La sombra de El talento del señor Ripley, la película de 1999 con Matt Damon y Jude Law, cae fuerte sobre Ripley, la última adaptación de esta historia de aspiracionalidad y psicopatía. Pero con los valores de producción de Netflix, una fotografia en blanco y negro que aprovecha al máximo las locaciones europeas, y ocho capítulos para contar su historia, se sostiene lo suficientemente bien como para justificar el revisitarla.
Esta vez Tom Ripley es interpretado por Andrew Scott y la novela de 1955 se transformó en una miniserie en vez de una película. Pero la historia es la misma: un estafador es contratado por un hombre rico para que viaje a Italia a buscar a su hijo Dickie, que está dedicándose a vivir la buena vida con su dinero y sin intenciones de volver. Cuando Ripley llega a Italia, deja de lado su misión seducido por el estilo de vida de los ricos, se acerca a Dickie y se obsesiona con él, finalmente suplantando su identidad.
Todas los Ripleys que vinieron antes
Permítame hablarle un momento de Patricia Highsmith. La ama y señora del thriller psicológico empezó a publicar novelas en 1950 con Extraños en un tren (adaptada al cine el año siguiente por el mismísimo Hitchcock), que tenían en común el meterse en recovecos oscuros de la psique humana. Sus protagonistas eran ambiciosos, envidiosos, ansiosos, mentirosos, lujuriosos y de vez en cuando incurrían en algún asesinato.
En 1955 publicó El precio de la sal bajo un seudónimo, ya que trataba sobre una relación lésbica que podía ser peligrosa para su reputación (ella era lesbiana, pero era algo que no quería que fuera tan público en esa época). El libro tocaba otro de sus temas, el homoerotismo en contextos adversos y cuando fue llevado al cine se convirtió en la reconocida Carol, con Rooney Mara y Cate Blanchett.
También están El grito de la lechuza, que tuvo una adaptación francesa y una estadounidense, Las dos caras de enero (EE.UU., 2014) y Deep water, convertida en un reciente thriller erótico con Ana de Armas y Ben Affleck por el director de Atracción fatal.
Pero lo que nos importa aquí son los Ripleys. El talento del señor Ripley tuvo adaptaciones fílmicas, partiendo por Purple Noon (o A pleno sol), película francesa con Alain Delon que ha resistido sorprendentemente bien el paso del tiempo. Y la que pareciese ser la adaptación definitiva, El talento del sr Ripley de Anthony Minghella, que es más grande y ambiciosa que su predecesora, y que tiene el plus de mostrar que detrás de la obsesión de Ripley por Dickie existe una atracción más allá de querer ocupar su lugar.
Ambas adaptaciones se convirtieron en clásicos, elevando a jóvenes estrellas en su momento de mayor belleza y ofreciendo historias entretenidas llenas de giros y sorpresas. Es por eso que se siente curiosa la decisión de revivir para la pantalla a Ripley una vez más.
Ripley: más larga, más detallada y más fiel
Adaptar películas a la televisión no es nada nuevo, pero en esta época la propiedad intelectual es lo que parece estar de moda. Con la cantidad de productos que se estrenan mes a mes, semana a semana, entre todos los streamings, hacerse con los derechos de novelas, obras de teatro y películas puede ser un atajo a la hora de traer una próxima serie a la vida.
Y tiene sentido. Las películas de Ripley son bien recordadas, la trama de movilidad social aún puede estar vigente y la novela original es más extensa de lo que las adaptaciones previas han podido cubrir. ¿Por qué no hacer una serie de televisión?
El guionista Steve Zaillian (ganador del Óscar por La lista Schindler) aquí escribe y dirige los ocho capítulos de este nuevo Ripley, uno más mayor que los veinteañeros que lo antecedieron y también más ignorante. Matt Damon y Alain Delon no cometían el tipo de torpezas que delatan la clase social del protagonista de Andew Scott. Y Scott, por su parte, con su mirada perdida y pensamientos rumiantes, muestra algo que da más miedo que las encarnaciones anteriores.
Su Ripley empieza siendo más decadente y pareciera tener menos que perder. No se mezcla tan bien con las clases altas, es más notoriamente un outsider y por lo mismo nos imaginamos que es capaz de mucho más para mantener su nuevo estatus.
Eso es lo que funciona. Bueno, eso y otros tres elementos clave: una producción impecable que reconstruye una Italia de los años 60s con precisión y elegancia, el regreso de Dakota Fanning en un papel que nos enorgullecerá a todos los nostálgicos, y una mayor extensión para disfrutar una historia de la que ya éramos fans.
Pero lo que sigue causando dudas es lo que llama la atención desde el principio. ¿Por qué? Esta nueva adaptación no es mejor que las anteriores, no nos dice algo nuevo ni nos llega en un momento particular de la historia en que podamos obtener nuevos significados de ella.
En el peor de los casos, se siente como Netflix explotando hasta lo inexplotable para generar contenido. Pero tomar una buena historia y alargar su metraje no necesariamente nos ilumina más al personaje. A veces se siente como si las películas anteriores simplemente se hubiesen alargado (especialmente en un primer capítulo más bien tedioso) y contar con más escenas incluso vuelve la información repetitiva. ¿Cuántas veces tiene Dakota Fanning que mirar a Ripley con escepticismo para que entendamos que no confía en él?
El arte es bello pero superficial. Al igual que la dirección. Allí donde las películas anteriores respiraban, la serie de Ripley corta rápidamente, pasa de un plano a otro y son todos hermosos, sí, pero no dicen nada, es un blanco y negro estilizado que no contiene significado detrás, es pura superficie y quizás podría teorizarse que busca asemejarse a su protagonista, pero el efecto final tampoco parece potenciarlo.
Pero aún así engancha. Siendo más generosos, Ripley está lejos de ser una pérdida de tiempo, y si le das una oportunidad, te irá absorbiendo cada vez más en su universo. Sus capítulos van cambiando de forma, no se repiten locaciones por mucho tiempo y se avanza tanto en la psicología del personaje como en lo atrapado que está producto de sus mentiras.
Nada que las versiones anteriores no hayan logrado, pero es que sus legados son poderosos. Tal vez Netflix espera que su nueva audiencia no esté familiarizada con las adaptaciones anteriores, pero quizás lo mejor que ellas puedan obtener de esto sean las ganas de visitar aquellos clásicos.
Nota de riesgo: todos los temas que toca, aunque están vigentes, no se sienten más transgresores que hace veinticinco años, por lo que es una adaptación conservadora.