Se han llamado robos por modalidad “viuda negra” aquellos en los que mujeres, tras conocer hombres en discos o redes sociales, logran ser invitadas a sus casas. Allí, los sedan con ansiolíticos y, cuando están inconscientes, les roban todo lo que pueden.
Estos robos en Argentina han ido en aumento –e incluso han resultado en muertes– y la comediante Malena Pichot, conocida por Cualca y Por ahora, se ha inspirado en ellos para crear un thriller cómico que está estrenando episodios semana a semana.
Infalible: tomar un caso real, adaptarlo y mezclar géneros
Los argentinos son conocidos por su sentido del humor y por no tenerle miedo al género en sus producciones audiovisuales. Y la inestabilidad económica que sufre su país resulta en toda clase de crímenes creativos que no sorprende que terminen llevando a la pantalla.
Malena Pichot, desde su fama con La loca de mierda, ha logrado mantener una carrera de standupera, comediante y actriz. Y aquí, en esta serie de Max, es la creadora, guionista y protagonista que ha sabido mezclar distintos ingredientes para hacer una de las series más entretenidas del año.
A través de esa observación de la realidad, y de mucha ficción, nace Viudas negras, p*utas y chorras, que utiliza la contingencia como punto de partida pero termina hablando de diferencias de clase y de amistad femenina.
Crimen, diferencia de clases, enredos absurdos y amistad
En Viudas Negras, Pichot es Mica y su compañera es Maru (Pilar Gamboa). Hace más de una década, ejercían de viudas negras con normalidad y profesionalismo. Investigaban hombres, los seducían, les robaban y pasaban al siguiente. Fue cuando se quisieron salir del negocio, obviamente, que se les pasó la mano y mataron a uno.
Ninguna pagó, sino que otra mujer las encubrió y fue a la cárcel por ellas. Los años pasaron y las amigas se separaron. Mica abrió un centro de estética en su barrio y Maru dejó todo atrás para convertirse en ama de casa en un condominio exclusivo de Buenos Aires. Pero cuando las amenazan con revelar su involucramiento en un asesinato, Mica y Maru tienen que volver a juntarse para cometer ese típico último atraco, atrapando a un joven millonario.
Para eso, le mienten a su entorno –las mujeres de la peluquería en el caso de Mica, las señoras de clase alta y su esposo en el caso de Maru– en intentan recordar los tejemanejes de las viudas negras, mientras se dan cuenta de que están más oxidadas de lo que creían y que el tiempo las ha convertido en personas distintas. O no tanto.
La trama logra unir los convencionalismos del thriller con una comedia de pareja dispareja. Pichot se vale de las reglas del género para poder trazar una base sólida en la cual meter ingredientes como crítica social, humor negro y mucha química entre las protas. Y eso termina siendo lo más memorable de la serie.
Viudas Negras no juzga ni condena, sino que se entretiene en los enredos que estás ex amigas tienen que sortear para poder salvarse el pellejo: reclutar mujeres jóvenes y entrenarlas para cumplir la misión que son muy viejas para lograr, robar antidepresivos a las chetas del condominio, cocinar un postre de chocolate con la dosis justa de estupefacientes para esta vez no matar a nadie.
Y en medio de todo eso, generar los momentos cómplices entre dos mujeres que tuvieron un vínculo muy fuerte y ahora lo perdieron. Mientras Maru se alejó de todo y niega su pasado, Mica lo romantiza como los mejores momentos de su vida, y está feliz de volver a las andanzas con su amiga. Ese entusiasmo se le contagia a Maru, que recupera partes de la identidad que dejó atrás, y la serie exprime esta dualidad como fuente de comedia.
Además de todo, Viudas Negras aprovecha a recordarnos que la guerra que presenta está cruzada por la clase, y es refrescante ver que se satirice desde Latinoamérica, cuya desigualdad social deviene en países sumamente clasistas pero que aún tienen como tabú el mostrar estos conflictos directamente. Y más aún en tono cómico.
Así, Viudas Negras logra ser entretenida y adictiva, permite que se luzca Pichot pero especialmente Pilar Gamboa, nos presenta un relato familiar pero le agrega suficientes idiosincrasias como para que lo sintamos fresco. Mezcla hábilmente su coctelera de géneros, habla de algo contingente sin que se sienta pesado y tiene todo el corazón que se le puede pedir a una serie sobre la amistad. Y hace que todo esto parezca fácil.
Nota de riesgo: moderada.
