Sobre Everything everywhere all at once, la última ganadora del Oscar a Mejor Película, un usuario de Letterboxd escribió:
El comentario se volvió uno de los más valorados de la página, que permite a más de 10 millones de usuarios expresar sus opiniones sobre películas. Y la sabiduría que contenía esa simple línea era la siguiente: es muy difícil que nos guste algo cuando todo el mundo tiene una plataforma para destruirlo.
Cada vez hay más críticos, cada vez se escribe más de cine y cada vez hay más gente leyendo al respecto. Y estas opiniones aparecen cada vez más rápido. Desde que una película se proyecta en un festival o en una función para la prensa, ya aparece un tuit valorándola. Y otro que le contesta. Más que nunca antes, se genera una conversación en tiempo real y cuando uno ve una película, lo hace cargado de opiniones y sesgos, y luego se le invita a aportar los propios para sumar su voz a la conversación.
¿Y qué tiene que ver esto con Saltburn?
La última locura de Emerald Fennell
Algunos la conocen como la infame Camilla en The Crown, otros sabían que fue productora ejecutiva de Killing Eve, pero lo que catapultó a la directora británica Emerald Fennell fue su debut Promising Young Woman, una película tan polarizante como exitosa, cargada de crítica social y violencia pero presentada en un envoltorio colorido y pop. Fue un éxito.
La película no solo portaba un comentario apropiado para los tiempos, sino que contenía un giro audaz en su tercer acto que dio muchísimo de qué hablar. Fennell tuvo a la crítica de su lado durante un año, ganó el Óscar por su guion original y le dieron la chance de hacer básicamente lo que quisiera.
Y luego, el discurso. Así como muchos la admiraron, otros la odiaron por su reduccionismo, su tratamiento sobre algo tan delicado como la violación, por girlbossing, por no resolver a la altura de los tiempos los temas complejos en los que se metía. Pareciera ser muy difícil achuntarle a lo políticamente correcto o a lo no ofensivo hoy en día, por eso, cuando Fennell estaba por estrenar su segundo largometraje, los cuchillos se empezaron a afilar antes de tiempo.
Saltburn, el lugar del que no se puede escapar
En el mal envejecido año 2006, un estudiante de clase media en la prestigiosa Oxford decide que quiere más. Oliver Quick (Barry Keoghan) observa a Felix (Jacob Elordi), su compañero de universidad, carismático y resplandeciente, y decide que él representa ese más que tanto necesita. Se hace su amigo y así gana una invitación para pasar el verano en el castillo de su familia. Cenas de esmoquin y tardes al sol leyendo Harry Potter. Bienvenido a Saltburn.
Allí dentro, Oliver se va ganando a los aristocráticos miembros de la familia a través de astucia, manipulación y un par de juegos psicosexuales. “¿Qué tan lejos va a llegar?”, pareciera ser la pregunta que nos hace Fennell, atrayéndonos a mirar algo chocante que sabemos que no puede terminar bien.
Escenas que buscan provocar abundan: Oliver lamiendo el agua de la tina donde se masturbó Felix, haciéndole a una mujer tragar su menstruación, sexo con una tumba, un baile victorioso con un desnudo frontal en plano secuencia. Todo en un tono que mezcla el dramatismo con el terror y la comedia ocasional. Saltburn fue la película más vista en Amazon Prime estas Navidades y fue llamada la película del momento, para bien y para mal.
Saltburn era demasiado y no se puede decir que no funcione. Lo que sí se puede preguntar es… ¿para qué?
A pesar de que Fennell la ha comparado con Juegos sexuales (Cruel intentions) –que es un clásico precisamente porque es también un poco tonta–, Saltburn se toma tan en serio que ha sido más contrastada con El talento del sr Ripley y Teorema de Pasolini, dos comparaciones que no le hacen mucho bien. Saltburn no es tan tonta como para ser descartada como simple basura, pero tiene tantas ganas de conmocionar que más bien queda reducida a una provocación.
La película se vende como una locura, te promete un escándalo, entonces solo le queda choquear e impactar. Pero como audiencias estamos tan desensibilizados que una película que nos avisa lo peligrosa que es termina siendo inocente. Decir que se quiere provocar no es solo poco cool, es contraintuitivo. Querernos ofender, hoy en día, es lo que menos ofende.
Y, volviendo a cómo internet ha cambiado las cosas, todo el mundo estuvo hablando de Saltburn, y eso le jugó en contra. En segundos, la gente subía pantallazos de planos en internet, cuestionaba escenas y diálogos, motivaciones de los personajes y hasta de la directora. Un argumento se sumaba a otro, que la película es clasista y deja mal parados a los pobres, que la misma directora es aristocrática, que la película es vacía e indulgente, que qué quiere decir, que está hecha por el shock value, que Fennell lo ha hecho otra vez: una provocación atractiva visualmente pero discursivamente miope.
Saltburn es el testamento más reciente de lo difícil que es provocar en la época del internet
Era una apuesta arriesgada. Un momento explícito es difícil de lograr hoy en día y el shock pierde impacto rápidamente, la crítica del público se hace más fuerte, la gente quiere más, está hambrienta de más, pero ¿qué es ese más, si esta película pareciera tenerlo todo?
Y pareciese ser que ese más no es solo superficie, lujo y aesthetics, así como los que busca el mismo protagonista de Saltburn. Ese más del que estamos hambrientos, y que hubiese hecho que la película se blindara, pareciese ser profundidad. Reflexión, crítica. Indagar en las motivaciones del personaje, que la situación refleje algo que está pasando hoy, que se hable sobre lucha de clases, psicopatía, en fin, todos los temas que la misma peli presenta pero no explora. Que nos deje con algo, que haga valer nuestro precioso tiempo. O, sino, la provocación va a quedar simplemente en eso.
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