La idea de una habitación o cuarto propio fue la metáfora que usó Virginia Wolf para explicar por qué las mujeres se habían visto relegadas de la producción literaria hasta el siglo XIX. Wolf decía que para poder escribir novelas de las buenas era necesario, al menos, tener un lugar físico donde hacerlo sin que las interrumpieran, y que hasta ese entonces (1929) solo las mujeres de familias muy ricas habían tenido el lujo de un cuarto propio.
La hipótesis de Wolf es muy terrenal, se fija en las condiciones materiales que cualquier persona necesita para poder desarrollar trabajo creativo. Pero el cuarto puede tomar muchas formas diferentes, como en el caso de Kate Greenaway, una de las ilustradoras para niños más exitosas de la inglaterra del siglo XIX.
Greenaway nació en 1846, en una familia de clase baja que las peleaba para llegar a fin de mes. El padre de Greenaway era grabador –algo que sin duda marcó el destino de su hija–. A Greenaway padre le pidieron un trabajo especial: que tallara los grabados para una nueva edición del hitazo de Charles Dickens The Pickwick Papers. Y para concentrarse, mandó a toda su familia, Kate incluida, a vivir al campo donde unos parientes lejanos.
El papá se había construido su cuarto propio, si seguimos la metáfora de Virginia. Lo que nadie se imaginó, es que la vida en el campo se convertiría en la habitación propia de Kate, que encontró en su vida fuera de la ciudad la paz y tranquilidad para aprender a dibujar, pintar y crear.



Rolleston, el cuarto propio de Kate Greenaway
Pero la editorial que le había encargado el trabajo al padre de Kate quebró, y la familia se vio obligada a cambiar de rubro. Pusieron una tienda de ropa para niños que le fue bastante bien y Kate tuvo la suerte de poder estudiar en escuelas de diseño y pintura. Eso sí, en horario vespertino, que estaba reservado para mujeres.
Su primer encargo importante vino cuando una editoria compró los derechos de el cuento de Charles Perrault Diamantes y sapos. La portada estuvo a cargo de Greenaway.

Pero sentía que todavía le faltaba técnica. Así que se pasó los próximos dos años yendo todos los días a la Nationa Gallery de Londres, donde se aprendió de memoria las técnicas de los pintores más reconocidos, especialmente Van Eyck. Mientras tanto, se ganaba la vida haciendo tarjetas de navidad y San Valentín, un mercado que estaba explotando en Inglaterra por esos años. Sus diseños llegaron a vender más de 25.000 copias.
El salto a la fama lo daría cuando se publicó su primer libro de cuentos, con versos de su autoría: Under the Window.

El libro vendió 100.000 copias, un bestseller total. Con esto, Kate se aseguró buena fama, harto trabajo y, lo más importante: el término "Greenaway vogue", un estilo particular que causó furor entre las madres de la bohemia londinense, que vestían a sus hijos como los dibujos de Greenaway.







