¿Cómo se enfrentan dos hermanos al duelo por la muerte de su padre? Pareciera una experiencia universal, pero en toda vivencia humana siempre hay determinantes que la vuelven específica: se trata de dos hermanos hombres, que tienen diez años de diferencia, que nunca hablan de sus emociones y que solamente se tienen entre ellos para elaborar su duelo.
La pregunta me la hago mientras avanzo en la lectura de Intermezzo (Random House, 2024), la esperadísima nueva novela de Sally Rooney, que se estrenó el pasado 24 de septiembre simultáneamente en varios idiomas, incluyendo una vez más una frustrante traducción al español de España, un lenguaje que resulta ajeno para Latinoamérica y que distrae con el uso de palabras como “guay”, “majo” y “flirtear”. De cualquier manera, el libro llegó después del éxito rotundo de Conversaciones entre amigos (2017), Gente normal (2018) –ambas adaptadas a exitosas series televisivas– y Dónde estás, mundo bello (2021). Es decir: las expectativas sobre el trabajo de la escritora irlandesa de 33 años son enormes.
Ocurre con ella una rareza: cuenta con el arrastre popular de un bestseller y el halago sofisticado de la crítica especializada. Su trabajo parece aunar una muy buena pluma con una voz generacional, aunque es un título que no se le ha otorgado sin debate: hay quienes dicen que es una etiqueta que se le asignó sin que ella lo pidiera, fomentara ni disfrutara. Aun así, se ha dicho que es la escritora de los millennials, la portavoz de sus particularidades relacionales, sus pensamientos políticos, sus problemáticas económicas y su búsqueda identitaria.
En este libro, Rooney nos presenta dos personajes totalmente disímiles. El primero es Peter, un abogado de 32 años que siempre ha jugado su rol de hermano mayor –que incluye ser más sociable, más resolutivo y más responsable– y que se medica para poder dormir y manejar la ansiedad que le generan las etapas iniciales de su duelo. El segundo es Iván, un ajedrecista de 22 años que también ejecuta su rol de hermano menor, lo que incluye una mayor cercanía emocional con el padre, una personalidad mucho más introvertida y una miopía parcial a los mecanismos prácticos de cómo gestionar una familia. Ambos se enfrentan a la muerte de su padre luego de atravesar un cáncer.
Vuelvo, nuevamente, a la misma pregunta: ¿cómo es enfrentarse al duelo de un padre cuando eres hombre y tu compañero de duelo es otro hombre, y ninguno de los dos acostumbra a hablar de lo que siente ni a compartirlo? La pregunta, también, me la hago sabiendo demasiado bien cómo se enfrenta al mismo escenario una mujer con la edad de Peter, porque esa mujer soy yo. La pregunta me la hago, en el fondo, siendo a mis 31 la hermana mayor de una mujer de 27 y atravesando –no en una novela sino en la vida real, las dos de manera casi inseparable– el duelo de nuestro padre, que también murió de cáncer.
El libro me funciona como una puerta para espiar un universo paralelo donde yo podría haber sido hombre y mi hermana también. Avanzo en el libro pensando: esta perfectamente podría haber sido mi vida, porque a pesar de las diferencias de género y de comunicación entre los protagonistas, veo ahí mi camino en el duelo, y lo pienso sobre todo cuando el libro ya no habla solamente de duelo, sino de lo complejas y profundas que son las relaciones sentimentales y afectivas entre los seres humanos. Ahí es donde me doy cuenta: Sally Rooney lo hizo de nuevo. Una vez más, caí bajo el infalible efecto de identificación que genera.
No debe ser fácil ser Sally Rooney y escribir una nueva novela. Se lo digo a mi hermana, precisamente, apenas termino el libro, y se lo digo porque existe una comunidad de lectores –tan acérrima que casi se puede considerar un fandom– que siempre va a esperar de ella lo que hizo demasiado bien una vez: que sus libros vuelvan a ser como Gente normal. Que nos siga entregando, una y otra vez en nuevas y mejoradas versiones, una historia de amor conmovedora, compleja, humana, íntima, hermosamente descrita. Nosotras dos estamos en esa fanaticada, y cuando ella me pregunta qué me pareció la novela sé que quiere saber si la historia de amor vuelve a estar a la altura de Gente normal o no, y lo primero que le respondo, en cuanto cierro el libro y lo trato de ponderar, es que Sally Rooney ya escribió Gente normal y que quizás tiene derecho a escribir otra cosa.
Hago una pausa. Con esto podría sugerir que el libro no tiene romance, y lo cierto es que cada uno de los hermanos tiene una subtrama amorosa: Peter, el mayor, sigue enamorado de Sylvia, con quien terminó luego de que ella sufriera un accidente que le dejó como secuela un dolor crónico –una consecuencia médica que, para ser sincera, no se explica del todo y a veces resulta distractora– y que le impide llevar una vida sexual activa. Pese a que no tienen una relación amorosa, Peter y Sylvia tienen un rol en la vida del otro y siguen amándose, a su manera. Mientras tanto, Peter sostiene una relación con una estudiante universitaria de 23 años que se sale de sus propias estructuras mentales.
Por otra parte, a sus 22 años el hermano menor Iván conoce a Margaret, una mujer separada de 36 años, y empieza a tejer una relación con ella bajo el escrutinio que, se imaginan, provocará su diferencia de edad cuando lo que tienen se haga público.
