Seguro conoces a Edward Hopper por su pintura Nighthawks, halcones nocturnos, en la que se ve a algunas personas en un diner solitario en Nueva York a altas horas de la noche.
Me parece fascinante cuando una pura obra concentra en sí misma casi todas las características que harán de un pintor alguien especial. Como las Ars poéticas de los viejos poetas, esos manifiestos donde definían su arte y que marcan sus obras para siempre. Aquí en Nighthawks podríamos decir que está todo Hopper.
Edward Hopper nació en Nueva York y vivió ahí toda su vida. En sus pinturas se pueden apreciar los efectos de vivir en la primera gran metrópoli del siglo XX, la ciudad por excelencia. La soledad y el anonimato; la paradoja de estar aislado viviendo codo a codo con millones de personas.
No me juzguen, pero se me viene a la mente un tema de Arjona que escuché ayer en Radio Imagina (88.1): Acompáñame a estar solo. Tal vez ese oxímoron medio piñufla sea la mejor manera de definir a Hopper.
Por eso muchos volvieron a él en los tiempos de pandemia. La soledad en las grandes ciudades tiene un regusto especial que Hopper supo plasmar como pocos. Y bueno, la asociación con la pandemia tampoco es tan antojadiza, de hecho, la pintura del principio fue la reacción de Hopper ante la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, su sensación de caminar por una ciudad semi-vacía producto de todas las personas que se habían ido (otros dicen que está inspirado en un cuentazo de Hemingway, The killers).
Es increíble que un pintor de la primera mitad del siglo XX tenga la capacidad de hablarnos de un momento histórico contemporáneo, pero claro, esa es la gracia de los grandes pintores: nunca son anacrónicos.
Así que en teoría debería habernos servido para representar diferentes situaciones.