Es mi tercera vez en Kuala Lumpur, y la ciudad sigue siendo igual de excitante que la primera. El motivo de este viaje es una colaboración con BETA, restaurante de una estrella Michelin que trabaja una cocina malaya contemporánea llena de identidad, memoria y personalidad. Un lugar donde cada plato parece resumir lo que esta ciudad es: energía pura, cruce de culturas y sabor sin pedir permiso.

Acabo de llegar con hambre y curiosidad. El calor es espeso, casi líquido, y la ciudad vibra entre bocinas, curry y aire caliente. Cuando uno aterriza aquí, no se camina: se flota entre aromas.
Vamos directo a Chinatown, un laberinto donde los woks cantan sin descanso. Entre los callejones aparecen ratas del porte de un polluelo, marcas de lujo falsas y turistas con miradas perdidas. En un costado está Sin Kiew Yee Shin Kee Beef Noodles, un clásico donde sirven fideos con carne de vaca picada y salteada. Los fideos son gomosos, como les gusta a los asiáticos, y el caldo que lleva burbujeando desde temprano en la mañana, se sirve aparte: oscuro, concentrado y puro sabor. En la mesa hay una jarra plástica con ají rojo fermentado; tentador, agresivo y necesario. Yo, por supuesto, le agrego una cucharada generosa para darle más confianza a mi bowl.
El ají fermentado en el clásico Sin Kiew Yee Shin Kee Beef Noodles
Por la noche probamos algunos brebajes locales. El más peligroso y el más sabroso, es el Tuak, un licor de coco fermentado de unos 18 grados de alcohol, dulce al olfato y penetrante en la boca. Los locales lo mezclan sumergiendo un shot de Tuak dentro de un vaso de Guinness… al menos eso es lo que me han dicho. No niego ni confirmo haberlo probado.
La mañana siguiente me exige algo que me recomponga de la noche anterior. El cuerpo pedía un plato que hablara en el mismo idioma del cansancio. Fuimos a Ah Hei, donde el clásico es el Bak Kut Teh, hecho con costillas de cerdo, albóndigas y panceta. El caldo lleva horas hirviendo, oscuro y profundo como un consomé que se ha concentrado desde el amanecer. Se sirve con arroz jazmín, que envuelve la mesa con su aroma floral, y una salsa de soya espesa, picante y dulce al mismo tiempo.
Bak Kut Teh
Hay algo casi medicinal en ese plato: el vapor te abre la cara, el ajo y las hierbas te limpian los sentidos. Al probarlo, uno entiende por qué los locales lo comen en la mañana: no es solo desayuno, es una ceremonia de resurrección.
Lo acompañamos con un té frío de bambú y hierbas medicinales, un poco dulce, muy aromático, que refresca, limpia y deja la lengua lista para volver a vivir.
Kuala Lumpur es una ciudad que no deja de sorprenderme. Por un lado, tiene rascacielos que parecen sacados de una película de Marvel; por otro, viviendas casi hacinadas donde las calles se llenan de puestos de comida, vapor, frituras y “masajes” que prometen un “final feliz” sin siquiera esconderlo.
Ese contraste entre lujo brillante y realidades densas es justamente lo que hace que la ciudad lata con tanta fuerza.
Kuala Lumpur no promete redención, pero la sirve en un bowl.
Caliente, salada, honesta.
De esas que te devuelven al mundo, aunque sea por un rato.