Si alguien vio I think you should leave en Netflix, entiende más o menos de qué va el humor de Nick Robinson. En esa serie de sketches, Robinson interpretaba a personajes desubicados en situaciones sociales cotidianas que terminaban consumidos por la ira o saliéndose del cotidiano, creando momentos improbables pero por sobre todo, incómodos.
Era todo muy estúpido. Pero era también muy gracioso.
Cuando HBO le dio su propia serie –de la que alertó Fintualist en sus recomendaciones de octubre–, se preveía algo de lo mismo. Pero el cambio de formato al de serie tradicional lo llevó a tomarse sus situaciones mucho más en serio, creando un suspenso y peligro que solo se vuelve más efectivo cuando luego se revelan como gags cómicos.
Ese juego entre thriller y comedia está presente desde la sinopsis: Ron es un padre de familia que sufre un accidente laboral en el que se cae de una silla frente a sus colegas en una presentación importante. Avergonzado por el incidente, se empeña en descubrir qué hay detrás del mal funcionamiento de la silla y se obsesiona con encontrar a los manufactureros responsables de crearla. Pero, cuando no encuentra información sobre ellos y empiezan a aparecer amenazas que quieren que pare su búsqueda, Ron entiende que todo es parte de una gran conspiración y pone en juego su trabajo, familia y salud mental para destaparla.
Y desde el póster hasta los encuadres y la atmósfera cinematográfica, se nos presenta un mundo misterioso y lleno de secretos que bien podría ser el escenario de una película de detectives, si es que Robinson fuera capaz de evitar encontrar el absurdo en todo lo que nos presenta.

Porque la trama, sí, tiene persecuciones en auto, espionaje, la búsqueda de pistas y de sospechosos que puedan ayudar a dilucidar qué es la compañía de sillas y qué traman. Eso la articula y se mantiene como eje central de la trama. Pero, ¿alrededor de ella? Ron y su esposa temen que el lugar donde se va a casar su hija sea un granero embrujado, una amenaza de la Compañía es hacerle creer a toda la oficina que Ron está buscando trabajo de modelo (y siendo rechazado), la cámara se detiene en una empleada destruyendo un muffin antes de comerlo y un grupo de hombres adultos que juegan con autos de control remoto impiden que Ron pueda trabajar.
Las conversaciones banales que envuelven las escenas solo revelan personajes cuya lógica escapa del mundo real, y las situaciones que los rodean parecen sacadas de otro contexto. Y entremedio de todo esto, el papanatas de Ron sigue intentando triunfar en algo en la vida.
Un sentido del humor ridículo filmado con la sofisticación de una serie de HBO
Lo interesante es que es exitosa en ambos apartados: como misterio, está suficientemente bien construido como para querer saber qué hay detrás de la fachada de la empresa de sillas (por más idiota que suene eso) y, como comedia, es tan absurda que te hace reír aunque no quieras (aunque el humor no sea para todo el mundo).
Además, habla de algo humano y universal: nuestra frustración siendo usuarios de plataformas de internet. Varios medios gringos, al hablar de la serie, se refirieron a la forma en que aborda la tecnología. Mientras otras series intentan evitar teléfonos, computadores y pantallas por considerarlos dispositivos poco cinematográficos, La Silla se apropia de ellos, mostrando secuencias de un Ron buscando, interactuando y avanzando en su locura gracias al internet. Y frustrándose frente a la burocracia tecnológica a la que se enfrenta.
“Enshittification” es el término al que estos medios se referían, que puede traducirse al español como “mierdificación”, pero más claramente como “decadencia de plataformas”.
Se usa para describir el patrón de calidad decreciente de plataformas que en un principio crean ofertas de alta calidad para atraer usuarios, solo para luego rebajar esos servicios, dejar de lado a los usuarios y maximizar ganancias de corto plazo. Fue declarada la palabra del año el 2023 por la Sociedad Estadounidense del Dialecto, y es quizás el enemigo principal del protagonista: ¿con quién me puedo quejar por un producto defectuoso? ¿Y cuántos bucles, redirecciones y horas de internet debo navegar para llegar a una respuesta?

Es más que suficiente para justificar una obsesión. Y más adelante en la serie, cuando se da a entender que hay algo detrás de la naturaleza obsesiva del protagonista, es que nos damos cuenta de que La Silla también está hablando de algo más profundo. De cómo nos enfrentamos a la vergüenza, la humillación y los obstáculos sociales a través del escapismo hacia una idea fija, una pelea con un enemigo imaginario en la ducha, algo que nos dé un poco de poder. De creer que nuestra dignidad es algo por lo que vale la pena pelear. Cuando el sueño de hacer algo con nuestra vida parece ir desapareciendo, el aferrarse a la ilusión de justicia quizás es lo único que nos queda para sobrevivir.
Y, justo cuando nos estamos preguntando todo eso, un personaje mete el codo en la sopa, una persona adulta tiene un colapso nervioso jugando twister, un anciano falta al trabajo acusando que estuvo bajo su refrigerador dos días. Y nos damos cuenta de que La Silla, por sobre todo, se está riendo de nosotros por tomarnos en serio las cosas.
Nota de riesgo: puede verse como una crítica a la banalidad del capitalismo, un estresante misterio corporativo, un drama sobre la familia tradicional o una comedia cringe de oficina. Puede no ser para todos, pero es definitivamente una propuesta arriesgada.
