Hubo un tiempo –breve pero tiempo al fin– que estuve un poco obsesionado con la imaginería de los años cincuenta norteamericanos. Una expresión de confianza en el presente y el futuro que se notaba en cada ilustración, pintura, película o novela. Me acuerdo de haber pensado mientras leía En el camino de Jack Kerouac, que había que estar muy confiado para soltarlo todo y lanzarse a hacer dedo ida y vuelta por la Ruta 66.
Después leería los cuentos de Raymond Carver y de John Cheever y mi idea del optimismo rampante de los años cincuenta cambiaría un poco; y también aprendería que esa euforia de posguerra escondía también harta suciedad bajo la alfombra.
Eso sí, las imágenes quedarían. Había algunos pintores un poco más melancólicos y sombríos, como Edward Hopper, o las que eran pura americana, como Norman Rockwell. Hace poco descubrí –aunque descubrir es una palabra poco apropiada, porque todos nos cruzamos con sus imágenes en algún momento– a John Philip Falter.
John Falter –como solía firmar sus pinturas– fue un dibujante nacido en Nebraska en 1910. Al poco tiempo su talento haciendo caricaturas e ilustraciones le valió ganarse una beca para estudiar en Nueva York. Duró un mes: encontró que estaba demasiado lleno de comunistas para su gusto. Así que se volvió a su natal Nebraska.
Allí encontró trabajo ilustrando la incipiente industria de la Literatura Pulp: libros de bolsillo de autores de géneros –en ese entonces– medio raros, como HP Lovecraft.



Eso le ganó cierta fama y decidió armar un estudio propio y ponerse a ilustrar como loco. Se fue a vivir al norte del estado de Nueva York, donde junto a un par de amigos más llevarían adelante el estudio independiente, que tenía como norte a Norman Rockwell:
«Rockwell fue nuestra inspiración entonces. No lo conocí hasta años después. Oíamos que Rockwell había estado en la calle. Y todos saldríamos corriendo y lo buscaríamos. Si nos decían que él había mirado en un escaparate, mirábamos en el mismo escaparate tratando de absorber lo que él miraba por ósmosis».
Falter fue un hijo de su tiempo, y así como trabajó en la industria de literatura pulp, también lo hizo en el boom de la publicidad de posguerra, esa de Mad Men. Pall Mall, whiskey, cigarros, lo que fuera. Incluso para la armada, era que no.






Como se ve a primera vista: pura americana, retazos de la cultura popular estadounidense marcada por la felicidad que traen el consumo, la seguridad y el orgullo nacional. Y también la familia y el hogar, donde Falter destacaba por un sentido del humor visual sencillo e inocente (que no es tan fácil de lograr).






Aunque si tuviéramos que elegir una cosa por la que será más recordado Falter, son sin duda sus portadas del Post. Hizo más de 300.







Puro optimismo americano. Sus ilustraciones respiran una época de posguerra donde los sueños parecían al alcance de la mano. Quién sabe cuándo volverán a estar de moda sus dibujos.