Me pregunto si alguien podrá escribir de Beau tiene miedo sin usar la palabra “pesadilla”. Su director, Ari Aster, se consagró rápido como uno de los realizadores que puso de moda un cine de terror complejo y elegante. Pero es su primera película fuera de ese género la que pareciera estar enervando más a la gente.
Porque Hereditary y Midsommar, con todo lo traumante que podían ser, eran claras películas de terror. Lo que Beau tiene miedo produce es esa inquietante sensación de no poder esclarecer algo que sabemos que nos afecta. Es perturbadora, pero también muy graciosa, absurda, compleja, tonta y sí, también da miedo. “Odisea neurótica” la han llamado, también “surrealismo paranoico”, “thriller metafísico”. Pero todos utilizamos la palabra “pesadilla” porque, al igual que los sueños, podemos intentar desentrañar el simbolismo de la película, pero las imágenes no están hechas para que las dilucidemos.
Beau tiene miedo: la última actuación de Joaquin Phoenix
A pesar de que gran parte de esta cinta de 3 horas que cambia de forma constantemente sí tiene un núcleo común (spoiler: mommy issues), Beau tiene miedo se entretiene destruyéndose a sí misma y adoptando estéticas nuevas. Al principio es una pesadilla ansiosa, la vida de un cuarentón incapaz de tomar decisiones que tiene que lidiar con la imposible tarea de tomar un avión para visitar a su madre. El mundo a su alrededor se lo pone difícil, las calles están invadidas de asaltantes y gente con armas, su edificio se está desmoronando y absolutamente todo lo que podría salir mal, sale peor.
No es realista, lejos de eso, sino que son los miedos e inseguridades mentales de una persona cobrando forma física (I’m thinking of ending things hizo algo parecido y de hecho hay mucho de Charlie Kaufman aquí), para acechar al pobre Joaquín Phoenix en una actuación aptamente miedosa.
Pero cuando creemos entender los códigos en que se está moviendo la película, esta cambia y nos lleva a una casa suburbana que parece querer ser analogía de la realidad conservadora estadounidense en su nivel más empastillado, cristiano y con estrés postraumático. Y cuando agarramos esta nueva metáfora, Aster nos introduce en la oscuridad de un bosque, flashbacks de la infancia con la madre incluidos y un par de disfunciones sexuales, hasta finalmente dejarnos en manos de los chilenos León & Cociña (La casa lobo, Los huesos) y su secuencia animada que muestra la aventura que el pobre Beau podría vivir si tan solo se atreviese a ser una persona autovalente y se liberara de la sombra de su madre.
Porque finalmente el meollo es ese. La madre de Beau, narcisista y castradora, se ha convertido en una omnipresencia que controla todo en su vida incluso estando lejos de él. Y él mismo, aunque sea un adulto, es un hombre dañado que jamás se formó como individuo. Por eso Beau tiene miedo, porque tiene que enfrentarse a la persona a la que voluntariamente se ha sometido toda su vida. Y toda esta película, todo este trayecto para ir a encontrarse con ella, es un viaje psicológico por su mente, que revisita los miedos que hoy en día lo hacen incapaz de ser una persona independiente.
Beau tiene miedo es una experiencia angustiante y agotadora porque nos pone en el lugar del protagonista, valiéndose de símbolos para representar ansiedades que debieran ser abstractas, que están en el inconsciente y que por ley no somos capaces de ver. Pero, como los sueños, el cine es capaz de ponerlas en imágenes, ofreciéndonos una ventana para percibir lo inefable, por más desagradable que sea. Quizás así es como se superan los traumas.
Nota de riesgo: puede alienar a los fans del director que esperaban terror más tradicional. Con una película terapéutica, quizás biográfica, de tres horas sobre resolver traumas emocionales, Ari Aster entra en un tipo de cine diferente, arriesgándose en el proceso.
El cortometraje Beau
Siete cortometrajes de Ari Aster fueron liberados, lo que puede interesar a muchos fanáticos de su obra. Uno en particular se titula Beau, y es la clara antesala a la primera parte de esta película.