Cada cierto tiempo, la humanidad se enamora de una tecnología nueva. Pasó con los ferrocarriles en el siglo XIX en EE.UU. y con las empresas puntocom a fines de los 90. Los precios se disparan, los inversionistas enloquecen de optimismo y los escépticos anuncian un desastre. Pero, como recordaba el premio Nobel Robert Shiller, esas euforias suelen nacer del optimismo productivo y de inversiones que, al final, dejan algo positivo.
Hoy la inteligencia artificial vive, al parecer, ese ciclo. El propio Sam Altman, CEO de OpenAI, lo reconoció en octubre: “hay aspectos de la inteligencia artificial que están en plena ebullición ahora mismo”. Pero agregó: “algo real está sucediendo”. Y creo que tiene mucha razón, porque esta tecnología es del tipo que podría cambiar absolutamente todo el funcionamiento de la humanidad.
Jeff Bezos, fundador de Amazon, también lo dice: “la IA está en una burbuja industrial, pero la sociedad obtendrá beneficios gigantescos de ella.” Y Jeff Boudier, de Hugging Face, lo resumió bien diciendo que “internet se construyó sobre las cenizas de la sobreinversión en la infraestructura de telecomunicaciones de ayer.” Así que sí, es cierto que la burbuja puntocom fue costosa, pero de su exceso permanecieron y se robustecieron Amazon o Google, y se creó la red global de compañías de internet que hoy usamos todos los días.
Para mostrarlo con datos: armé una gráfica usando una herramienta de IA interna de Fintual. Le pedí simular una inversión inicial de 3.000 dólares, mil en cada una de tres acciones que vivieron el boom y la caída puntocom, BKNG (Booking Holdings Inc., anteriormente llamado Priceline.com), Cisco y Amazon, compradas el 1 de abril de 1999 y mantenidas hasta noviembre de 2025. Esta canasta llegó a caer casi -90% desde su peak, pasando de 4.911 dólares en marzo de 2000 a solo 523 dólares en septiembre de 2001, pero aún así terminó entregando un retorno histórico anualizado de 12,39% y un valor final cercano a los 60 mil dólares.
Y lo interesante es que, si bien esto ya es impresionante, invertir en índices diversificados como ACWI, S&P 500 o Nasdaq-100 suele ser aún mejor en términos de riesgo, porque además de caer menos profundo en crisis amplias, se recuperan con más fuerza gracias a cómo funcionan los propios índices: salen las empresas que se achican y entran las que están creciendo en capitalización. Es decir, la “salud” de la composición del índice se mantiene. En el largo plazo, esa dinámica hace que el mercado termine capturando lo mejor de cada ola tecnológica mientras deja atrás lo que no prospera.

Al final, estas olas tecnológicas siempre se sienten exageradas cuando estás parado en ellas, y especialmente cuando las ves reventar. Pero también nadie en los 90 imaginaba que la sobreinversión en fibra óptica iba a terminar dándonos internet de alta velocidad y de bajo costo. Y nadie en 2007 pensaba que los servidores que parecían un gasto ridículo para Google iban a sostener las búsquedas y los emails de medio planeta.
Creo que hoy está pasando algo parecido: muchos mirando el precio de las acciones; pocos la infraestructura que se está levantando, y que auspicia la base técnica sobre la cual se va a construir la próxima generación de inteligencia artificial general, es decir, sistemas que pueden realizar una amplia variedad de tareas sin entrenamiento específico y mejor que cualquier humano.

Puede que ciertas valorizaciones actuales estén muy infladas, pero esa abundancia de capital está financiando la siguiente ola: mejores chips, más centros de datos y herramientas que harán que la inteligencia artificial sea más barata, más potente y más accesible.
Para los inversionistas, eso significa que, incluso si hay correcciones en el camino, las bases que se están construyendo, desde Nvidia hasta cientos de empresas menos visibles, sostendrán la próxima década de crecimiento. Las burbujas pasan, la infraestructura queda, y en la práctica, eso debiese premiar portafolios de largo plazo que sean diversificados. Lo que quede después de este entusiasmo podría ser la base del próximo salto económico.