Cada cierto tiempo en la historia de la pintura un nuevo y joven movimiento artístico redefine lo que es pintable y lo que no. Desde qué tipo de figuras se pueden retratar –si solo se podía pintar aristócratas u oficios menos elegantes– hasta el nivel de decoro que había que mantener; siempre aparece un grupo de artistas que manda todo al diablo y elige como temas algo que antes parecía prohibido.
Aunque ya entrados al siglo XX, seguramente la palabra no sea prohibido, si no más bien digno de pintar. Y el arte pop lo hizo en los cincuentas, de muchas maneras diferentes. Y uno que incluso empezó antes que Warhol y compañía –y que muchas veces despreció sus pinturas por considerarlas planas– fue Wayne Thiebaud. Y sus –nuevas e innovadoras– musas eran los objetos cotidianos del día a día, y en especial los alimentos.
Su pintura coincide con un boom de la cultura norteamericana, asociada especialmente a este tipo de productos en serie, llenos de color y que estaban respaldados por una especie de mercadotecnia –piensa en Mad Men, obviamente–. Las obras de Thiebaud me recuerdan esa sensación que te produce ir a comprar cualquier cosa en Estados Unidos: todo es brillante y te llama la atención, las ofertas son siempre las mejores y están pensadas especialmente para ti, existen todas las tallas y todas las necesidades pueden ser atendidas. Pero al mismo tiempo, hay una especie de "pérdida" producto de la producción en serie; nada de lo que compres será único o especial, y lo más seguro que es te topes a mucha gente con la misma chaqueta o comiendo la misma torta.
Eso sí, la obra de Thiebaud se cuidó mucho de no ser un lamento por el aura perdida de las cosas materiales o un reclamo escandalizado contra el consumismo. Al contrario, parece disfrutar de la producción en serie y la repetición de las formas.

Incluso, diría yo, se pasa para el otro lado: sus colores intensos y el exceso de pigmentos te producen un hambre voraz. Es como si hiciera patente la extraña pero estrecha relación que existe entre el óleo que usa para pintar y el glaseado de una donut o una torta.
Sus pinturas más conocidas giran en torno al tema de la comida –dulce, casi siempre, como si el glaseado fuera la clave–:





Y que nadie se sorprenda por encontrárselo como portada de varias ediciones del New Yorker:








Este era el Thiebaud que conocí en algunos museos, y el que conoce también casi todo norteamericano interesado en pintura (es uno de los pintores más reconocidos de su país). Pero me dio gusto encontrarme con otros tópicos, temas y técnicas mientras investigaba para este post.
Sí, Thiebaud pintaba más que milkshakes.






Calles y figuras humanas en su propio estilo le dan una profundidad al artista que antes pensé que no tenía. Siempre me llamó la atención, pero encontraba un poco aburrido que fuera tan monotemático. Sus figuras humanas lo acercan un poco a Hopper o Hockney, y lo ponen en diálogo con sus contemporáneos del pop art, aunque no le gustaran mucho.
Y la última, solo para dejar constancia de que en sus primeros años trabajó como dibujante part-time en Disney, un cuadro que hoy cuesta unos dos millones de dólares, aproximadamente.
