eternal Peace es hoy en día considerada la cúspide del paisajismo ruso.

Pocas pinturas pueden plasmar tan bien el contraste entre la naturaleza –que en Rusia debe ser exhorbitante– frente a la pasajera condición humana, y por muy contradictorio que esto pueda parecer, la paz que nos da a los seres humanos contemplarla.