Ya se está acusando al 2025 de no ser tan buen año para el cine, pero los fans del terror sí pueden regocijarse por el éxito inesperado que algunas películas están teniendo. La nueva sensación del bloque es Weapons (La hora de la desaparición) que con un buen gancho, ritmo pausado, giros impredecibles y una villana icónica, ya es en una de las más taquilleras del 2025, y tiene a todos comentándola.
La gracia de Weapons es que es una película capaz de asustarte y a mitad de camino dejarse de tomar en serio para rematar con un final absurdo. Lo que solo la hace mejor.
Una película que logra darte miedo y risa
En una tranquila comunidad, perfecta para que se desarrollen historias de terror, 17 de 18 niños de una clase desaparecen cuando simplemente salen de sus casas, todos al mismo tiempo, y se pierden corriendo hacia la noche.
Nadie sabe por qué lo hicieron y los pocos videos de seguridad solo los muestran con los brazos rígidos y extendidos, sincronizados a las 2:17, como si supieran algo que todo el pueblo desconoce. Los padres lidian con su desaparición, confundidos, y culpan a la profesora de los alumnos, mientras que la policía la interroga a ella y al único niño que sigue ahí. Pero ninguno entiende nada.
Weapons se divide en capítulos que adoptan distintas perspectivas para abordar los días posteriores a la desaparición. Vemos primero a la joven profesora, en plena crisis, que decide ponerse a investigar; a uno de los padres afectados, que sospecha que la profe algo sabe; a un policía a cargo del caso que nos va dejando cada vez más claro que es un inútil; a un junkie local que accidentalmente da con la pista que termina resolviendo todo; al director del colegio, que intenta hacer las cosas bien; y por último, al único que no desaparició, el niño callado con una vida familiar que se está complicando.
Puntos por la premisa, que es más que suficiente para setear una historia de terror que nos tendrá enganchados pensando en qué esconde el misterio central. El dispositivo es tramposo, pero agradable. Ver las mismas secuencias desde distintos puntos de vista no necesariamente nos aporta algo nuevo, pero se siente distinto en una película como esta y nos permite ir sumando pistas e involucrándonos más en este mundo. ¿Era necesaria? No. ¿Da gusto verla? Sí, y eso resume bien lo que Weapons como película hace en general.
El terror es difícil, y la verdad es que Weapons logra todo lo que se propone bastante bien. Su forma de asustar consiste en no mostrar, con una cámara de paneos lentos y coreografías que esconden mientras el sonido baja, permitiendo las condiciones perfectas para que entre una imagen o ruido repentino, jumpscares clásicos pero efectivos que logran tener a la gente del cine gritando. El uso del fuera de cuadro en una escena en particular, en un auto, es muy inquietante y demuestran que el director Zach Cregger podrá seguir haciendo todas las películas de terror que Hollywood le ofrezca y que Barbarian, su último hit anterior, no fue un fraude.
Pero lo interesante en esta película no es que domine el género principal en el que se inscribe, sino la frescura que le añade su sentido del humor. El terror es difícil, pero la comedia también, y en una época en la que la mezcla de géneros está de moda, da gusto ver cómo la película que nos ha ido atrayendo con seriedad termina sacándose la máscara y mostrándose como la farsa que realmente era.
Es casi una burla al elevated horror, esta clasificación que los gringos acuñaron para hablar del terror prestigioso que A24 ha popularizado los últimos años, como si el género por sí solo no pudiese ser sinónimo de calidad.
El puzzle de Weapons, que al final de una serie de misterios solemnes esconde una broma, es un acierto exacerbado por su villana, un payaso camp que está fuera de código en este universo y traslada la película a otro terreno. Al del ridículo tanto como el terror.
La Tía Gladys, como veremos en Halloweens venideros, destaca desde el primer momento, como anunciando que llegó para quedarse. Aparece a mitad de Weapons, destapa su secreto y cambia su rumbo, la guinda de la torta de una película que solo habría sido peor si terminara en su ley original. Es una sobreactuación entremedio de un elenco que está actuando mucho mejor de lo necesario, un personaje icónico que genera en el cine esa experiencia colectiva de compartir tanto el miedo como la risa.
Y con ella, cualquier metáfora, cualquier trasfondo que creamos que la película podría tener, se disipa sin que lamentemos su ausencia. La imagen onírica de una metralleta gigante flotando sobre una casa no es una metáfora para conectar el elemento de los niños desaparecidos con los casos de tiroteos en escuelas en Estados Unidos (la película se llama ARMAS, después de todo), sino una mera imagen que el director soñó y quiso incluir, y la película en realidad es sobre el duelo, porque Cregger perdió a un amigo y quería explorar esos sentimientos en una comunidad, y de hecho los 7 hot dogs que comen dos de sus personajes son un guiño a este amigo y eso también termina siendo muy representativo de qué tan en serio tenemos que tomarnos las cosas.
La falta de profundidad es un elemento más a favor de ver esta película solo como entretenimiento vacío. No todo tiene que ser serio y abordar los grandes temas para que lo validemos. Menos aún una película de terror gringa. Esa parece ser la cruzada de Weapons, el chao al elevated horror, un producto nacido en la época de la ironía y que sí refleja algo del momento en el que estamos.
Un momento en que el miedo siempre está presente, y cada persona vive en una isla en una comunidad incapaz de juntarse, donde los policías son inútiles y acceder a distintas perspectivas no nos aporta nada pero es cool, y la respuesta detrás del gran misterio es sencillamente que las brujas existen, y las reconocemos porque son el único personaje de la película disfrazado como tal, y la forma de destruirla será ridícula y nos lo vamos a comer con papas fritas. A veces hay que entregarse y no hay que pensar.
Nota de riesgo: arriesgada
