Mi primer acercamiento con la confección terminó en una cirugía. Tenía cuatro años e impulsada por un anhelo de independencia, decidí agarrar el costurero de la casa y coser el gorrito de un peluche que se había desprendido: la aguja cayó al suelo y cuando la buscaba en cuatro patas, encontró la forma de subir por mi rodilla y quedarse allí. Corte a anestesia general y mi primera cirugía para rescatarla antes de que encontrara la forma de subir por mis arterias hasta mi corazón. Ese fue mi bautizo en el arte llamado moda. Desde entonces, ni siquiera he intentado tejer ni coser un botón. Pero el styling, las tendencias y bueno —el shopping ante todo— han sido un interés en el cual he invertido tiempo, energía, sangre, rodillas, y sobre todo, dinero.
El día que conocí a Lupe, estaba encima de literalmente cientos de agujas y pins en el suelo: un gran collage de retazos de piezas de jeans viejos se desplegaba sobre su taller. La imagen de mi accidente flasheó por mi cabeza y me fui directo a una esquina a observar desde una distancia prudente. Llegué allí con un amigo fotógrafo, Tomás Eyzaguirre (recuerden ese nombre) a donar mis jeans viejos para el gran patchwork que Lupe había decidido hacer “para ella misma”. El collage se extendía de tres a cuatro metros, de muralla a muralla de su taller. Y Lupe, pies descalzos, iba haciendo las uniones una por una de los retazos.
Este mismo espíritu, de sustentabilidad y artesanía, es la que la mueve como diseñadora hasta el día de hoy. Usa un método que ella llama “moldaje zero waste” para crear prendas a partir de retazos, en donde cada pieza adquiere su forma sobre un maniquí, técnicas como tensiones, recogidos, pliegues o drapeados, dependiendo del tipo de tela que utilice. Esto hace que cada pieza de Lupe Gajardo sea realmente única, y sus clientes llegan a ella justamente por eso.
Este 2024, Lupe —tras dos años de hiatus en la cual fue madre y se mudó de Santiago a la costa— volvió a las pasarelas primero en Santiago, en el Andes Fashion Week Chile creado por Leticia Faviani. Un evento que reúne a talentos consagrados y emergentes de la Cordillera de los Andes, y busca internacionalizar y profesionalizar la industria en nuestro país y reunir bajo el mismo techo a los fashionistas. Pero la invitación no se terminó allí, sino que gracias a Faviani, se extendió hasta EE.UU., a la mítica New York Fashion Week. Por segunda vez en su carrera (la primera fue hace nueve años en 2015) Gajardo vuelve al NY Fashion Week de la mano de Fashion Designers of Latin America (FDLA), una productora de moda local que reúne a diseñadores hispánicos independientes en EE.UU. Lupe Gajardo y la diseñadora chilena Susana Arredondo fueron invitadas a participar de la primera cápsula que realizó AFWC en NYFW y yo, como corresponsal de Fintualist, la seguí.
Un poco de contexto. La maratón fashionista de las llamadas “Big Four” ocurren dos veces al año: en febrero y septiembre. Cada uno tiene su foco: Nueva York es tendencia, Londres es la vanguardia, Milán es la industria y París es la alta moda. En Nueva York, el foco se traduce en un escenario de caos y lujo: el llamado scene, donde la presencia y los flashazos de cámaras son tan importantes como el contenido de lo retratado. La presentación de Lupe Gajardo en el evento del Fashion Designers of Latin America (FDLA) siguió igualmente la tradición de encarnar el mad city sexy chaos.
Un espacio de eventos llamado Lavan fue transformado —vía proyectores y el clásico punchi punch que sigue el taconeo de las modelos—para dar bienvenida a más de una decena de diseñadores independientes de todo Latinoamérica.
No hay que olvidar que la moda es retail, y ante todo, un negocio, y el New York Fashion Week (NYFW) se ha convertido de lleno en un espectáculo de marketing, para justamente mostrar su foco, que son las tendencias. La crítica especializada señala que las prendas han quedado en segundo plano, y que la atención se enfoca más en la apariencia superficial que en la calidad del diseño: los desfiles no comienzan fashionably late, sino que dos horas tarde, y los asistentes buscan más un evento social para ser vistos y sacarse selfies que observar atentamente el trabajo de los diseñadores. Las cámaras están en selfie mode, y de allí raramente apuntan hacia el otro lado.
En ese contexto, el evento reflejó ese espíritu de bello caos organizado, siguiendo la tradición del NYFW. La locación en Chelsea fue testigo de un desfile que inició con el bullicio característico de la pasarela: los invitados buscando su trago en el open bar, los celulares en mano para captar el #scene, la red carpet con conversaciones más enfocadas en el networking que en lo que finalmente nos convoca allí: la ropa. Al parecer, en la city el lujo se mide en la cantidad de influencers y tequila sodas desparramadas por la pasarela.
Pero Lupe cambió la tónica. Como si se tratara de una misa en adoración a sus benditas prendas, una voz penetró por sobre el cuchicheo y el sorbeteo de las tequila-sodas. El aullido era Auno, proyecto musical del artista multi-disciplinar y frecuente colaborador de Lupe, Tomás Eyzaguirre (¿se acordaron de ese nombre?). Girando un parlante envuelto en cuero —un instrumento de creación de él y la diseñadora—, este agarró el mantra de la jornada: “precious little girl”. Todos silentes, al fin. Incluso los problemas técnicos de sonido, porque el micrófono de Auno iba y venía, no pararon la ceremonia de Gajardo. Esto no era un mero fashion show, esto era algo más. Un ritual, un culto al desarrollo de los más de 11 años de carrera de Lupe desde la última vez que estuvo en NY.
Las modelos empezaron a desfilar, los celulares quedaron en el olvido, y las mandíbulas comenzaron a caer entre el asombro de los asistentes. Esta fiel reportera, acuclillada entre cámaras en la primera línea en medio del press pit, evidenció lo que fue una lección de estilo y calidad.
Mientras que otros diseñadores independientes buscaban impactar con prints ruidosos y tonos neón, Gajardo se destacó por una colección donde la calidad de las telas y la ejecución del "draping" marcaron la diferencia. Vestidos que parecían flotar, abrigos envolventes y piezas con volúmenes sutiles y otros mucho más exagerados. Un vestido asimétrico de un verde oliva profundo se robó las miradas.
Las prendas fueron confeccionadas con materiales de lujo, no obstante, son provenientes del modelaje zero waste que ha caracterizado a Gajardo en los últimos años.
Bajo las luces de la discoteca, el oficio de la diseñadora chilena, una vez más, brilló. Sus prendas, lejos de seguir las tendencias del shock value que dominan muchas pasarelas —en donde las siluetas exageradas, los tacones de más de 10 centímetros de altura y el styling dramático son el foco— apostó por mostrar lo mejor del haute couture nacional: su manufactura. Porque sí, hablar de las prendas de Lupe es hablar de alta costura. Gajardo fue un respiro de calidad en medio de la confusión: no necesita de la extravagancia para destacar, el verdadero lujo puede encontrarse en lo bien hecho. Arrodillada sobre un collage de jeans en su taller, o sobre sus más de 20 piezas en el mad city sexy chaos de NYFW, Lupe sigue apostando por lo mismo.
*Foto de portada por Camilo Fuentealba