Le explico a mi hermana: no es que las subtramas románticas no estén al nivel de Gente normal, porque de hecho puede que lo estén. Si algo hace muy bien Rooney es sumergirse en la complejidad de los vínculos emocionales que tejen las personas que hoy rondan los 30, que parecemos tener una gran facilidad para inventar formas de relación que no se enmarcan en una categoría estática, lejos de las convenciones. Y eso, que tan bien hizo Rooney en Gente normal y también en Conversaciones entre amigos, es algo que vuelve a dibujar con precisión en Intermezzo, donde aparecen categorías de relacionamiento para las que quizás todavía no tenemos nombres ni etiquetas, pero que están ahí, existiendo y uniendo a las personas. La siguiente cita de Intermezzo es un muy buen ejemplo de cómo lo hace:
“Un problema filosófico. Que cuando van juntos por la calle los confundan por lo que no son. O, mejor dicho: que los confundan por lo que sí son. ¿Cómo es posible eso? Ver a un hombre y a una mujer caminando juntos: ponerle un nombre en la cabeza a la relación que hay entre ellos, automáticamente, por así decirlo. Lo que equivale a seleccionar de entre un repertorio de nombres existentes el que mejor se ajuste a ese caso en particular. Decirnos que, en relación a ese hombre, esa mujer concreta debe ser una amiga, o si no una novia, o una esposa, o una hermana. Un acto de nombrar susceptible de corrección, pero corrección sólo en la forma de reemplazo: esto es, el reemplazo de un nombre existente por otro”.
Pero lo segundo que quiero responderle a mi hermana es que la trama principal del libro, no las subtramas románticas sino la historia de la relación entre Peter e Iván, sí es una historia de amor, solo que ocurre entre hermanos. Entonces me acuerdo de Fleabag, la serie de Amazon Prime Video donde Phoebe Waller-Bridge abre la segunda temporada diciendo, literalmente, que “esta es una historia de amor”, y donde una entiende, a medida que los capítulos avanzan, que la historia de amor no es con el cura que interpreta Andrew Scott –aunque también– sino que es con su hermana, con quien atraviesa el duelo por la muerte de su madre. Intermezzo quizás sea, entonces, la versión masculina de Fleabag, pero en formato libro. "No sé qué hacer con todo el amor que tengo para ella. No sé dónde ponerlo ahora", dice el personaje de Fleabag, y dice Ivan en Intermezzo que el sentimiento de amor que tenía por su padre no tiene dónde más ir, está encerrado dentro de él, inexpresado.
Todo lo que sabemos de las emociones de Peter e Iván no lo sabemos porque alguno de los hermanos se lo diga en forma verbal al otro. Lo sabemos porque el narrador tiene un acceso claro a sus pensamientos, o porque ellos se lo dicen a alguna de las mujeres con las que están estableciendo una relación. Lo que hay entre ellos es, sobre todo, un instintivo y desgarrador sentimiento de abandono y vacío que no pueden canalizar fácilmente en una contención emocional mutua o en una conversación tranquila.
Es el clásico conflicto que parece identificar a las novelas de Rooney: no lo que se dice, sino lo que se calla. Hay malos entendidos, hay palabras hirientes, hay incluso arranques de violencia física. Hay, también, la pregunta con respecto a “qué podemos hacer que albergue la vida, qué puede llegar a contener una vida sin romperse”. Y hay también, por suerte, la ilusión de que la muerte no termine con la vida, aunque la remueva, la destruya un poco y la resignifique por completo.
Le envío una foto del libro a mi hermana. Es una cita de Iván: “Es pronto, de hecho, para que tu padre se muera, cuando tienes veintidós años”. Cuando nuestro papá murió, ella tenía 22 y yo 27. En pocos meses se cumplirán 5 años. “Pero ahora que el episodio ha terminado, el funeral, los diversos rituales, ahora ya solo queda la pérdida, que nunca podrá remediarse. El episodio está cerrado, el episodio está superado, y la pérdida solo acaba de empezar. Cada día se hace más honda, cada día caen más cosas en el olvido, cada día quedan menos certezas. Y nunca nada devolverá a su padre del ámbito de la memoria al mundo reconfortantemente concreto del hecho material, del hecho tangible y específico: ¿y cómo, cómo es posible aceptar eso, comprender siquiera lo que significa?”, dice el libro. “Ni la muerte de mi papá fue una experiencia única para mí”, me responde ella, un poco riéndose de nuestra desgracia. Hay algo reconfortante en descubrir que el dolor, que siempre se siente tan exclusivo, tan privado, sea en realidad una experiencia colectiva. Rooney también nos regala ese encuentro.
En entrevista con el New York Times, la autora dijo que cuando está escribiendo no le importa su carrera ni le preocupa la comparación con sus anteriores libros: “Lo que pienso es: ¿cómo puedo hacer que este libro sea la versión perfecta de lo que puede ser?”. Es fácil e incluso tentador esperar de sus nuevos libros que nos entreguen esos romances bien escritos, con una prosa sobria pero efectiva, profunda sin llenarse de adornos, y que abordan las particularidades de tener 20 o 30 años en el mundo que hoy habitamos. Es refrescante, en cambio, que Rooney quiera todavía entregarnos algo nuevo. En este libro, su perspectiva sobre la muerte resulta fresca. Incluso para el género de la bibliografía sobre duelo, una categoría literaria que ya conozco demasiado bien, es una especie de diamante nuevo.
Se me ocurre que debe ser más difícil vender masivamente un libro sobre la muerte que uno sobre el romance, pero quizás a Rooney, por haber escrito Gente normal, le sea más fácil conquistar con Intermezzo. Quizás Gente normal haya sido el caballo de Troya que traía dentro de sí esta novela y, esperemos, la posibilidad de muchas otras sobre temas cada vez más complejos, a los que me gustaría que siguiera entrando con su profundidad y exactitud.