Estuve en Ginebra a comienzos de septiembre y les puedo confirmar algo: el CERN (el Centro Europeo para Investigación Nuclear) es básicamente Disney World, pero para los que en vez de disfrazarnos de Mickey preferimos hablar de partículas subatómicas. La entrada al CERN es gratuita, pero se recomienda registrarse en https://visit.cern/ debido a limitaciones de aforo. El tour guiado, también sin costo, requiere registro adicional en https://visit.cern/tours-individuals y lo realizan jóvenes científicos del centro.
Una vez adentro, imagínense: un túnel de 27 kilómetros bajo tierra, en el que protones corren más rápido que Fintual mandándote un push de que llegó tu depósito. Ahí, en ese colisionador de hadrones, se hacen preguntas que parecen salidas de un carrete de nerds: ¿de qué está hecho el universo? ¿por qué tenemos masa? ¿cómo convencer a tu cuñado de que no, el bosón de Higgs no es un Pokémon?
La sensación dentro del CERN es extraña: uno sabe que está en el lugar donde se inventó la web (sí, esa que usamos para scrollear memes y revisar cuánto nos queda en el fondo A). Cuando habíamos terminado la visita, y le dije a mi señora que me había acompañado, que se me habían pasado volando las tres horas, no paró de reírse por un buen rato. ¡¿Llevamos más de 33 años casados y recién se daba cuenta de lo geek que podía ser su marido?!
Pero lo que más me marcó del CERN no fueron los imanes gigantes ni los detectores que parecen obras de arte moderno, sino la vibra: científicos de todas partes del mundo colaborando en proyectos que tardan décadas en dar resultados.
Y ahí se me prendió la ampolleta: el CERN es como invertir a largo plazo. Piensa en el LHC (Large Hadron Collider) como tu APV: requiere paciencia, planificación y confianza en que, aunque no veas resultados inmediatos, un día aparecerá un “descubrimiento” que cambiará las reglas del juego.
Además, igual que en finanzas, hay incertidumbre. Nadie sabe qué partículas nuevas se van a encontrar, como tampoco sabemos qué hará la Fed en su próxima reunión de política monetaria. Pero la gracia es que, al igual que con un portafolio diversificado, los físicos del CERN no apuestan todo a una teoría. Tienen experimentos paralelos, metodologías distintas, y mucha tolerancia a fallar en el camino.
Y quizás lo más inspirador: el CERN recuerda que invertir —como buscar el bosón de Higgs— no es un sprint, es una maratón científica. Una mezcla de paciencia, cooperación y un toque de fe en que la humanidad (o al menos tus ahorros) pueden avanzar hacia algo mejor.
En resumen: fui al parque de diversiones de los nerds, me emocioné viendo tubos y botones, y terminé pensando que la física cuántica y las inversiones tienen algo en común: ambas funcionan mejor cuando entendemos que los grandes resultados se construyen de a poco, con disciplina, y muchas veces bajo tierra, fuera del radar.
Así que ya sabes: la próxima vez que tu portafolio se mueva medio milímetro, recuerda que en el CERN están colisionando protones solo para entender por qué existes. Y que, al final, tu dinero —igual que la materia oscura— también puede trabajar silenciosamente, aunque no siempre lo veas.